Hace unas semanas celebrábamos la Pascua. La Palabra, la liturgia y la propia vida nos colocaban ante el sepulcro vacío. El tiempo pascual nos invita cada año a revivir el encuentro con Cristo resucitado. Para los discípulos no fue fácil reconocer vivo al que vieron morir en la cruz, ni tampoco lo es hoy para nosotros. La Pascua puede pasar como una anécdota más entre nuestras múltiples ocupaciones; pero, si abrimos el corazón con humildad, Cristo vivo se acerca y camina con nosotros, se hace presente con más claridad en nuestra vida cotidiana y suscita nuevas vivencias y nuevos deseos de amar y de servir.
Las palabras del Papa Francisco me animan a atisbar la caridad, la esperanza y la alegría que Cristo transmite a los que creen en él. Decía Francisco en la vigilia pascual: “La tumba vacía quiere desafiar, movilizar, cuestionar, pero especialmente quiere animarnos a creer y a confiar que Dios «acontece» en cualquier situación, en cualquier persona, y que su luz puede llegar a los rincones menos esperados y más cerrados de la existencia. ¡No está aquí… ha resucitado! Es el anuncio que sostiene nuestra esperanza y la transforma en gestos concretos de caridad”.
“Celebrar la Pascua, es volver a creer que Dios irrumpe y no deja de irrumpir en nuestras historias, desafiando nuestros «conformantes» y paralizadores determinismos. Celebrar la Pascua es dejar que Jesús venza esa pusilánime actitud que tantas veces nos rodea e intenta sepultar todo tipo de esperanza” (Vigilia pascual).
Es Cristo glorificado quien suscita la fe y la esperanza de los discípulos mostrando las heridas de la cruz en sus manos y pies. “El Señor –decía Francisco en la misa crismal del Jueves Santo– siempre «está viniendo» en Persona hasta que podamos verlo. Nos hace sentir que siempre están a la vista las llagas del Señor resucitado, siempre está viniendo a nosotros el Señor si nos queremos «hacer próximos» en la carne de todos los que sufren, especialmente de los niños”.
«Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor» (Jn 20,20). Nosotros tenemos también la necesidad de “ver”, de palpar que él resucitó. “¿Cómo podemos verlo? Como los discípulos, a través de sus llagas. Al mirarlas, ellos comprendieron que su amor no era una farsa y que los perdonaba. Podemos considerarnos y llamarnos cristianos, y hablar de los grandes valores de la fe; pero, como los discípulos, necesitamos ver a Jesús y tocar su amor. Solo así vamos al corazón de la fe y encontramos, como los discípulos, una paz y una alegría que son más sólidas que cualquier duda” (Homilía, 8 abril).
Cristo, el Señor, se entrega y nos infunde su Espíritu en la fracción del pan, abre su corazón y se da en cada eucaristía. “¿Qué significa esto? Significa dejar actuar a Cristo en nuestras obras: que sus pensamientos sean nuestros pensamientos, sus sentimientos los nuestros, sus elecciones nuestras elecciones. Y esto es santidad: hacer como hizo Cristo es santidad cristiana. Lo expresa con precisión san Pablo, hablando de la propia asimilación con Jesús, y dice así: «Con Cristo estoy crucificado: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gal2, 19-20). Este es el testimonio cristiano” (Audiencia, 4 de abril).
La alegría cristiana de la resurrección es la alegría de quien ha comprendido la llamada a dar la vida por los demás como la dio Jesús y experimenta en sí al Espíritu como vitalidad y plenitud. Ser cristiano es «gozo en el Espíritu Santo» (Rm 14,17),
Cristo resucitó y con él resucita nuestra esperanza y creatividad para enfrentar los problemas presentes, porque sabemos que no vamos solos. Jesús está con nosotros, cada día nos llama y nos envía a ser testigos de su resurrección. “He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).
Fr. Miguel Miró
Prior general
Orden de Agustinos Recoletos