El padre Tirso Alesanco no fue nunca un religioso de tantos. Era brillante en la cátedra, agudo en el debate, de trato agradable, gracioso y ocurrente en las conversaciones, y certero a la hora de aprisionar conceptos en fórmulas breves y claras. Había nacido en el mismo pueblo de San Millán, a escasos metros del monasterio, en 1917, y en él pasó no pocos años de su vida. Primero, como estudiante de filosofía, durante los años de la República; luego, como profesor de la misma materia; y, finalmente, desde 1992 hasta su muerte, como miembro teóricamente jubilado de la comunidad. Las últimas décadas de su vida las dedicó a compartir sus conocimientos con las agustinas recoletas de clausura recorriendo todos los monasterios de España.
Alesanco poseía conocimientos superiores a lo normal, amor a las letras, agudeza y apertura de mente, gracejo y buen decir. Durante varios lustros la cátedra fue su ocupación casi única y a ella dedicó todos sus afanes, con gran fruto de sus discípulos que aún recuerdan su claridad expositiva.
Agustinólogo
En 1987 dirigió el número con que la revista CONFER quiso celebrar el XVI Centenario de la Conversión de san Agustín, contribuyendo con un ensayo sobre el «Sentido agustiniano de la obediencia, de la pobreza y de la castidad».
Su aportación más sustantiva fue el libro Filosofía de San Agustín. Síntesis de su pensamiento, publicado el año 2004 en Madrid por la Editorial Avgvstinvs. Es un libro de 511 páginas, en el que analiza de modo muy personal el pensamiento agustiniano sobre el hombre, sobre Dios y sobre el binomio hombre-Dios.
Había nacido en el mismo pueblo de San Millán, a escasos metros del monasterio, en 1917, y en él pasó no pocos años de su vida. El libro sobresale también por la calidad de su prosa. Frente al lenguaje abstruso y la ramplonería literaria de que suelen adolecer los tratados filosóficos, la de éste es siempre clara y precisa, y a veces hasta brillante. No es tampoco un centón hecho de retazos ajenos. Tirso ha leído las obras de Agustín y ha reflexionado largamente sobre ellas. Y su escrito es fruto de esa reflexión. Es, pues, una obra muy personal, lo que constituye otro gran valor en una época en que se escribe tanto sobre el santo y a menudo sin haberse adentrado personalmente en la lectura sistemática de sus obras, dependiendo de lecturas e interpretaciones ajenas. La suya es una obra sistemática y lógica, que trata de reducir la filosofía agustiniana a sus elementos y líneas esenciales, de las que después deduce consecuencias y corolarios que proporcionan al libro espesor y sentido de totalidad. Es también de agradecer la cantidad y calidad de los textos reproducidos o citados, en los que los no especialistas, como serán la mayoría de sus lectores, encuentran un tesoro y una guía para sus propias reflexiones.