San Agustín sintió el fuego de Dios en su corazón después de leer un fragmento de la carta de San Pablo a los Romanos: «Nada de comilonas y borracheras».
San Pablo, cuya festividad se celebra el 29 de junio, tuvo un papel fundamental en la vida de San Agustín, y especialmente en el proceso de su conversión en la fe. En Las Confesiones, Agustín narra de forma clara y explícita cómo sintió el fuego del Espíritu en Casiciaco. Apartado en un jardín mientras reflexionaba, escuchó una voz infantil que le decía «toma y lee». Agarró las Sagradas Escrituras y abrió el libro por una página al azar.
El fragmento que encontró era la carta de San Pablo a los Romanos, concretamente el capítulo 13. En ella, Pablo insta a vivir y obrar en conciencia y desde la caridad. De estas líneas, San Agustín se fijó concretamente en el final de la carta: «No en comilonas y embriagueces, no en lechos y en liviandades, no en contiendas y emulaciones sino revestíos de nuestro Señor Jesucristo y no cuidéis de la carne con demasiados deseos».
Entonces, tras concluir la lectura de la carta de San Pablo, Agustín sintió «como si se hubiera infiltrado en mi corazón una luz de seguridad, se disiparon todas las tinieblas de mis dudas». Fue el paso definitivo para consumar el proceso de conversión que se produjo en el obispo de Hipona durante mucho tiempo, contando con la oración incesante de su madre Mónica.
El fragmento de la carta de San Pablo
Sométanse todos a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios, y las que existen, por Dios han sido constituidas. De modo que, quien se opone a la autoridad, se rebela contra el orden divino, y los rebeldes se atraerán sobre sí mismos la condenación. En efecto, los magistrados no son de temer cuando se obra el bien, sino cuando se obra el mal. ¿Quieres no temer la autoridad? Obra el bien, y obtendrás de ella elogios, pues es para ti un servidor de Dios para el bien. Pero, si obras el mal, teme: pues no en vano lleva espada: pues es un servidor de Dios para hacer justicia y castigar al que obra el mal. Por tanto, es preciso someterse, no sólo por temor al castigo, sino también en conciencia. Por eso precisamente pagáis los impuestos, porque son funcionarios de Dios, ocupados asiduamente en ese oficio. Dad a cada cual lo que se debe: a quien impuestos, impuestos; a quien tributo, tributo; a quien respeto, respeto; a quien honor, honor.
Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor. Pues el que ama al prójimo, ha cumplido la ley. En efecto, lo de ‘no adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás’ y todos los demás preceptos, se resumen en esta fórmula: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud. Y esto, teniendo en cuenta el momento en que vivimos. Porque es ya hora de levantaros del sueño; que la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe. La noche está avanzada. El día se avecina. Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz. Como en pleno día, procedamos con decoro: nada de comilonas y borracheras; nada de lujurias y desenfrenos; nada de rivalidades y envidias. Revestíos más bien del Señor Jesucristo y no cuidéis de la carne con demasiados deseos.
Romanos, 13