Las llagas de Jesús no son sus heridas sino el símbolo de su victoria ante la muerte, su último enemigo. En el Viernes Santo, así lo explica en este artículo el agustino recoleto Luciano Audisio
El Viernes Santo es el día en que como Iglesia dirigimos nuestra mirada a la cruz. Dejamos por un momento de mirarnos a nosotros mismos para levantar los ojos, y saliendo de nuestras comodidades nos dirigimos a Jesús que está pendiendo del madero.
Levantar los ojos es un signo de saber que no estamos solos en este mundo y también que no somos el centro del mundo. Hoy mientras el mundo gira, la cruz se mantiene firme.
El Papa Francisco les decía a los jóvenes reunidos en Copacabana con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud en Brasil: «¿Qué ha dejado la Cruz en los que la han visto y en los que la han tocado? ¿Qué deja en cada uno de nosotros? Miren, deja un bien que nadie nos puede dar: la certeza del amor fiel de Dios por nosotros. Un amor tan grande que entra en nuestro pecado y lo perdona, entra en nuestro sufrimiento y nos da fuerza para sobrellevarlo, entra también en la muerte para vencerla y salvarnos. En la Cruz de Cristo está todo el amor de Dios, está su inmensa misericordia. Y es un amor del que podemos fiarnos, en el que podemos creer. Queridos jóvenes, fiémonos de Jesús, confiemos en Él»
Este es el tiempo de confiar. Confiar en un amor que es más fuerte que la misma muerte (Cant. 8,6), en un amor que no nos deja solos, sino que en la soledad del patíbulo, nos hace a todos hermanos y nos une en comunidad.
Las heridas de Jesús no representan solo el momento fatídico de la entrega de su espíritu en cruz, sino que nos recuerdan las marcas de la victoria sobre el último enemigo que quedaba: la muerte. Nos muestran el paso del mal por el mundo, que muchas veces deja huellas, pero que si es mirado a los ojos y enfrentado nos lleva a una vida nueva, más plena, más llena de sentido.
La cruz, como decíamos antes, nos llama a salir de nosotros mismos sintiéndonos atraídos por aquel que traspasaron. Su pasión es la llamada para salir del estado de confort actual. Es sentirnos impulsados a ver, y no solo a ver, sino ayudar a cargar con las cruces de tantos jóvenes que hoy tienen que cargar con el peso de la soledad, del desempleo, de la falta de esperanza, de familias desestructuradas, de padres ausentes, de falsas amistades que los lleva a dejar todo en una noche de alcohol intentando anestesiar el dolor de sentirse incomprendido o rechazado.
Hoy, Viernes Santo, estamos invitados a poner nuestras vidas, con todo lo positivo y lo negativo, con los dolores y las alegrías en la Cruz de Cristo para que, por medio de ella podamos darle un nuevo sentido a la nuestra vida y a la de aquellos que nos rodean porque «nadie puede tocar la Cruz de Jesús sin dejar en ella algo de sí mismo y sin llevar consigo algo de la cruz de Jesús a la propia vida».
Por Luciano Audisio