El pasado sábado, 22 de junio de 2024, se celebró la segunda edición de los Diálogos de Casiciaco, un proyecto promovido por la Orden de Agustinos Recoletos para reflexionar en común sobre distintas cuestiones de actualidad y, de manera particular, para caminar juntos en la búsqueda de la verdad.
Su nombre evoca las conversaciones filosóficas y teológicas que mantuvo San Agustín con su primera comunidad y con su madre, Santa Mónica, en la villa de Casiciaco, cerca de Milán, donde se retiró a finales del siglo IV. Esos encuentros supusieron un punto de inflexión en la vida del luego obispo de Hipona y marcaron su evolución hacia el bautismo.
En esta ocasión, los Diálogos versaron sobre La vida contemplativa femenina hoy. Desafíos y esperanzas. Por ello, se habló sobre su sentido pasado y actual y, también, futuro. Asimismo, sobre los retos a los que se enfrenta y las esperanzas que la cimientan, que invitan a que se planteen muchas preguntas.
Moderó el encuentro la periodista Victoria Montaner y en él intervinieron la Hna. Juliana Gómez, novicia agustina recoleta que ha vivido en la comunidad en Bogotá durante cuatro años; la Hna. Carmen Corral, juniora (profesa) agustina de votos temporales en el Monasterio de la Conversión de Sotillo de la Adrada (Ávila), al que ingresó en 2015; Sor Irene Carrera, monja agustina recoleta mejicana en el Monasterio de San Agustín en Lodwar (Turkana, Kenia) desde 2014, que se ha sentido siempre muy atraída por la vida misionera, y Sor María Torres, abadesa del Monasterio concepcionista franciscano de San Antonio en Murcia, al que ingresó el día de su decimoctavo cumpleaños, y madre-presidenta de la Federación Santa Beatriz de Silva-Castilla.
En sus intervenciones, la Hna. Juliana agradeció el trabajo de otras hermanas que salieron hace tiempo al encuentro de los jóvenes para dar a conocer la vida de clasura, que es tan desconocida en su país, y que fue la manera en que ella se adentró en la vida contemplativa. Relató que ella justifica a sus familiares y amigos su decisión explicando la felicidad que le provoca haber encontrado su misión en la vida. También rechazó que la vida consagrada sea una opción cómoda o egoísta, y explicó que su amor se extiende y ensancha desde el que el experimenta por el Señor, su Orden y la Iglesia hasta el que incluye a los que no pueden rezar y a los que no creen en Dios. Por último, ensalzó el trabajo de las monjas que se sirven de las redes sociales y de la música para evangelizar, porque entiende que la Iglesia debe avanzar con la sociedad. Y reconoció que la música, que tanto atrae a los jóvenes, le permitió en su caso interesarse más por el hecho religioso.
Por su parte, la Hna. Carmen destacó que la vida consagrada está muy conectada al mundo de hoy, al hombre del siglo XXI y que se están abriendo ventanas para que entre en ella aire fresco. En este sentido, alabó cualquier iniciativa (como las prácticas de monja propuestas por las hermanas benedictinas del Monasterio de la Santa Cruz de Sahagún, en León) que sirva para mostar al mundo la belleza de la vida contemplativa, porque, como decía San Agustín, no se ama lo que no se conoce. En relación con el empleo de las redes sociales, resaltó la paradoja que podía suponer que las religiosas contemplativas pudieran enseñar cómo utilizar adecuadamente esas herramientas comunicativas, ya que ellas no están pendientes de lo superficial ni de lo inmediato. Por último, reconoció que le ayuda a seguir ese estilo de vida la acción del Señor y del Espíritu Santo, la oración y la fraternidad, tan propia del carisma agustiniano, que le pone ante la Verdad que es Cristo. Y enfatizó que Dios las capacita para superar las dificultades de la mano de las hermanas y con la práctica de los sacramentos y la oración.
Sor Irene resaltó la vitalidad de la que disfruta esa vida contemplativa en Kenia y, en otro sentido, reconoció que un factor negativo para promover vocaciones es la falta de compromiso de los jóvenes, pero que también influyen el modernismo, el materialismo, el consumismo, la superficialidad y la desintegración de la familia, ya que es el primer canal de transmisión de valores. Además, resaltó que los jóvenes no luchan por un ideal que llene sus vidas y no tratan de saciar la sed de infinito que tienen, sino que se conforman con lo superficial y sólo valoran lo que parece útil e inmediato. Admitió que es posible, e incluso deseable, que un cristiano atraviese momentos de sequía espiritual y otras experiencias duras -lo que también puede sucederles a las monjas- porque sirve de medio de purificación, favorece la conversión y ayuda a alcanzar la perfección que se pretende. Reveló que se puede combatir con la oración y dejándose acompañar y, sobre todo, recordando que fueron elegidas por Dios desde la eternidad y que son libres para vivir siempre el primer amor que es Cristo.
En su primera intervención, Sor María expresó que la vida consagrada atraviesa en España un momento de gracia, a pesar de las dificultades que representan la crisis de vocaciones y el envejecimiento de las religiosas. Y ello, por la posibilidad de transmitir que Dios existe, que merece la pena vivir con entrega, dar testimonio cuando miren cómo se aman, y llevar el rostro de Cristo a los demás. En turnos posteriores, enfatizó que su vida representa un regalo valioso para la Iglesia y el mundo porque en los monasterios se desarolla una vida profunda y una pequeña sabiduría que crece en lo cotidiano, en lo oculto, en lo sencillo y en el silencio habitado por la presencia de Cristo. Y advirtió que eso es lo que permite que Dios sea Dios e impulsa a la sociedad y a la Iglesia. Por último, rechazó el temor de que la vida contemplativa llegue a desaparecer, aunque sea posible que se le deba dar una capa de pintura y adaptarla a los tiempos actuales. Expresó, asimismo, su opinión de que eso sería negar la existencia de tantas hermanas que les han precedido, iluminado a la Iglesia y creado incluso magisterio. Y abogó por mantener su labor de hablarle a Dios de las necesidades de los hombres y de escuchar a los hombres las necesidades que tienen.
Acerca de la situación en que se encuentran las monjas del Monasterio de Belorado (Burgos), Sor María declaró que ello la llevaba a afianzarse en la Iglesia y que quería vivir y morir como hija de Ella. Añadió que se debía acompañar el sufrimiento que se ha experimentado con la oración y dar gracias a Dios por el don de la fe. Sugirió la necesidad de potenciar una vida de entrega y de adoración y de fortalecer la vida interior. De manera coincidente, Sor Irene destacó que lo sucedido le invitaba a reforzarse y afianzarse en la fe junto con su comunidad, a seguir a la Verdad y a estar unidas a la Iglesia. Recordó que, si bien San Agustín caracterizaba a Dios como padre, a la Iglesia le atribuía el papel de madre nuestra. En otro sentido, la Hna. Juliana enfatizó la necesidad de potenciar el acompañamiento a las comunidades para evitar sucesos parecidos y, gracias a la formación, valorar las numerosas aportaciones que la Iglesia ha realizado al mundo.
En el diálogo se trató también sobre la forma en que se puede dar a conocer la vida consagrada contemplativa en el ámbito educativo y los beneficios que de ello pueden derivarse. De igual modo, se habló acerca de la manera en que se han abordado, tanto en Kenia -que ha sido pionera- como en España, proyectos novedosos y exitosos de colaboración entre religiosas cosagradas y sus distintas órdenes y congregaciones.
En relación con el futuro de la vida contemplativa femenina, la Hna. Juliana destacó la necesidad de que se fundamente en la oración y en la relación con el Señor, y que se trate de llegar a los jóvenes. Por su parte, la Hna. Carmen destacó que el Papa Francisco enseña que la mujer tiene mucho que decir en la Iglesia -lo que tiene clara fundamentación biblíca- y aún más en la de hoy, por lo que ve su porvenir con ilusión. Además, pidió a los laicos que recen por ellas. Sor María manifestó que la veía con vida y compuesta por mujeres formadas que saben dar razón de su esperanza al mundo de hoy, unidas a la Virgen. Por último, Sor Irene admitió que se puede reducir el número de sus integrantes pero que seguirían con fuerza. Y ello, porque no puede existir una Iglesia sin corazón. Se las necesita porque ellas representan el corazón orante y ardiente de la Iglesia.