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La Orden ofrece materiales de formación permanente para el Año de la Santidad. En esta primera entrega: ‘La santidad a la luz de algunos textos del Antiguo Testamento’

De acuerdo a la programación prevista para este Año de la Santidad, la Orden tiene previsto publicar materiales de formación permanente que puedan ayudar a religiosos y laicos a profundizar en el objetivo prioritario de la Orden para este año 2017: santidad y carisma.

 

El agustino recoleto Luciano Audisio, profesor de la Facultad de Teología de Granada, nos ofrece en esta primera entrega del programa de formación permanente 2017 una visión de la santidad a la luz de algunos texto del Antiguo Testamento.

Parece como algo ya extendido entre los creyentes la idea de que ser cristiano es ser bueno, ser buena gente, hacer el bien. Sin embargo, cuando al mismo Jesús se lo califica con el adjetivo de ‘bueno’, este de inmediato reprocha a aquel que lo llamó así, recalcándole que solo Dios es bueno y nadie más (cf. Mc 10,18). No le deja espacio a otro individuo en este aspecto.

Con respecto a la santidad puede que se caiga en el mismo error: creer que ser santo es ser bueno. Que la santidad depende de una serie de buenas obras que podemos hacer al prójimo. Tener paciencia ante las adversidades, las relaciones comunitarias, o responder a todas las cosas que se manden con un sí, casi de manera automática, sin manifestar ningún reproche y sin cuestionar nada.

Es un hecho que cada vez se está practicando más el voluntariado en muchas áreas de la Iglesia, de la Orden y de nuestros distintos ministerios; voluntariados que, en muchos casos, ensalzan un valor ético de los actos, pero sin otorgarle un sentido evangelizador. El papa Francisco no se cansa de repetir que la Iglesia no es una ONG, sino que debe ser signo de salvación y de esperanza para los pueblos. La Iglesia debe hacer caer en la cuenta de que cada persona es hija de Dios y, por tanto, amada por su padre, que es Santo y que quiere que cada uno de sus hijos también lo sean. El llamado que hace Cristo no es a ser buenos, sino a ser santos; una llamada a la santidad que se da dentro del camino del discipulado (cf. Mt 10,1-4).

Releyendo, aunque sea muy someramente, los relatos del pueblo de Dios en el desierto, se percibe que la misericordia y la santidad de Dios muchas veces le son motivo de temor más que de esperanza. El pueblo, en estas tradiciones, tiene miedo de vivir en la voluntad de Dios. Cada vez que se debe enfrentar a algo que no domina cae en la tentación de querer volver a Egipto, al anterior estado, a la casa de la esclavitud, como relata el Libro del éxodo. El pueblo tiene miedo a ser libre: le tiene miedo a la libertad.

De igual manera, esto puede suceder en el camino del discipulado, más aún en la vida consagrada. La llamada, si no está bien madurada, puede que sea un motivo para tener miedo y para acomodarse en el cumplimiento de ciertas reglas, sin vivir la realidad, que es Dios (su santidad) en la vida personal. Es por esto que la insistencia en la vida discipular sea irremediablemente a la santidad. Este camino de la santidad, en clave cristiana, es el ‘camino de la cruz’.

El que seamos llamados por Jesús para ser sus discípulos es un llamado a estar aparte, a ser propiedad de una persona, a no pertenecer más a sí mismo para pertenecer a aquel que nos llama. En esta separación se halla la raíz de la palabra santidad (qādoš, hagios).

Toda la espiritualidad bíblica, especialmente en el Antiguo Testamento, recalcaque la santidad no es tanto una santidad individual, cuanto una santidad relacional, de búsqueda, de experiencia comunitaria de la presencia de Dios; es decir, una santidad en el corazón mismo de la vida. Jon Sobrino llamó a esto ‘santidad de vivir’, diciendo: Me gusta pensar que en esa decisión primaria de vivir y dar vida aparece una santidad primordial, que no se pregunta todavía si es virtud u obligación, si es libertad o necesidad, si es gracia o es mérito. No es la santidad reconocida en las canonizaciones, pero bien la aprecia el corazón limpio. No es la santidad de las virtudes heroicas, sino la de una vida realmente heroica. No sabemos si estos pobres que claman por vivir son santos intercesores o no, pero mueven el corazón. Pueden ser santos pecadores, si se quiere, pero cumplen insignemente con la vocación primordial de la creación: son obedientes a la llamada de Dios a vivir y dar vida a otros, aun en medio de la catástrofe. ( J. Sobrino, Terremoto, terrorismo, barbarie y utopía,  Trotta, Madrid 2002, 37.)

En este breve escrito se intentará presentar algunas nociones de la santidad en el Antiguo Testamento. Es evidente que no agotaremos los textos referidos a la santidad, porque esto implicaría una tarea bastante trabajosa. Pero se propondrán tres pasajes veterotestamentarios que iluminarán una noción sobre el tema. Tales pasajes son: la ley de la santidad (cf. Lv 17-26), Os 11,1-11 e Is 6,3.

Puede descargarse el texto íntegro desde AQUÍ o en la sección de formación permanente 2017.

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