Para San Agustín, la pasión de Cristo es un momento fundamental que le marcará en su pensamiento. Así lo explica en este artículo el agustino recoleto Enrique Eguiarte
La pasión de Cristo fue un tema que acompañó el trabajo pastoral y el pensamiento de san Agustín a lo largo de toda su vida. Ante todo san Agustín destaca que Cristo se hace hombre para poder ofrecer al Padre el sacrificio de su propio cuerpo en la cruz para redimir a los hombres (Hb 10, 5). En el pensamiento agustiniano la figura de Cristo redentor es fundamental. El Obispo de Hipona parte de una imagen que para nosotros es muy común, pero que en tiempos de san Agustín era una imagen relativamente nueva, pues tenía escasamente un poco más de un siglo de haberse popularizado por los escritos de Tertuliano y las primeras traducciones del Nuevo Testamento del griego al latín. Se trata de la idea de Cristo Redentor. Tertuliano para poder traducir al latín la palabra griega con la que se expresaba la obra salvadora de Cristo (Rm 3, 24), había escogido una figura propia del derecho romano, que no es otra que la del «redentor». El redentor en la legislación romana era una persona que compraba a un esclavo, pagando el precio que el dueño de este le pidiera, no con la intención de hacerlo a su vez esclavo suyo, sino de devolverle la libertad. Esta figura encaja perfectamente con lo que Cristo ha hecho por los hombres en su pasión. El ser humano había pecado, y estaba vendido al pecado. Como no podía salvarse a sí mismo, había sido necesario que viniera Cristo a pagar el precio por él, y el precio pagado por Cristo en su pasión, había sido su propia sangre. San Agustín lo expresa bellamente con estas palabras: « (…) los hombres se hallaban cautivos bajo el dominio del diablo (…) Se pudieron vender, pero no redimir. Vino el Redentor, y pagó el costo; derramó su sangre y compró el orbe de la tierra. Me preguntaréis: «¿Qué compró?» Mirad lo que dio y sabréis lo que compró. La sangre de Cristo es el precio. ¿Cuánto vale? Todo el orbe, todas las gentes» (Comentario a los salmos 95, 5)
Así pues la sangre de Cristo derramada en la cruz durante su pasión es el precio que él pago para comprar a todos los hombres.
Por otro lado san Agustín contempla también la cruz de Cristo. Para san Agustín la cruz en la que Cristo estuvo clavado y en la que muere, no es un instrumento de maldición o de tortura, sino que es ante todo el camino que nos conduce hacia Dios. San Agustín medita en la pasión de Cristo y en la cruz de Cristo, y precisamente en la cruz queda para san Agustín reflejado el mejor resumen de la vida cristiana, pues en sus dos maderos el Obispo de Hipona ve reflejadas las diferentes virtudes y cualidades espirituales que el cristiano debe tener. De este modo san Agustín comenta que en el travesaño horizontal de la cruz, en donde estuvieron clavadas las manos de Cristo, el creyente debe aprender que durante esta vida está llamado a realizar buenas obras con sus manos. Así como Cristo durante su vida llevó a cabo muchas buenas obras, y después esas manos quedaron clavadas cruelmente en el madero horizontal de la cruz, del mismo modo el creyente debe hacer obras buenas mientras viva.
El madero vertical, san Agustín lo divide imaginariamente en tres partes. De este modo la parte central del travesaño vertical, donde estuvo suspendida la mayor parte del cuerpo de Cristo, representa para san Agustín la perseverancia, el extendernos a lo largo de esta vida hacia Dios. No solo ser cristianos por un momento, sino a lo largo de toda la vida, sabiendo que esto es un don que es preciso pedir a Dios.
Una segunda parte de este madero vertical es la parte superior de dicho travesaño. Es donde estaba puesto el cartel de la acusación contra Cristo. Esta parte de la cruz representa para san Agustín la invitación a mirar hacia las cosas de arriba, hacia los bienes del cielo y no quedarse solo en las cosas de la tierra. La pasión de Cristo es una invitación a levantar la mirada hacia Dios, y a tener esperanza, sabiendo que nos aguardan, después de los sufrimientos de esta vida, los premios eternos.
La tercera parte del travesaño vertical es aquella que está clavada profundamente en la tierra. La cruz de Cristo estaba hondamente metida en la tierra, para que la cruz no se cayera. Para san Agustín esta parte de la cruz representa los profundos designios de Dios, que son desconocidos e invisibles, como también invisible era esta parte de la cruz. Por otro lado el Obispo de Hipona comenta que esta parte profunda puede también representar la acción misteriosa de Dios en la vida de todo creyente por medio de su gracia, invitándonos a vivir la pasión de Cristo como un medio de descubrir esa acción misterios de Dios por medio de su gracia en la vida del creyente. El texto de san Agustín es el siguiente: «En este misterio se presenta la figura de la cruz. Si El murió porque quiso, murió también como quiso. No eligió en vano tal género de muerte, sino para constituirse maestro de la anchura y longitud, altura y profundidad. La anchura es el palo transversal que se clava en lo alto; se refiere a las buenas obras, porque en él son clavadas las manos. La longitud es el palo que baja desde el anterior hasta la tierra; en él, se está, se permanece, se persevera, y eso es propio de la longanimidad. Altura es la parte del leño que va desde el palo transversal hacia arriba y corresponde a la cabeza del crucificado: es la expectación de los que esperan bien de las cosas superiores. En fin, la parte del leño que no aparece, porque se oculta en la tierra y desde donde surge la cruz, significa la profundidad de la divina gracia». (Carta 140, 64)
La cruz de Cristo se convierte para san Agustín en señal de la victoria de Dios sobre el pecado y sobre la muerte, y en la nave a la que todo creyente se tiene que subir para alcanzar el reino de los cielos, pues este mundo es como un ancho mar, y para no ahogarse en este océano, es preciso subirse a la nave de la cruz para atravesar dicho mar (Comentario a los Salmos 118, 26, 8). Es más, san Agustín aconseja a no alejarse de la cruz de Cristo, a vivir abrazado a ella, para recibir de la cruz la fuerza y la enseñanza para vivir con esperanza la vida de todos los días. Por ello dice lapidariamente san Agustín en latín: «A cruce Christi noli resilire», que podría traducirse como «No te separes de la cruz de Cristo» (Comentario a los Salmos 91, 8). Y no hay que separarse de ella, pues de ella nos viene la vida y la salvación.
Y la pasión de Cristo para san Agustín no está desvinculada de la vida y de la resurrección. Para san Agustín la cruz solo es el camino, pero la meta está en la vida y en la resurrección.
Por ello al contemplar la pasión de Cristo, digamos con san Agustín: «A cruce Christi noli resilire».
Enrique Eguiarte OAR