Cristo está presente en la vida cotidiana a través de la Eucaristía que Jesús instituyó este Jueves Santo. Así nos hace parte de su comunidad, de su familia. Lo resume en este artículo el agustino recoleto Tomás Ortega
San Agustín define la Eucaristía como “sacramento de piedad, signo de unidad y vínculo de caridad” (Com. Eva. Juan 26,13). Esta frase no es solo coherente con el contenido del evangelio, sino con la teología del santo, y con su espiritualidad, misma de la que los agustinos recoletos somos depositarios y continuadores.
La Eucaristía es definida como sacramento de unidad: «Porque el pan es uno, somos un solo cuerpo, aun siendo muchos, pues todos participamos de ese único pan» (1 Co 10, 17). La búsqueda de la unidad es base de nuestra espiritualidad, de nuestra vida consagrada: la unión de corazones es la meta a la que somos animados, como lo dice la Regla, la Forma de vivir y nuestras Constituciones: “Así, pues, vivid todos en unidad de alma y corazón y honrad los unos en los otros a Dios, de quien os habéis convertido en templos” (Regla 9). La Eucaristía es fuente de esa unidad y la fortalece: “El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él” (Jn 6,56),“donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy en medio de ellos” (Mt 18,20). En nuestro camino como religiosos siempre tienen que resonar las palabras de Jesús en el evangelio de Juan: “para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn 17, 21). La comunidad se convierte entonces en reflejo de la comunión de la Trinidad.
Todo lo une el amor: el amor es un vínculo que no se puede destruir: “llévame grabada en tu corazón… el amor es inquebrantable como la muerte; la pasión, inflexible como el sepulcro. ¡El fuego ardiente del amor es una llama divina!” (Cant 8,6). La llamada que Jesús hace a sus amigos es a amar: “un mandamiento nuevo les doy: Que se amen unos a otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes unos a otros. En esto conocerán todos que ustedes son mis discípulos, si se aman unos a otros” (Jn 13, 34-35). La vida del cristiano gira entorno a esta verdad: amar es servir, es darse, es entregarse, es tener conciencia de que somos continuadores de la obra de Jesús.
El celebrar la Eucaristía para cada cristiano es un momento esencial en la vida, no solo es repetición de gestos y palabras, sino entrar en la dinámica de entrega, de servicio y amor con los cuales Jesús la instituyó. La Eucaristía es un acto de transformación, de unión, pues en ella Cristo nos hace uno con él y, así nos hace parte de su comunidad, de su familia.
Este jueves santo somos invitados a contemplar en nuestra vida cotidiana la fuerza del amor de Cristo, a no olvidar que el se entrega por nosotros, a ser conscientes que él es quien nos capacita y nos da la gracia para servirle, que lo que hemos recibido viene de él, que somos instrumentos de su gracia, que somos sus siervos, que él nos ha lavado y purificado con sus sangre, para que seamos imagen suya y portemos el anuncio del perdón, de la gracia y del amor. Así nos lo enseñó Agustín:
“Reconoced en el pan lo que colgó del madero, y en el cáliz lo que manó del costado…Recibid, pues, y comed el cuerpo de Cristo, transformados y vosotros mismos en miembros de Cristo, en el cuerpo de Cristo; recibid y bebed la sangre de Cristo. No os desvinculéis, comed el vínculo que os une; no os estiméis en poco, bebed vuestro precio. A la manera como se transforma en vosotros cualquier cosa que coméis o bebéis, transformaos también vosotros en el cuerpo de Cristo viviendo en actitud obediente y piadosa» (Serm 228 B,3).
Por Tomás Ortega, agustino recoleto