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“Piedras vivas”, un libro dedicado a la Fraternidad Seglar

En los últimos días del mes de mayo ha visto la luz una nueva producción del agustino recoleto Teodoro Baztán. El libro está dedicado principalmente a la Fraternidad Seglar, pero también a todos los que vibran y sintonizan con el corazón inquieto de Agustín.

Son más de 400 páginas con letra de tamaño grande. A los hermanos de las Fraternidades no hace falta explicarles mucho lo que se van a encontrar en el interior de esta obra porque durante muchos años han alimentado su espiritualidad agustino-recoleta con los libros del P. Teodoro, principalmente con “Busca y Encuentra” y “Lámparas de barro”.

La acogida del libro está resultando muy entusiasta por parte de las fraternidades del sur de España y se espera que pronto comience a distribuirse y llegue a los confines del orbe-recoleto.

La publicación del libro ha sido iniciativa del Consejo Nacional de la Fraternidad Seglar de España, con el único interés de que llegue al mayor número de personas posibles, especialmente de las Fraternidades, razón por la que se venderá por un precio simbólico al alcance de todos.

El P. Teodoro Baztán, agustino recoleto, efectuó sus estudios eclesiásticos en los seminarios de la Orden y en la Universidad Pontificia de Comillas; trabajó durante 27 años en varios países de América Latina (Colombia, Panamá, y Guatemala) así como en Roma y España.

Así comienza el libro: 
“ÉRASE una vez un monte abundante en piedras, grandes y pequeñas, desparramadas por toda la ladera de la montaña. Muchas de ellas, ocultas en la maleza o bajo tierra. otras, las más, a la vista. Unas eran grandes y toscas; todas, sólidas, duras y compactas. Las más pequeñas eran hermosas. Una de ellas, la más grande, alzó la voz y dijo a todas: “¿Qué hacemos aquí muy ocupadas en no hacer nada? Ni siquiera embellecemos el paisaje. Llueve sobre nosotras, y el agua resbala y se va. No deja huella alguna. Llega el viento, silba a su paso por donde estamos, y desaparece. Quizás ha ido desgastándonos poco a poco, con el correr del tiempo. Cae la nieve, hiela, y alguna de nosotros se agrieta y se rompe. estamos dormidas y debemos despertar”. Y se oyó la voz de una de ellas: “¿Y qué podemos hacer?” Y se oyó por todo el monte una respuesta, que decía: “Levantémonos, juntémonos y construyamos un edificio grande y hermoso”. Muchas, por pereza y falta de ánimo, prefirieron seguir ahí donde estaban, acomodadas y tranquilas. “¿Para qué exponernos a ser talladas y cinceladas para poder ajustarse a las demás? No nos comprometemos a nada. Que nos dejen en paz”. Siguieron aletargadas y sin vida por tiempo indefinido, y no murieron, porque ya estaban muertas.

Pero la mayoría de ellas pusieron manos a la obra. Las más grandes, y no por ser las más feas, decidieron meterse muy dentro de la tierra para formar la base del edificio. otras, porque eran humildes y sencillas, se ofrecieron para ser relleno en las paredes. Algunas, hermosas y elegantes, fueron escogidas para formar molduras, artesonados y bajorrelieves. Las más apuestas formarían columnas altas y firmes. Y todo el edificio quedó construido, debidamente ensamblado y hermoso. era la admiración de quienes por ahí pasaban. Sirva esta parábola para abordar unos cuantos temas que nos podrán ayudar a construir nuestra casa espiritual, como nos dice San Pedro en su Primera Carta: “También vosotros, cual piedras vivas, entráis en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de Jesucristo” (1 Pe 2, 5).

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