Para facilitar una visión de conjunto y suscitar el interés ofrecemos en documento adjunto la segunda parte de esta entrevista completa para quien desee profundizar sobre el tema.
P.- ¿Qué tienen que aportar a la vida espiritual de la Iglesia los agustinos recoletos?
R.- Como agustinos nos toca subrayar –mimar diría yo– la vida común o vida fraterna en comunidad. Esa idea movió a Agustín a abrazar este género de vida y a llamar a otros a compartirla. Y como recoletos nos corresponde empeñarnos en dar concreción a esas ideas, cuidando al máximo las relaciones humanas y desterrando cuanto pueda entorpecerlas y empañarlas. En esa tarea resulta particularmente precioso el aporte de la sobriedad y de la sencillez, actitudes que preparan y abonan el terreno para aquella germine, crezca y madure con relativa facilidad.
Otro de nuestros posibles aportes deriva de nuestra espiritualidad, es decir, de la interioridad o tensión contemplativa. Nuestra vida interior nos debe mover para ayudar a nuestros contemporáneos a redescubrir a Dios. Pero quizá nos falten convicción y tradición. Ni en nuestras parroquias ni en nuestros colegios ni en nuestras comunidades abundan los maestros, espacios y tiempos de oración.
Carisma
P.- ¿Qué queda del espíritu de la recolección que motivó el nacimiento de la Orden?
R.- La Historia no ha sido benigna con nuestra Orden. Hoy conocemos bastante bien nuestro origen, sabemos de dónde venimos y cuáles fueron los móviles e ideales de nuestros padres. Sabemos también cómo y cuándo embocamos la parábola descendente y cómo y cuándo ésta se consumó hasta quedar casi convertidos en un grupo de espiritualidad sacerdotal e individualista, alejada de la ascesis recogida y comunitaria de nuestros orígenes. Pero la fuerza de la inercia y el influjo de las estructuras creadas, y también una buena dosis de temor ante un carisma exigente, que requiere esfuerzo, estudio y creatividad, nos paralizan o al menos nos restan entusiasmo y nos colocan a la defensiva, contentándonos con imitar los modelos de vida religiosa del momento, que pueden ser muy buenos y muy dignos pero que no responden plenamente al modelo recoleto. No es, pues, hoy el desconocimiento de nuestro origen y de nuestro carisma nuestra carencia más grave. Lo que se echa en falta es la percepción y el aprecio de su valor, amén de una cierta dosis de valentía para afrontarlo con sinceridad y ánimo desapasionado.
Oración
P.- ¿Cree que es necesario un nuevo impulso en la Orden y en la Iglesia para redescubrir el valor de la oración? ¿Por qué?
R.- Creo que en estos últimos lustros hemos asistido a una cierta recuperación de la oración tanto en la Iglesia como en la Orden. Ya no se la ridiculiza como en décadas anteriores y tampoco se suele dudar de su valor. Los movimientos, asociaciones y personas carismáticas han reivindicado el papel irrenunciable de la oración en la vida cristiana. Todo ello ha cambiado el modo de pensar de los fieles, al menos de los más comprometidos, y desde luego también el de los frailes. Hoy se reza más. Pero este nuevo panorama teórico no ha desarrollado todavía todas sus potencialidades. En este campo queda mucho por hacer.
Santidad
P.- ¿Es posible ser santo siendo agustino recoleto? ¿Cómo?
R.- No creo que ningún agustino recoleto dude a la hora de responder a la primera parte de la pregunta. El simple hecho de ser una orden aprobada por la Iglesia nos asegura de que es un camino apto para alcanzar la santidad. Y la historia nos confirma en esa creencia. En todos los siglos, pero de modo especial en el primero, ha habido agustinos recoletos que han seguido de cerca a Jesucristo y han servido heroicamente a los hombres, predicando el evangelio y tratando de aliviar la vida de los hombres a su paso por este mundo.
Actualmente la orden espera la glorificación de cuatro hijos suyos. Son cuatro religiosos de carácter y biografía muy diversos, y eso ya me ayuda a responder a la segunda parte de tu pregunta. Ignacio Martínez (fallecido en 1942) se santificó en las soledades inmensas de Lábrea, dedicado en cuerpo y alma a la evangelización de sus pobres y escasos habitantes, muriendo solo, sin la compañía de un hermano que cerrara sus ojos y elevara al Señor una plegaria por su alma. Mariano Gazpio (fallecido en 1989) se adentró por los caminos de la santidad en las misiones de China y prosiguió con paso expedito en los claustros de Monteagudo y Marcilla. Alfonso Gallegos (fallecido en 1991) la alcanzó entre la juventud violenta y desorientada de las barriadas de Los Ángeles; y Jenaro Fernández (fallecido en 1972), entre papelotes de archivo, al lado de los enfermos y pobres de los barrios bajos de Roma, y tramitando expedientes o redactando votos para las congregaciones romanas. Los agustinos recoletos, pues, al igual que todos los cristianos pueden santificarse en cualquier parte del mundo y desempeñando cualquier clase de trabajo. Quizá existan algunos rasgos que no faltan en ninguno de nuestros santos son el silencio, la sencillez, la humildad y el cumplimiento fiel y callado de sus deberes comunitarios y pastorales. La humildad salta a la vista incluso en religiosos que nadie ha pensado en elevar a los altares, pero que el pueblo y los religiosos que convivieron con ellos siempre los tuvieron por santos.
Clausura
P.- ¿Cómo entiende el papel de las religiosas agustinas recoletas de clausura dedicadas sólo a la oración?
R.- Una eclesiología sana, consciente del puesto central de Dios en la vida de la Iglesia, no tiene objeción alguna contra su sistema de vida. Entre nosotros quizá haya sido monseñor Martín Legarra (1910-1985) quien mejor ha sintonizado con estas ideas, que hunden sus raíces en el dogma de Comunión de los Santos. Al menos ha sido quien más voz les ha dado. Apenas se hizo cargo de la prelatura panameña de Bocas del Toro, se percató de que él solo no podría llevar carga tan pesada y de que el éxito de sus labores no dependía exclusivamente de sus misioneros. Necesitaba otros apoyos. Uno de ellos, el principal, lo fundamentó en la oración de sus hermanas las agustinas recoletas de clausura. Al instante las eligió madrinas de su misión y por medio de frecuentes misivas las mantuvo siempre al tanto de la marcha de sus trabajos.
Además de esta complementariedad de funciones en la Iglesia, los recoletos de estas últimas décadas valoramos los lazos fraternos que con ellas nos unen y nos hemos esforzado por estrecharlos. Esta fraternidad ha cristalizado en la Asociación de los monasterios de las recoletas con la Orden, aprobada definitivamente en 1993 tras cinco años de experiencia, cuyos resultados la Santa Sede calificó de muy positivos.
La substancial fidelidad de las religiosas a su carisma inicial ayuda a los frailes a volver los ojos a sus orígenes y suscita en ellos reflexiones e interrogantes sobre su propia evolución carismática.
Gracias padre Ángel por darnos a conocer con tantos datos la riqueza de nuestra historia y por suscitar la inquietud de que también hoy estamos llamados a vivir el carisma agustino-recoleto como camino de unión con Cristo y servicio a la Iglesia y a nuestra sociedad.