Entre el 15 y el 18 de junio se ha celebrado en Roma el Congreso "Religiosas en red contra el tráfico de personas", organizado por la Unión Internacional de Superioras Generales (UISG) y por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). En la presentación del acto, el agustino recoleto Eusebio Hernández, jefe de oficina en la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, explicó que “el problema de la trata de seres humanos constituye una nueva forma de esclavitud del siglo XXI que vulnera la dignidad y la libertad de tantas mujeres y niñas, y hoy también de hombres y muchachos, procedentes en su mayor parte de países pobres”.
“Estas nuevas formas de pobreza nos recuerdan que la vida religiosa está llamada, por vocación, a desempeñar un papel profético en la sociedad y la Iglesia de nuestra época. Una visión nueva de la caridad debe llevar a la vida consagrada a las nuevas fronteras de la evangelización, a las nuevas formas de pobreza, entre las cuales una de las más graves es la pérdida de la propia dignidad", indicó.
Intervención
Por su interés, reproducimos íntegramente la intervención del padre Eusebio Hernández traducida del original italiano para su publicación en la web oficial de la Orden:
“La Iglesia espera mucho, sobre todo de las mujeres consagradas, para obtener “una aportación original para promover la doctrina y las costumbres de la vida familiar y social, especialmente en lo que se refiere a la dignidad de la mujer y al respeto de la vida humana” (Vita consecrata 58).
Esta reunión constituye el segundo congreso sobre este tema. La finalidad es valorar la actuación de los contenidos de la Declaración Final del pasado año, y considerar cómo completar un plan de acción compartido para el futuro.
La afirmación central de la Declaración del año pasado fue: “Denunciamos que la trata de personas es un crimen y que representa una grave ofensa contra la dignidad de la persona y una seria violación de los derechos humanos”. El comercio de personas constituye un ultraje a la dignidad humana y una grave violación de los derechos humanos fundamentales. El Concilio Vaticano II ya había definido como “vergonzosos” “la esclavitud, la prostitución, el comercio de mujeres y de jóvenes” (Gaudium et spes, n. 27).
El Santo Padre, Benedicto XVI, en el mensaje para la Jornada de la Paz de 2007, manifestó una atención particular a la condición femenina y denunció que la explotación, la discriminación y las diversas formas de violencia contra las mujeres constituyen una falta de respeto a la dignidad de la mujer.
Trata de personas
La Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica ha estudiado este argumento en un encuentro del “Consejo de los 16”, ya en enero de 2006. El problema de “la trata de seres humanos” constituye una nueva forma de esclavitud del siglo XXI, que hiere la dignidad y la libertad de tantas mujeres y menores, y hoy también de jóvenes y hombres, que proceden en general de países pobres.
Durante el congreso seguramente surgirá el drama crudo y humillante de tantas mujeres víctimas de explotación y el papel de tantas religiosas que, fieles a sus propios carismas de fundación, han sabido arriesgar y responder con coraje a estos nuevos retos. En las Orientaciones para la pastoral de la calle del Consejo Pontificio para los migrantes y los itinerantes venían específicamente responsabilizadas las Conferencias de superiores mayores de los religiosos para elegir personas que fueran elemento de enlace de la red operante en el interior y exterior de los propios países. La Unión de Superioras Mayores de las Religiosas de Italia (USMI) desde hace tiempo actúa de enlace entre tantas religiosas y ha solicitado la creación de casas de acogida para estas chicas. Será importante encontrar ahora el modo de reforzar y extender esta red de conocimiento, de intervención y colaboración; en particular es importante consolidar el trabajo en red entre países de origen, tránsito y destino.
Función profética
Pienso, también, que este urgente reto requiere una preparación y una implicación mayor del personal eclesiástico y religioso en las variadas esferas de la vida parroquial, familiar y social. Hay necesidad de trabajar mucho en la formación de jóvenes en la escuela y en las parroquias para suscitar en ellos el valor del respeto por la persona, cuya dignidad no puede ser nunca mercantilizada. La represión y el castigo no sirven si no se forman las conciencias en los verdaderos valores, humanos y cristianos.
Estas nuevas formas de pobreza nos recuerdan que la vida religiosa está llamada, por vocación, a desarrollar una función profética en la sociedad y en la Iglesia de hoy. Una nueva fantasía de la caridad debe llevar la vida consagrada a las nuevas fronteras de la evangelización, de las nuevas formas de pobreza, y entre las más graves, la pérdida de la propia dignidad. No puedo terminar esta breve intervención sin un particular pensamiento de afecto y de agradecimiento a cuantos trabajan en este delicado y difícil campo de apostolado.
Mi pensamiento se dirige especialmente a las mujeres consagradas que, habiendo hecho la elección irrevocable de “amar a Dios sobre todas las cosas”, se inclinan con misericordia ante los hermanos y hermanas que más sufren y son más infelices, porque están humillados y privados del don más precioso, la dignidad misma del ser humano. A todas estas personas, nuestro agradecimiento y nuestro especial recuerdo en la oración: sin estas “samaritanas”, la humanidad sería más pobre y más triste.