San Alonso de Orozco recuerda la importancia del ayuno para el cristiano y la necesidad del recogimiento para orar con Dios en la Cuaresma
Ayuno
El ayuno está tan loado en la Sagrada Escritura, que por él los ninivitas, una gente sin fe, aplacaron la justicias rigurosa de Dios; Moisés, para recibir la ley, ayunó cuarenta días con sus noches; el bienaventurado san Pablo en tres días no comió no bebió, luego que fue convertido, y así mereció ver a Dios, siendo robado al tercer cielo; finalmente el ayuno derriba los vicios, levanta el alma al cielo y alcanza gran favor de Dios.
Ejemplo preclaro en la presente materia nos ofrece Jesucristo, nuestro invencible Príncipe, quien ‘guiado por el Espíritu Santo se retiró al desierto’ -ayunando cuarenta días-, acabados los cuales triunfó completamente a Satanás y, fuertemente amarrado, lo puso a nuestros pies. Cosa digna de admiración, amadísimo hermano: Dios, el omnipotente, por cuyo imperio todo se gobierna y conserva, no quiso entrar en batalla con el astuto enemigo antes de mortificar la carne con una larga y austerísima abstinencia de cuarenta días, con cuyo ejemplo somos sabiamente aleccionados para que, venciendo nuestra pusilanimidad y cobardía, desbaratemos con frecuentes ayunos a nuestro doméstico tirano. Se retira también nuestro Salvador a ayunar al desierto, huyendo de las alabanzas de los hombres. Es lo que debemos hacer en Cuaresma.
Nuestro Padre dice que nos dispongamos para la oración siendo abstinentes y ayunando, no según nuestro deseo querría, sino según nuestra flaqueza lo sufre. Esto es lo que san Pablo amonesta, que nuestro sacrificio sea puesto en razón, y que vaya siempre, según Dios lo mandaba en la ley, acompañado con sal de sabiduría y discreción.
Recogimiento
Lo que suplico, mi dulcísimo Redentor, es que me llevéis tras vos a este vergel y paraíso a donde vais a orar. Acompañen a vuestra Majestad todas nuestras potencias, como apostolado fiel y obediente, para que, olvidado el tumulto y turbación de esta Babilonia y valle de lágrimas, salgamos al campo adonde vais a orar.
El Señor nos llama cada día y cada hora, como llamó allí a sus apóstoles, para que nos levantemos y vayamos a orar en secreto, dejando compañía de hombres para gozar de nuestra compañía de ángeles. Muchas veces se apartó solo nuestro Redentos parar orar en el monte de los Olivos, según dice san Lucas: no por necesidad de apartarse para orar con más quietud el que siempre gozaba de la visión beatífica del Verbo Dios, sino para que diese regla a nuestra flaqueza de seguir tal documento, orando con soledad y recogimiento.
En Cuaresma, te has de comenzar a disponer para orar, imitando al Redentor del mundo, dejando no solamente los negocios de casa y las compañías que quiten la oración, lo cual significa salir de Jerusalén, mas aun todo pensamiento extraño e impertinente se ha de olvidar, porque no basta estar solitaria el alma cuando ora, sino que ha de callar para que se levante sobre sí misma. Así lo dice Jeremías: «Sentaráse solo y callará, levantándose sobre sí mismo». Aquel se asienta en la oración, que descansa perseverando en ella; y entonces calla, cuando a todos sus pensamientos pone silencio.
San Alonso de Orozco