Una palabra amiga

Coger el toro por los cuernos

La permanente escucha  de expresiones como: «la vida religiosa está en crisis», «somos de más edad», «abundan las salidas», «cada vez somos menos», «la vida religiosa va a desaparecer»… es una preocupación añadida dentro del vivir habitual en las comunidades religiosas.

Ello me mueve a enfocar esta reflexión bajo el título que encabeza estas letras, y que forma parte de la terminología taurina. En los festejos populares, nos resultan o resultaban familiares escenas de tardes cuando, en plazas o cosos taurinos para la ocasión, no faltaban jóvenes o personas mayores que se atrevían a enfrentarse a un pequeño toro o vaquilla, al tiempo que la mayor parte de los espectadores animaba o contenía sentimientos de preocupación por el desenlace. En efecto, unos pocos eran los «valientes», y la mayor parte se mostraba atenta al desarrolla y desenlace del «espectáculo».

Pienso que, mutatis mutandis, la vida religiosa va por aquí: no es para muchos,  sino es para unos pocos. Y a los dispuestos incluso a morir en el intento son a los que el Señor va llamando, para comprobar si somos capaces de afrontar la vida religiosa con la actitud de entregarse, seguir atentos, mantener la inquietud, estar siempre alertas para que no nos «pille el toro». Sin embargo, también se puede participar descartando todo riesgo, «desde la barrera», como actúa la casi totalidad de los que llenan los cosos taurinos. Son los espectadores de las corridas: ven cómo se desarrolla la faena en los distintos tercios. En la vida religiosa podemos ser espectadores alejados de la arena, cuidadosos de no arriesgar la vida, si bien acercándonos el terreno, pisar tierra y atentos y vigilantes.

La vida del  torero es afrontar la situación en este momento de crisis, de tensión, de confrontación… No sabemos, en efecto, por dónde nos puede atacar el toro. En nuestro caso, no sabemos por dónde nos lleva el Espíritu. Intentando reproducir la manera de hablar del artista español Antonio Banderas, estas  son sus palabras: “A veces me he preguntado si el confort y la tranquilidad de lo que es estable y permanente me permitirían acceder a los complicados entresijos de una vida en el arte.  No, la crisis es nuestro estado natural, debe serlo; hemos de asumir y abrazar la inseguridad de nuestra profesión”. Lo que nos hace pensar que vivir en la zona de confort, es decir, viendo los toros desde la barrera, no nos lleva a vivir en tensión, en crisis; más bien, nos conduce a vivir en comodidad, en tranquilidad, en el aburguesamiento y en ver las cosas de modo más tranquilo. Pero vivir en esa tensión y en esa crisis es nuestro estado nat y donde asumimos y abrazamos la inseguridad de nuestra vida como consagrados.

  Y en una entrevista que le hicieron al torero Juan José Padilla, que perdió un ojo ejerciendo su profesión, decía que el ser torero era una profesión muy de verdad; que se siente, se sufre y, a veces, se paga un tributo muy alto: se puede morir en el  empeño. Lo expresa así:

He tenido la oportunidad de transmitir algo en lo que creo firmemente: merece la pena luchar, no dejarse vencer por las adversidades, ni echar a los demás la culpa de todo lo que nos pasa.  Hay que aceptar con humildad lo que Dios nos manda;  disfrutar de todo lo bueno que tenemos. Solo por estar vivos… la vida tiene muchas cosas maravillosas, y hay que saber dar gracias a Dios por ellas. 

Nuestra vida religiosa no es una «profesión», es un estilo de vida en la que también se tiene que padecer, se tiene que sentir, sufrir y dar la vida por los demás.

 Para concluir sabemos que la vida religiosa no es para todos, no es de masas; la masa son los que están de espectadores. Los protagonistas son quienes lo dan todo por el todo. Además, la vida religiosa es la de un pequeño grupo dispuesto a entregar su vida, a arriesgar su vida, estando en esa tensión de vigilancia, de estar siempre en ese estado natural de crisis.

Tomando como ejemplo al discípulo amado que se quedó bien cerca en torno a Jesús junto con María, los que elegimos la vida religiosa podemos quedarnos o cerca de la cruz o distantes de la cruz.  Quien se quedó cerca de la cruz fue el discípulo amado, que somos todos aquellos capaces de perseverar hasta el final, y asumir ese reto hasta la cruz; estar totalmente configurados y entregados a Él hasta la muerte; no permanecer como espectadores, al igual otros discípulos que se siguieron distntes de la cruz, y no se atrevieron a ser como María y Juan que estuvieron presentes hasta el final.

Ojalá que nosotros como consagrados dejemos de preguntarnos tanto por qué estamos en crisis, por qué no hay tantas vocaciones. Sepamos,  más bien, que esto es de Dios, que no es para muchos, que Dios está en cada una de las personas para llamarnos y para ponemos en tensión, en arriesgar, en morir como el grano de trigo: si el grano de trigo no muere, queda infecundo.

Wilmer Moyetones OAR

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