Se introduce el decreto con una frase de Esperanza, que encierra todo su programa de vida: “Amar a las almas porque son el tesoro de Cristo, redimidas con su sangre preciosa, sus sufrimientos inauditos y su muerte en cruz”.
Se pasa después a delinear los principales rasgos biográficos de esta misionera nacida en Monteagudo (Navarra, España) en 1890. Sus primeros años y su vida en el seno de una familia cristiana. Su ingreso en el monasterio madrileño de la Encarnación, de agustinas recoletas, donde hará el noviciado y emitirá la profesión. En el monasterio madre de la Recolección femenina, Esperanza “fue modelo de fidelidad a la vocación contemplativa y dio testimonio de gran piedad eucarística y de obediencia generosa en la observancia cotidiana de la vida comunitaria”.
La Madre María Esperanza Ayerbe en China
El decreto dedica largos párrafos a reseñar la aventura china de Esperanza. Su ofrecimiento voluntario para colaborar con los agustinos recoletos en la misión de Kweitehfu –la actual Shangqiu‑. Su llegada a China, en mayo de 1931. Su enorme trabajo, y el de sus compañeras: “la formación de las Catequistas de Cristo Rey, las catequesis en los suburbios y en las aldeas próximas, el amor servicial para con los enfermos, el cuidado de los pobres, los encarcelados y la juventud menesterosa. A todos los amaba porque en ellos veía a Jesús”.
Explica cómo tuvo que salir de China con la intención de fundar en España una casa de formación de futuras misioneras. Y cómo la Segunda Guerra Mundial orientó sus pasos hacia América Latina: Colombia y Venezuela, principalmente. El crecimiento aquí experimentado llevó a solicitar el reconocimiento del instituto como congregación aparte, cosa que ocurrió el 18 de enero de 1947. Madre Esperanza Ayerbe sería la primera superiora general de las Misioneras Agustinas Recoletas hasta que, por motivos de salud, debió presentar su renuncia en 1962.
Madre Esperanza fallecería el 23 de mayo de 1967, y su proceso de beatificación inició su trámite en la Curia eclesiástica de Pamplona (España) el 6 de diciembre de 1991. Ha culminado un cuarto de siglo más tarde, con el reconocimiento de sus virtudes heroicas por parte del Sumo Pontífice. Le corresponde, por tanto, el título de ‘Venerable’ y espera merecer el de ‘Beata’ si el Señor se digna obrar un milagro por su intercesión.