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“Tenemos que tirar la pared humedecida, porque se puede caer la casa y aplastar a mi mamá y a nuestros niños”

Chiclayo es uno de los departamentos afectados por el fenómeno climático Niño Costero, que ha dejado en su región casi 30.000 damnificados y otros 60.000 afectados en grado diverso. Casi 5.000 hogares se han derrumbado y 12.000 más están inhabitables en una ciudad donde los Agustinos Recoletos trabajan desde 1967 en la Parroquia de la Consolación.
La Familia Agustino-Recoleta, mediante la Comisión de Apostolado Social de la Orden de Agustinos Recoletos y la red solidaria ARCORES, y con la ayuda técnica de la ONGD agustino-recoleta Haren Alde, se ha acercado a hasta Chiclayo para evaluar posibles futuras acciones y conocer de primera mano las consecuencias y las víctimas de las inundaciones causadas por el fenómeno El Niño durante el primer trimestre de 2017.

A pocas calles del centro de Chiclayo está el Paseo de las Musas, un lugar muy conocido y, probablemente, de los más fotografiados de esta ciudad del norte de Perú debido al contraste de los edificios con el blanco refulgente de las esculturas helénicas sembradas a lo largo de los coloridos jardines que componen el paseo.

Jhoin Tarrillo, un joven que estudia en la ciudad, dice sobre él: “Este sitio es emblemático. Para los que vienen de otros sitios es un lugar obligado a visitar. Aquí se reúnen jóvenes a patinar y rapear”. Las esculturas están distribuidas de tal forma que cada musa tiene su propio espacio y sus enamorados predilectos. “Polimnia, la creadora de la poesía lírica; Melpómene, la musa de la tragedia; Tertisícorde, la del canto coral y baile; Erato, quien presidia la poesía lírica y erótica; Clío, representa la historia; Calíope, la de la poesía ética y de la elocuencia; Talía, la creadora de la comedia; Uranie, la musa de la astronomía y Euterpe, la que tocaba la flauta”.

Sin embargo, Chiclayo no es una ciudad como las griegas. Su organización económica, social y política está muy lejos de las idealizadas polis. Más bien es una ciudad de contrastes, especialmente marcados por las injusticias sociales, así como por los escándalos de corrupción y malversación de fondos. Un exalcalde, Roberto Torres, cumple ya una condena de prisión.

Los vecinos de esta ciudad se quejan de la inseguridad; de los robos y los asaltos, que forman parte de su vida cotidiana. Lo mismo ocurre con la suciedad de sus calles, la basura acumulada, los desagües colapsados, las acequias obstruidas por la basura, el desorden en el parque automotor, la contaminación ambiental y sonora, el crecimiento desordenado de las invasiones, entre otras cosas.

En una encuesta reciente, el Centro de Investigaciones Sociales Para la Paz y el Desarrollo ha publicado que un 85% de los 580 pobladores consultados había sido víctima de asaltos con violencia física, mediante el llamado cogoteo, y un 15% con arma de fuego.

Y así, metros más allá del Paseo de las Musas empiezan ya los barrios de infraviviendas con familias que sufren de pobreza extrema, llamados aquí “pueblos nuevos”, bajo nombres como Buenos Aires, San Francisco o Natividad, en los que se muestra bien visible en la carne de su gente innumerables dramas humanos de quienes están atrapados en la desdicha.

Allí mismo hay un canal de aguas negras que separa al barrio de clase media alta, Santa Victoria, de esos barrios casi favelados, del otro lado de la avenida Garcilaso de la Vega. Las noches en las que se dieron las lluvias el canal inundó ambos barrios. Pareciere que el agua rabiosa no discriminó la condición económica de estos vecinos antagónicos.

El «niño» que ensució Las Musas

Los chiclayanos jamás pensaron que llovería así en su ciudad, como dice una vecina: “Nunca ha llovido aquí, mire los años que tengo. Jamás he visto una cosa así”. La noche del 12 de marzo fueron ocho horas sin parar, pero fue tan solo la primera de las tres que dejaron la ciudad irreconocible, como si fuese una laguna de desecho.

También el barrio de clase media alta, Santa Victoria, en donde está el Paseo de Las Musas, se inundó. Las esculturas parecían ahogarse en un épico mar de lodo y basura flotante. “Cuando empezó la lluvia, la casa empezó a llenarse de agua. El agua se filtraba por el techo. Sentía que todo se veía abajo”, cuenta Ana Locone, otra vecina.

Chiclayo no estaba preparada para resistir tres días seguidos de diluvio. Está construida sobre explanadas de arena, crecida sin planificación al ritmo que marcaba la inmigración rural. La mayoría de chiclayanos son descendientes de inmigrantes cajamarquinos.

Ya el primer día se colapsó el sistema de drenaje. Al segundo día el alcalde, David Cornejo, puso la voz de alarma: “Vivimos un drama. El gobierno central se ha comprometido a enviarnos las 120 motobombas de alta capacidad, pero ya llevamos dos días desde que se activó la emergencia y no recibimos nada”. El ambiente era tenso. Jamás se había visto a la ciudad de Las Musas en tal aprieto. El tercer sector, incluyendo a Cáritas y otras instituciones católicas, convocaban a todo el país para ayudar a los chiclayanos.

La tragedia de los desfavorecidos

Detrás de la avenida Garcilaso de la Vega, como en una gigantesca isla, rodeados de centros comerciales y tiendas famosas, están los tres “pueblos jóvenes”. Las construcciones de adobe, tripley, madera, calamina y cualquier otra cosa que sirva resguardan la poca intimidad de las familias. De estos hogares, en realidad, solo están construidas las fachadas y dentro apenas tienen unos cuantos cuartuchos divididos con madera, calamina o adobe.

El suelo es de tierra y, en algunos casos, de cemento rústico. Todo lo demás es vacío. Wilson, es vecino de aquí: “Cuando la lluvia viene se inunda todo porque solo las fachadas son de material noble. Las divisiones son de tripley y cartón. El agua destruye todo y solo aguanta la calamina. Las casas no tienen paredes alrededor”.

Esta parte de la ciudad es una hondonada, y la mayoría de las familias tienen muchos utensilios inservibles acumulados en sus patios que guardan como tesoros, como si ello les diera seguridad. María Gonzales nos abre la puerta de su casa en Natividad, aún con las huellas de la inundación varias semanas después.

Aún hay humedad y agua en el suelo. Las pocas cosas buenas que tiene están levantadas, como si las hubiera arrebatado de un naufragio. Aquí vive ella con su hijo y sus dos nietos: “Mi casa estaba llena de agua. Cuando vino la inundación estábamos cocinando. Lo primero que hice fue salir con mis hijos. Me fui con lo que pude. Después, no quería volver a mi casa. Me daba miedo. Pero qué podía hacer”.

Ese miedo extremo lo han vivido miles de vecinos. Metros más allá, Fidel Revilla, de 72 años y diabético, dice que pasó la noche de la inundación en vela: “Me pasé la noche echando el agua; pero al ver que la lluvia seguía, yo botaba el agua, pero de fuera el agua del desagüe se volvía. Dejé de hacerlo y me fui al frente. Los vecinos nos dieron una cobija para abrigarnos”.

La inundación duró más de tres días mientras las autoridades intentaban conseguir motobombas para sacar el agua de las casas y calles. El problema era complejo porque nada estaba preparado para una emergencia como esta. Los propios vecinos tomaron la iniciativa y alquilaron motobombas para limpiar las casas y las calles. Lo único que recibieron de ayuda oficial fueron colchonetas y algunas planchas de triplay. Son conscientes de que sus gobernantes no hicieron mucho por ellos.

Lucila, de 86 años, vive con su sobrino y también ahijado en la calle Nazaret: “Mi casa estuvo inundada 24 horas. Yo estaba dormida cuando vino el agua. Mi sobrino me llevó a la casa de la vecina, al segundo piso. Allí me quedé tres días hasta que sacaron el agua. Los vecinos que tienen segundo piso han salvado un poco de cosas. La peor parte la llevamos los que solo tenemos primer piso. Las casas no se inundaron por las lluvias, sino por los desagües que colapsaron”.

Muchos lo perdieron todo. Ana Locone solo rescató el 50% de sus cosas: “A eso de las 10 de la noche, lo primero que hicimos fue sacar a mis hijas y mis cosas a la casa de mi suegra y me quedé esperando a mi esposo que llegó del trabajo a medianoche. En la primera lluvia se cayeron las paredes internas y en la segunda se cayó toda la casa. Me sentí triste. Realmente me quedé en el aire”. Ahora está inhabitable.

Al lado del derrumbe están los despojos de la casa del vecino, Jorge Gamarra, quien se levanta muy temprano a vender periódicos. No obstante, Jorge tiene que seguir viviendo entre un pedazo de pared y algunas calaminas que quedan en pie.

Todos estos dramas y miles de historias hablan de pobreza e injusticia, de dolor y vulnerabilidad. Historias que animan a hacer algo por otros que solo tienen segura su pobreza. Aquella pobreza que las inundaciones pusieron a flote. Aquella pobreza e injusticia que mostró una vez más el abandono, como Juliana recuerda al contar los apoyos recibidos hasta ahora: “Sólo nos han dado colchonetas, seis botellas de agua, dos kilos de arroz y calamina. Pero eso no es nada. Tenemos que tirar la pared humedecida, porque se puede caer la casa y aplastar a mi mamá y a nuestros niños”.

COLABORA CON LA FAMILIA AGUSTINO-RECOLETA EN ESTA EMERGENCIA

Desde España se puede colaborar directamente en esta emergencia mediante la cuenta de emergencias de la ONGD Haren Alde: ES57 0075 0241 4406 0086 0510.

En Brasil, la cuenta corriente para apoyar a las víctimas de las inundaciones está en la Caixa Econômica Federal, Banco 104, Agencia 0218, CC 2184-9, Operación 003.

En otros países se puede colaborar mediante cualquier comunidad de la Familia Agustino-Recoleta cercana.

(Haren Alde)

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