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De las Juventudes Agustino Recoletas al convento de clausura

Estando en las Juventudes Agustino Recoletas (JAR) de Ciudad de México, Eréndira Medina planteó su vocación desde la vida religiosa y entendió que debía seguir a Cristo como Monja Agustina Recoleta en el convento de clausura de Tecamachalco (México)

A través de la parroquia Nuestra Señora de Guadalupe de los Hospitales, Eréndira Medina -una joven mexicana- conoció y pasó a formar parte de las Juventudes Agustino Recoletas (JAR) de Ciudad de México. Así comenzó a tener inquietudes y le surgió el deseo de seguir a Cristo a través de la vida religiosa. De esa forma, ingresó en el convento que las Monjas Agustinas Recoletas tienen en Tecamachalco.

«Para mí las JAR siempre fue un espacio abierto, donde pude preguntar, sentirme con libertad y experimentar un encuentro con Dios», comienza explicando Eréndira. Ese espacio del que habla fue lo que le permitió plantearse la entrega a Dios sin condiciones. «Al tener un encuentro con Dios, me llevó a buscar qué era lo que el quería para mí en la vida», dice. Lo que quería Dios para Eréndira, según sintió, era la vida religiosa.

Continúa su testimonio explicando que se planteó en primer lugar otro camino. «Como estaba en las JAR y era bastante activa, primero me enfoqué a las MAR, las Misioneras Agustinas Recoletas». Aunque afirma que «tienen una vida impresionante y las admiro mucho», en pleno proceso de búsqueda se cruzaron las Agustinas Recoletas Contemplativas.

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El encuentro con Dios en la Eucaristía

Comenzó con un encuentro, una experiencia vocacional que ofrecían en el Convento de Tecamachalco. «En la primera semana me sentía presionada por ser de las Juventudes Agustino Recoletas, en cuestión de que tenía que dar buena imagen», indica. En los primeros días del encuentro no reflexionó sino que se centró en dar buena imagen. «Me di cuenta -confiesa- de que esa ‘buena imagen’ era como una capa que estaba poniendo encima de mí para que el Señor no entrara a lo más profundo de mi corazón».

La Eucaristía le hizo cambiar su planteamiento y decidir reflexionar, interiorizar y descubrir qué era realmente lo que Dios quería. «En los encuentros con Jesús en la Eucaristía descubrí el llamado que Dios me hacía en mi corazón», cuenta.

Así descubrió su vocación. «A veces pensamos en cosas muy místicas, como que se iluminó toda la sala o que oí voces de ángeles como nuestro padre San Agustín», dice. «Lo único que supe es que si yo me quedaba aquí iba a estar bien, iba a estar feliz e iba a desarrollarme plenamente».

En su segundo año como postulante en el convento de Tecamachalco. Concluye diciendo: «Con la gracia de Dios, espero ser profesa algún día».

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