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Los agustinos recoletos recuperan “el encuentro” entre la Virgen del Carmen y el Nazareno Negro de Quiapo

La escena reproduce la cuarta estación del viacrucis, el tradicional encuentro de María con Jesús. Una escena sumamente breve, que ha durado tres minutos dentro de una procesión que este año ha durado 18 horas. Sin embargo, para todos los asistentes, ha sido el momento más emotivo.

La agencia de noticias de la Conferencia Episcopal de Filipinas, CBCPNews, informa de cómo el “Dungaw” ha supuesto un reconocimiento a los agustinos recoletos. Ellos han sido durante siglos los guardianes de estas dos imágenes tan veneradas por el pueblo filipino. Ambas son de procedencia mexicana, y desde México viajaron en el Galeón de Manila a comienzos del siglo XVII. El Nazareno llegó junto con los primeros agustinos recoletos, en 1606, y con ellos estuvo instalado en su primer convento manileño de San Juan de Bagumbayan. Ya en 1621, el arzobispo de Manila daba fe de la existencia de una cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno en el convento de Recoletos. La Virgen del Carmen, por su parte, llegó a tierras filipinas transportada por los agustinos recoletos de la tercera misión, en 1618. Era un regalo que les habían hecho, a su paso por la Ciudad de México, las monjas carmelitas descalzas del monasterio de San José. Desde su sede de la basílica de San Sebastián, el culto y devoción de Nuestra Señora del Carmen se difundieron desde hace siglos por todo el Archipiélago.

Procesión multitudinaria

Hoy, la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno se venera en la iglesia de Quiapo, el mismo barrio de San Sebastián, en la vieja Manila. Es conocido como el “Nazareno Negro”, por su color oscuro, que se atribuye al incendio que estuvo a punto de mandar a pique el barco que lo transportaba. Es una imagen del Señor cargado con la cruz, que suscita una enorme devoción entre los fieles. El día de su fiesta, 9 de enero, éstos se dan cita por cientos de miles, muchos de ellos penitentes y descalzos. La enorme aglomeración y el apasionamiento de los devotos provoca con frecuencia muertes por asfixia o aplastamiento; y, tristemente, éstas multiplican la presencia en los medios de este acontecimiento de fe ya de por sí tan popular.

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