Riojano de nacimiento y sacerdote de toda la vida («Dios me puso en este camino con 12 añitos»), el padre Olarte cumplió en septiembre 70 años, los últimos 19 como archivero de este imponente monasterio, declarado en 1997 Patrimonio de la Humanidad. «La gente me pregunta muchas veces ¿Por qué se hizo fraile? Y yo les contesto que por no contrariar a Dios», bromea el monje desde su despacho en San Millán.
El llamado Escorial de La Rioja está habitado por una comunidad de doce agustinos, que continúan una vida monástica iniciada el siglo V por el eremita Millán. No es de la vida contemplativa y penitente de lo que más disfruta el padre Olarte, un fraile campechano, entregado al estudio del medievo y que ha venido a sufrir lo justo a este valle de lágrimas por lo que, en absoluto, oculta su devoción por los pequeños placeres que le brinda el retiro voluntario: buen vino en el refectorio a la hora de las comidas («hay frailes que beben sólo agua, allá ellos»), un paisaje idílico para sacudirse el cuerpo con largos paseos al atardecer y montañas de libros viejos a su entera disposición, su verdadera debilidad.
Ya ha quedado claro que Olarte no vive como un ermitaño, aunque pasa largas horas a solas con sus códices en la biblioteca, la zona cero de la abadía. Ama los libros, los medievales por encima de todos. Quizás vea en ellos el reflejo de sus compañeros que lejanos siglos atrás y en esa misma biblioteca que él adora dedicaron su vida a adornar los bordes de cada página, a cincelar los textos a tinta, a ilustrar y decorarlos con sus dibujos y perfectas miniaturas.
A través de esos manuscritos, Olarte ha llegado a conocer (y comprender) con hondura la vida monástica medieval. Extremadamente dura, muy modesta y sobria, de perfección espiritual, de castigos corporales. Poco que ver con él. La vida ahora en Yuso es más fácil, hay días de abstinencia y ayuno, pero no demasiados y la frugalidad a la hora de almuerzo no es extraordinaria. «Hay cosas que me prohíben, pocas, y otras que me prohíbo yo mismo», se sincera. Olarte se levanta a las siete menos cuarto y se acuesta a las once de la noche. Entre las dos horas y media de rezos, las ocho de estudio, las tres comidas y algún paseo por los hayedos cercanos no le queda tiempo para mucho más.
En la biblioteca no hay calefacción, la principal 'molestia' de ser Patrimonio de la Humanidad. Hay algunas otras. Por ejemplo, cada vez que Olarte selecciona un libro para restaurarlo, una comisión de técnicos y políticos debe dar antes el visto bueno. Papeleo, burocracia, informes… un lío. «Además», añade el cura, «tengo que aguantar a muchos visitantes pedantes. Los hay doctos y no tantos. Un día una señora de altos vuelos me preguntó por las jarchas lateranenses.
Le contesté que aquí teníamos las glosas emilianenses y ella me dijo que eso no podía ser, me acusó de ignorante y amenazó con ponerlo en conocimiento de la Academia de la Lengua. Le dije que fuera corriendo y que le diera recuerdos a mi buen amigo Víctor (García de la Concha), su director. Hay que sufrir a gente muy engolada».
A otro tipo de visitantes, a los que acuden a hospedarse unos días a San Millán para desconectar y contagiarse de la paz y serenidad que irradian los sillares del monasterio, Olarte los entiende perfectamente. Llegan, se integran en la comunidad de frailes, se asoman a otro mundo, a otros ritmos, desatascan el cansancio, las prisas y el estrés y cuando se marchan se van felices. «Una semana no cambia a las personas, pero al menos se van agradecidos», dice sobre la creciente moda de las 'clausuras sin lujo'.
Feliz de haber divulgado otra imagen de La Rioja más allá de la del vino, Olarte es el fiel custodio de 11.000 libros anteriores a 1800, de ellos 20 incunables (anteriores a 1500) y otros 150 ejemplares únicos. Ese legado es como un resumen de las aficiones literarias de cada uno de los monjes que llevan habitando San Millán desde hace 1.500 años. Hay ejemplares raros, tratados de geometría, de botánica, astrología y filosofía y una curiosa traducción al francés de 'Los Viajes de Gulliver', publicada en 1727. «Tal es su valor que hay uno igual en la Biblioteca de París, ¡y allí no dejan ni verlo!».
Hubo ofertas… y muy generosas, pero la biblia, como el alma de Olarte, no está en venta.