-P.- ¿Monseñor, cuántos años estuvo en el colegio Fray Luis de León?
– R.- Fui alumno del Fray Luis dos años. Cursé tercero (1952-1953) y cuarto (1953-54) de educación primaria. Como era monaguillo en la parroquia de Santa Teresa, donde vivía mi familia, el párroco monseñor Hortensio Antonio Carrillo, no quiso que continuara allí porque los frailes me podían llevar con ellos y él prefería que yo fuera como él, sacerdote diocesano. Eso lo supe muchos años después. El se confabuló con mis padres para ofrecerles que estudiara el quinto grado en el Colegio Parroquial Santa Teresa, becado por él. Al año siguiente (1955-56) ingresé al Seminario Menor de Caracas, donde concluí mis estudios primarios e hice la secundaria.
– P.- ¿Cuál era el nivel académico en el Fray Luis?
– R.- El nivel académico era excelente y exigente. Eso lo reconocía todo el mundo, y mis padres se sentían muy contentos de que yo progresara en el estudio, la lectura y las diversas materias. Desde pequeño me atrajeron más las humanidades. Además, eran muchas las oportunidades de concursos y carteleras de honor que estimulaban el estudio. A eso se unía la bondad del padre Hilario Briones, con quien me sentí siempre muy ligado. Además de su bondad, era el ecónomo. Tenía siempre algo que darnos: caramelos, cuadernos, historietas. Cuando nos poníamos traviesos, con la correa nos amenazaba. Su sonrisa bondadosa y su preocupación por nosotros, lo convertía en el ángel de la guarda de los pequeños. El profesor de literatura, seglar español, era un hombre serio pero un profesor de primera.
Semilla vocacional
– P.- ¿Había formación religiosa?¿Cree que pudo influir aquello en su vocación sacerdotal?
– R.- Por supuesto que teníamos formación religiosa. Pero, sobre todo, una disciplina que, sin ser exagerada, nos hacía sentir orgullosos de nuestro colegio de clase media, pero que competía en muchos aspectos con los de mayor nombre y rango. Mi preparación para la primera comunión fue en el Colegio. La hice el 8 de diciembre de 1952 y mi maestro fue el padre Hilario. No es común que a uno lo prepare un sacerdote para la primera comunión. Teníamos la oración de cada día. Por grupos nos llevaban a la capilla la iglesia de San Agustín, anexa al Colegio y a veces teníamos misa. No fue algo atosigante, sino más bien embelesante. Creo que aquel clima sembró en mí la semilla de la vocación sacerdotal, y mi primer espejo fue el padre Hilario. Y creo que mi afición a san Agustín y a fray Luis de León nació también allí y luego se acrecentó en mis años salmantinos.
P.- ¿Qué les parecían a ustedes, niños venezolanos de entonces, aquellos frailes españoles, quizá algo bruscos, un poco “montaraces”?
– R.- Aquellos frailes españoles y alguno venezolano pero que hablaba con acento y tono castellano, nos impresionaban y eran objeto de risas, pues nos poníamos a imitarlos, pronunciando la zeta o la ce, y remedando palabras que no entendíamos, como ‘chavales’, o algún verbo malsonante para nosotros… Más que montaraces, nos resultaban serios; pero en los recreos nos acercábamos con confianza a preguntarles cosas o a interrogarles sobre el hábito…
Táchira, Salamanca y San Millán
– P. ¿Cuál es su relación con los agustinos recoletos?
– R.- A los agustinos recoletos los conocí desde niño, pues mi padre era tachirense, y mi familia Porras tenía una amistad estrecha con el viejo padre Francisco Frías, párroco de Palmira (Táchira), de donde eran todos ellos. Fumador empedernido, con una voz grave que asustaba, pero que al ir a visitarlo con mi abuela y tías, nos obsequiaba de todo. Más tarde, fui a estudiar a Salamanca la teología. El entonces nuevo colegio de los agustinos que, si mal no recuerdo, quedaba por las inmediaciones de la Plaza de Toros, en la carretera de Zamora, era lugar privilegiado para ir a jugar baloncesto. Los intercambios de todo tipo entre los colegiales de los diversos colegios mayores, en aquellos años, era muy fluida.
Recuerdo que al término de la segunda sesión del Concilio Vaticano II, mi obispo, monseñor Salas, junto con monseñor Jesús María Pellín, obispo auxiliar de Caracas, se detuvieron uno o dos días en Madrid. Yo fui desde Salamanca hasta Madrid a verlos. El almuerzo fue en la casa provincial de los agustinos recoletos, creo que por las cercanías de Ventas. Para mí fue experiencia inolvidable: monseñor Pellín era terciario agustino y se arrodilló delante del superior para pedir la bendición. Como escribo de memoria, me parece que uno de ellos era el padre Feliciano Alonso. Recordaron anécdotas de sus años jóvenes en Venezuela. Tuvieron que entrar como polizones, sin hábito religioso, aduciendo ser educadores, albañiles y otras profesiones para entrar, porque estaban vigentes las normas guzmancistas aunque ya Gómez tenía una década en el poder… Sobre la compra de los terrenos para la iglesia de San Agustín y el posterior colegio aquí, en Caracas, fueron tildados de locos, pues esos solares ¡entonces estaban fuera de la ciudad! Sobre todo me impresionó, yo tenía 19 ó 20 años , el amor que sentían por Venezuela, donde dejaron lo mejor de sus vidas.
Cuando volví a España para el doctorado, después de la muerte de Franco, tuve oportunidad de estar varias veces en San Millán y comarca, y conocer de cerca aquel enclave de cultura, santidad y presencia agustiniana. Uno de esos años coincidí con el padre Hilario en casa de su hermana. Me acompañaba la familia del padre jesuita Pedro Trigo, que vivía en Haro.
Herencia recoleta
– P. ¿Qué juicio le merece la historia y actualidad de los recoletos en Venezuela?
– R.- De obispo, he tenido ocasiones para visitar a los agustinos recoletos tanto en España como en Italia. Y me alegra que recientemente al padre Eusebio Hernández lo hayan nombrado Obispo de Tarazona. Su labor, de cara a América Latina, goza de amplio reconocimiento. En el CELAM, he compartido durante varios años responsabilidades con monseñor José Luis Lacunza, obispo de David, en Panamá. En Bogotá, con motivo de los 400 años de la Recolección agustiniana, visité la exposición que a tal efecto se hizo en la céntrica iglesia a ellos confiados. Y los tres tomos de la historia de la Orden en la Nueva Granada, siempre me han interesado por la proyección en lo que es hoy territorio venezolano.
La historia de los agustinos recoletos en Venezuela está por hacerse. La preocupación por las vocaciones nativas ha sido desde muy atrás preocupación fundamental. Prueba de ello, las casas de Palmira. Caracas, Coro, Maracaibo, San Cristóbal y ahora en Ejido, Mérida, dan testimonio de una presencia evangelizadora cargada de su herencia espiritual densa y profunda.
Iglesia crítica
– P. ¿Puede decirnos algo de la situación de la Iglesia en Venezuela?
– R.- La Iglesia en Venezuela convive con el pueblo venezolano y las instituciones en ella existentes un proceso complejo y disolutorio de su identidad. Su postura crítica pero constructiva no es aceptada por un gobierno que por sectario no acepta sino amigos incondicionales. Ello ha roto una larga tradición de convivencia y cordialidad, que fueron distintivos de nuestra sociedad. Estamos conscientes de que el mejor testimonio evangelizador pasa por la reconciliación y el perdón, la búsqueda de una democracia plural, respetuosa, en la que brille la paz y no la violencia, la verdad y trasparencia, más que la manipulación y el mensaje mediático. La pobreza crece, las posibilidades de empleo disminuyen, y hay un espejismo de populismo que tiene paralizada las muchas posibilidades de una sociedad que anhela un futuro mejor. Creyentes y hombres de buena voluntad tenemos la obligación de trabajar por los valores fundamentales de una sociedad plural, respetuosa y abierta a todos. A la jerarquía católica le ha tocado un momento difícil, pues los ataques y las descalificaciones oficiales son permanentes. Sin embargo, es la institución que goza de una altísima credibilidad y confianza por parte de la mayor parte de la población.