“Queremos ver a Jesús”, pidieron a los apóstoles unos griegos, según nos cuenta Juan en su Evangelio. La respuesta que Jesús les dio, a nosotros nos ofrece una clave para revivir la Pascua: “Si el grano de trigo sembrado en la tierra, no muere, permanece infecundo; en cambio si muere, producirá mucho fruto” Y agregó: “Cuando sea levantado de la tierra atraeré a todos hacia mí” (cf. Jn 12, 20-33). Viene a decir: si queréis entenderme, si queréis verme, ¡mirad la cruz!. Jesús da su vida por amor, en la cruz se revela la plenitud del amor de Dios: “Dios es amor”; amor verdadero y fiel. No un amor abstracto, sino concreto y personal, amor por cada uno y por todos.
La felicidad que ofrece Jesús no se vende en el mercado del mundo; y no tiene nada que ver con la autorrealización a base de poder, éxito o mero placer. No creemos en un muerto, creemos que Jesús vive y que se hace presente en medio de nosotros. Es Jesús quien dice: “El que se ama a sí mismo se pierde, el que quiera servirme, que me siga, para que donde esté yo, allí también esté mi servidor” (Jn 12, 25-26). El encuentro con Jesús nos lleva a seguirlo, a entregar la vida por amor. Amar a Jesús es aceptar su camino, un camino de humildad, entrega y servicio.
Con frecuencia se quiere desvirtuar la cruz, reducirla a un suplicio de otro tiempo, a un recuerdo histórico con valor anecdótico. Mirar la cruz molesta y escandaliza, de ahí el empeño en suprimirla. San Pablo pudo decir: «Nosotros predicamos a Cristo crucificado, escandalo para los judíos, necedad para los griegos; más para nosotros fuerza y sabiduría de Dios» (1 Cor 23-24). « ¡Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo!» (Gal 6,14). Para los creyentes en Cristo, contemplar la cruz es afirmar que Cristo ha muerto y ha Resucitado; al mirar la cruz encontramos luz y esperanza en nuestro dolor; al ver a Cristo en la cruz nos sentimos interpelados por los crucificados de hoy, no podemos ignorar el sufrimiento de tantos seres humanos víctimas del hambre, las guerras o la miseria; al mirar la cruz reconocemos nuestro pecado; cuando miramos la cruz brota en el fondo del corazón el amor y el deseo de anunciar el Evangelio.
Al contemplar a Cristo en la cruz, nos acercamos al misterio de amor, que nos libera y nos salva, que da sentido a nuestra vida. No entendemos la vida en clave de muerte, sino a la luz de la resurrección. Al creer en Jesús no recordamos una bella historia, nos encontramos con él; por tanto, no creemos en un muerto, ni podemos quedarnos en una cultura de muerte que oprime y genera injusticia, ni en la mediocridad y el desencanto de aquellos que viven sin esperanza. Creer en Jesús es escuchar su Palabra, estar con él y abrirse a su Espíritu, que nos impulsa cada día a dar la vida hasta entrar en la Vida. “No huyamos –dice el Papa Francisco– de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida, que nos lanza hacia adelante!” (EG 3).
Miguel Miró OAR
Prior general de la Orden de Agustinos Recoletos