La jornada posterior al Viernes Santo y que antecede a la Pascua es un día marcado por el silencio y la meditación. Así lo explica en este artículo el agustino recoleto Bruno D’Andrea
En algunos de sus sermones sobre la Pasión de Cristo san Agustín señala que su pasión es exemplum et doctrina patientiae -ejemplo y enseñanza de paciencia- pero además es la seguridad de alcanzar la gloria. Por esto, aun en clima de Viernes Santo, el obispo de Hipona se atrevía decir: “No sólo no debemos avergonzarnos de la muerte del Señor, nuestro Dios, sino más bien poner en ella toda nuestra confianza y nuestra gloria”. Además exhortaba a sus fieles diciendo: “llenos de coraje, confesemos, o más bien profesemos, hermanos, que Cristo fue crucificado por nosotros; digámoslo llenos de gozo, no de temor; gloriándonos, no avergonzándonos” (Serm. 218C).
Esta clave de interpretación agustiniana nos puede ayudar a comprender el significado del Sábado Santo en el corazón del Triduo Pascual.
El Sábado Santo es el día de la Semana Santa marcado especialmente por el silencio y la meditación. La imagen que puede venir a nuestra mente es la de la misma Iglesia que medita y ora junto al sepulcro de su Señor con la expectativa puesta en la resurrección, al menos así lo sugieren las rúbricas del Misal Romano. Por eso, no cabe pensar en un silencio o en una meditación vacíos de contenido, por el contrario el silencio del Sábado Santo es un silencio que busca entender, que busca penetrar en el hondo significado de la muerte del Señor y, en definitiva, que intenta redescubrir el sentido de la vida cristiana.
En otras palabras, el Sábado Santo es la jornada de tránsito que nos conduce de lo acaecido en el Calvario a lo que cambia la vida del ser humano sobre esta tierra: el anuncio de Cristo vencedor del pecado y de la muerte.
Por eso se entienden perfectamente las palabras de Benedicto XVI, entonces Card. Ratzinger: “esto es el sábado santo: el día del ocultamiento de Dios, el día de esa inmensa paradoja que expresamos en el credo con las palabras «descendió a los infiernos», descendió al misterio de la muerte (…) El misterio más oscuro de la fe es, simultáneamente, la señal más brillante de una esperanza sin fronteras. Todavía más: a través del silencio mortal del sábado santo, pudieron comprender los discípulos quién era Jesús realmente y qué significaba verdaderamente su mensaje. Dios debió morir por ellos para poder vivir de verdad ellos” (Ser Cristiano, 88-89).
Vivir de verdad, así se puede definir uno de los grandes deseos del corazón humano: una vida que cruce las fronteras de la existencia terrena y que merezca ser llamada verdadera. De este modo, para conectar con nuestro deseo de Vida con mayúscula, no debemos perder la oportunidad de redescubrir, como los primeros discípulos lo hicieron, quién es Jesús y qué significa en nuestra vida.
El Sábado Santo es una oportunidad para ello: aprovechemos el silencio para hablar con Él, que conoció la muerte por el sólo motivo del amor, y preguntémosle en qué lugar de toda esta historia nos encontramos. Probablemente lleguemos a descubrir que fuimos salvados, rescatados de la última soledad: la muerte. Y sintamos de verdad que el silencio del Sábado Santo susurra toda nuestra esperanza.
Por Bruno D’Andrea, agustino recoleto