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Mario Alberto Molina: “Le pido a san Agustín ser un obispo a su estilo, humano y misericordioso”

P.- Usted es nacido en la Ciudad de Panamá, ¿se siente cómodo como obispo en Guatemala?
R.- Llegar a ser obispo en Guatemala, a pesar de haber nacido en Panamá, fue para mí la exigencia para prestar un nuevo servicio a esta Iglesia, fruto de los 19 años de entrega y servicio a la Iglesia en Guatemala antes de mi nombramiento. Todos esos años fueron de compromiso y entrega de lo mejor de mí mismo, para que el Evangelio y Jesucristo tuvieran vigencia y aceptación en la Iglesia en Guatemala.

San Agustín

P.- ¿En qué medida se siente heredero de san Agustín en su servicio a la comunidad como obispo?
R.- Cuando fui nombrado obispo de Quiché en octubre del año 2004 estaba en Roma. En noviembre de aquel año los restos de san Agustín fueron traídos desde Pavía a Roma, de modo que pude venerarlos. Mi oración ante esos restos fue ser un obispo a su estilo: humano y misericordioso con todos, claro y firme en la verdad del evangelio, empeñado en la unidad de la Iglesia, compasivo con los pecadores, y decidido en la búsqueda y en el empeño de agradar sólo a Dios.

Mi lema episcopal es una frase de la primera carta a los Corintios (14, 4): Ut eclesial aedficationem accipiat (“Que se edifique la Iglesia”). La Iglesia es la madre que nos engendra a la vida y a la esperanza, que nos mueve a vivir en fraternidad, que nos fortalece en el camino de la santidad.

Universidad y campo

P.- Al principio era profesor y llegó a ser incluso decano de la universidad, ¿le resultó fácil pasar a ser obispo de Quiché?
R.- Mi preparación inmediata para el episcopado en Quiché, un área rural y pobre, fueron los dos años y medio que fungí como párroco, en el tiempo inmediatamente previo al nombramiento, en un área obrera de la ciudad de Guatemala, constituida en gran parte por gente emigrada del interior del país, incluso de Quiché.

Efectivamente, yo había estado trabajando principalmente en la docencia bíblica y teológica, en la administración académica como decano de teología en la Universidad Rafael Landívar, en la colaboración estrecha con los obispos como secretario adjunto de la Conferencia Episcopal. Éstos fueron trabajos que me introdujeron en el mundo académico, social y político de Guatemala.

P.- ¿Qué dificultades encontró?
R.- Pasar de estos trabajos a ser párroco constituyó una crisis identitaria. Pero fue mi preparación para llegar a Quiché, pues para mí fue relativamente fácil pasar de esa parroquia al trabajo de obispo en Quiché. El obispo, en un lugar como Quiché, vive de manera muy sencilla. Yo tomé como criterio de acción pastoral ser accesible a quien tocara las puertas del obispado. Uno tiene que aprender a escuchar, a analizar, a rezar y a aconsejar.

Las dificultades físicas más grandes fueron los desplazamientos geográficos, muy mejorados en relación con lo que tuvo que pasar mi predecesor. Las dificultades humanas más graves fueron los conflictos en el seno de las comunidades por pugnas entre grupos rivales dentro de la misma Iglesia.

Indígenas



Convesando el miércoles santo, 8 de abril de 2009

P.- ¿Cómo ha afrontado la cuestión indígena en Quiché?
R.- Mi experiencia de seis años y medio en Quiché tuvo como objetivo y propósito fortalecer la identidad católica de la Iglesia en esa región. Quiché venía de una experiencia pastoral muy fuerte en tema de revalorización de las identidades indígenas de los principales grupos étnicos que habitan el departamento: el quiché, el ixil, y el queqchí. Sin embargo esa valoración de lo indígena se confundió, con la mejor voluntad del mundo, con el proceso pastoral de la inculturación. En la comprensión de la Iglesia, la inculturación es la meta de toda evangelización, que consiste en lograr que el Evangelio y la persona de Jesús ilumine de tal modo la vida, el pensamiento y las acciones de las personas, que la cultura de ese pueblo se articule y crezca en torno a la propuesta de Jesús. Este proceso implica con frecuencia tanto el fortalecimiento de los valores culturales coherentes con el evangelio como la corrección y supresión de aquellas costumbres, cosmovisiones y prácticas religiosas incompatibles con el Evangelio. El proceso social de redefinición y revalorización de las identidades mayas tiene otras dinámicas y objetivos, y consiste en reafirmar identidades étnicas en el contexto de la globalización.

Al mezclarse los dos procesos, algunas personas hablaban en esta coyuntura de descubrir el Evangelio en el corazón de la cultura maya, lo que llevaba a la postre a reconocer como Evangelio sólo algunos elementos culturales más que a una cristianización de la cultura maya. Ayudar a distinguir estos dos procesos, valorar su incidencia, y clarificar la misión de la Iglesia fue un trabajo articulador de mi empeño pastoral. En seis años y medio apenas logré sentar las bases para el desarrollo de este proyecto pastoral.

Pobreza

P.- El panorama social y político sigue siendo enormemente complicado
R.- Quiché es un territorio vastísimo, con una orografía muy accidentada, y por lo tanto de difícil comunicación. Las parroquias más distantes de la sede episcopal están a más de diez horas de viaje en carro, en una ruta que obliga salir del territorio de Quiché y rodearlo pasando por otras cinco diócesis antes de llegar a destino. Quiché tiene actualmente una población de cerca de un millón de habitantes en una extensión de 8,300 kilómetros cuadrados. No todo el territorio está habitado, pues hay algunas zonas boscosas.

La pobreza es grande; la falta de oportunidades para el desarrollo, crónicas. Fue uno de los escenarios en los que se desarrolló la guerra de la década de los 80 del siglo pasado, causando un enorme sufrimiento, incontables masacres, desplazamiento de población. Las condiciones de vida han mejorado desde aquellos años, pero sigue siendo un departamento sin oportunidades.

La migración es la única salida, de modo que el número de quichelenses en los Estados Unidos fácilmente equivale al 15% de la población que se quedó. El desarrollo vendrá con el incremento de la cobertura educativa y la mejora de su calidad; con el desarrollo de las inversiones creadoras de puestos de trabajo, pero a estas cosas aparentemente obvias y sencillas se oponen fuerzas políticas ideologizadas.

Quiché

P.- ¿Cómo está organizada en lo eclesiástico la que hasta ahora ha sido su diócesis?

R.- La Diócesis de Quiché cuenta con 28 parroquias. Cuatro de ellas no tienen párroco residente. Hay 35 sacerdotes en Quiché, contando tanto a seculares como a religiosos. El número es totalmente insuficiente para atender a la población. De allí que sólo poco más de la mitad de la población se declare católica. La gente tiende a crearse una religión a su medida y gusto. Proliferan los grupos pentecostales. Hay un sentido fuerte de lo religioso, pero la formación cristiana es muy deficiente.

El obispo siempre fue recibido con alegría, con cariño, con respeto. Las satisfacciones más grandes que recibí fueron los encuentros de formación con catequistas y colaboradores laicos en las parroquias, cuando visitaba sus comunidades. Hay un deseo genuino de saber, de conocer mejor la Palabra de Dios.

Los Altos



Recibimiento y procesión de entrada en San Marcos, Rocnimá, Ixcan

P.- ¿Cómo es la nueva diócesis que le han encomendado? ¿Cómo la describiría?
R.- La Arquidiócesis de Los Altos está formada por los departamentos de Quetzaltenango y Totonicapán. Los agustinos recoletos tenemos presencia en estos departamentos desde el año 1958, excepto por un período de unos veinte años de ausencia en Quetzaltenango. Quetzaltenango, conocida también como Xelajú (la “x” tiene el sonido de la “sh” inglesa) es la segunda ciudad del país. Es centro cultural, industrial, comercial y social. La ciudad fue la cabecera del Estado de los Altos en el siglo XIX, cuando brevemente el occidente de Guatemala se constituyó en estado independiente dentro de la Federación de Estados Centroamericanos. La población autóctona es quiché en su mayoría, pero en la zona noroccidental hay algunos municipios de habla mam.

El departamento de Quetzaltenango es pujante y mira hacia la ciudad de Guatemala con aires de igualdad. En cambio el departamento de Totonicapán puede ser fácilmente el más pobre del país. La población de ambos departamentos debe ser superior al millón de habitantes. La atienden unos 60 sacerdotes, la mitad de los cuales son seculares y la otra mitad religiosos (hay agustinos recoletos, jesuitas, salesianos, paulinos, franciscanos, misioneros de la Palabra).

Es prematuro que describa la situación eclesial de Los Altos antes de conocerla personalmente, pues simplemente repetiría lo que los demás dicen, sin que yo me haya hecho una idea personal de la misma. La diversidad en el presbiterio es grande en muchos aspectos. Esto es sin duda una riqueza, pero es también un desafío para la comunión.

Arzobispo

P.- Se ha destacado el hecho de que usted es, en los tiempos modernos, el primer agustino recoleto que llega a arzobispo: ¿qué supone eso para usted?
R.- Yo no sé a ciencia cierta qué cualidades personales o qué experiencia pastoral inclinaron al Santo Padre a pedirme que asumiera el cuidado pastoral de esta Arquidiócesis. Mi formación bíblica y académica hace de mí un pastor teólogo. En tiempos de necesaria clarificación doctrinal, de nueva evangelización y creatividad pastoral, el acerbo teológico le ofrece a uno una serie de recursos para propuestas que salgan al paso de las inquietudes y búsquedas del corazón humano. Como pastor he aprendido a escuchar, a tratar de entender, pero también he aprendido a discernir el camino del Evangelio tal como lo entiende la Iglesia católica.

Sin duda el puesto de arzobispo de la segunda ciudad más importante de Guatemala me coloca en un puesto de notoriedad, pero también de gran responsabilidad para no dejarme llevar de los honores del cargo, sino para asumir los desafíos de la misión.

P.- ¿Qué desafíos le esperan en la nueva arquidiócesis?
R.- Yo no sé qué complicaciones voy a encontrar ni qué desafíos voy a tener que enfrentar. Pero me consuela un pensamiento. La Iglesia no es obra humana, sino de Dios. El Señor tiene que velar por ella. Nosotros, sus siervos, hacemos lo que podemos; pero es el Señor el que da el crecimiento. A él me confío. En cuanto a privilegios episcopales, no se me ocurre ninguno, fuera de la estima y distinción que uno recibe, pero que no se traduce necesariamente en obediencia sin resistencia a todo lo que uno dispone.

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