Es tradición inveterada que cada cardenal sea titular de una de las iglesias de Roma. Con ello se significa su adscripción al clero romano y su inclusión en el círculo de colaboradores directos del Papa. El propio Pontífice es quien asigna a cada uno la iglesia correspondiente, y su Oficina de Celebraciones Litúrgicas la que fija la fecha y organiza la celebración.
Desde el momento de su investidura como cardenal, el pasado 14 de febrero, se sabía que a monseñor José Luis Lacunza se le había asignado la parroquia de San José de Cupertino, en la zona romana del EUR-Cecchignola. Posteriormente se había fijado para su toma de posesión el día 18 de octubre, Domingo Mundial de las Misiones; como hora, las 6,30 de la tarde, bajo la dirección de Vincenzo Peroni, uno de los ceremonieros pontificios.
En la parroquia
Ya de víspera, Lacunza había dejado sus trabajos en el Sínodo y su residencia en la Curia General de los Agustinos, para instalarse en la parroquia. Era la segunda vez que hacía acto de presencia allí. En marzo había realizado una visita rápida para saludar a los sacerdotes y al consejo parroquial. Esta vez aprovechó para entrevistarse con los jóvenes.
El domingo, la parroquia estaba en ebullición, por los preparativos. En su fachada, junto al emblema del papa Francisco, campeaba flamante el escudo del Cardenal de David. A medida que se acercaba la hora del comienzo de la ceremonia, entre cámaras y fotógrafos de prensa, iban acudiendo invitados de fuera: el obispo de Darién (Panamá), Pedro Joaquín Hernández Cantarero; la embajadora panameña ante la Santa Sede, Miroslava Rosas de Mota, y el embajador del mismo país ante el Gobierno italiano, Fernando Berguido Guizado; y, en fin, diez agustinos recoletos, con su prior general, Miguel Miró, a la cabeza.
Lectura de las bulas
Antes de la celebración eucarística, cuando ya la iglesia rebosaba de fieles, Lacunza se personó en el templo. Vestía sus ropajes cardenalicios, con el capelo escarlata en la cabeza, e iba acompañado por el ceremoniero pontificio. Allí, después de venerar la cruz y asperjar a los fieles con agua bendita, se concentró unos momentos en adoración ante el Santísimo.
Después se dirigió a la sacristía, para revestirse con las vestiduras litúrgicas. Y, con el ingreso procesional de los celebrantes, comenzó la eucaristía, que armonizaba una de las tres corales con que cuenta la parroquia. El formulario litúrgico era el correspondiente al domingo 29 del tiempo ordinario.
Lo único especial fue la lectura, al comienzo de la celebración, de las dos bulas pontificias, ambas fechadas el pasado mes de febrero: una, por la que se elevaba la parroquia de San José de Cupertino a la categoría de título cardenalicio; por la segunda, se le adjudicaba ese título al Cardenal Lacunza.
Hizo la lectura de la traducción italiana el delegado y ceremoniero pontificio, monseñor Peroni. Su final fue saludado con una salva de aplausos de los fieles. En nombre de la comunidad parroquial, dio las gracias el párroco, Paolo Pizzuti, que ofreció al Cardenal titular las llaves de la parroquia, al tiempo que le obsequiaba con una doble reliquia de san José de Cupertino: una, engarzada en precioso relicario dorado; la segunda, en un pectoral, que Lacunza inmediatamente se colgó al cuello.
Homilía
En su homilía, leída en italiano, el Cardenal comenzó por saludar a todos los presentes, a los que aseguró tomarse su papel muy en serio: “Trataré de hacerme presente entre ustedes, cuando mis obligaciones me hagan estar en la Ciudad Eterna y me dejen algún tiempo libre”.
Pasó después a explicar el evangelio del día, en el cual los hermanos Santiago y Juan le piden a Jesús un puesto de honor. No tuvo dificultad en hacer la aplicación: “El estatuto de la comunidad de los discípulos está caracterizado por el servicio, no por la ambición. Entre los seguidores de Jesús no ha de existir la jerarquía del poder. Nadie está por encima de los demás. No hay amos ni dueños. La parroquia no es del párroco. La iglesia no es de los obispos y cardenales. El que quiera ser grande, que se ponga a servir a todos”.
Y, en el día del Dómund, concluyó recordando a los misioneros, por los que pidió oraciones, así como por el Sínodo que continúa su desarrollo.
Saludo a los asistentes
Concluida la celebración eucarística, ya en la sacristía, monseñor Peroni leyó en público un acta que recogía lo más destacado del acto, e invitó a firmar a todos los sacerdotes y ministros.
Quedaba sólo el momento de saludo y confraternización entre los asistentes. Mientras todos degustaban una cena fría, el cardenal Lacunza tuvo el gusto de saludar uno a uno a sus nuevos “feligreses”, los de su parroquia de Roma.