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Las armas del discernimiento vocacional

El camino vocacional no es fácil: está lleno de dificultades y obstáculos que harán complejo el amor por Dios. Para ello es necesario una buen discernimiento vocacional. El agustino recoleto Héctor Manuel Calderón aporta luz sobre los elementos que cualquier joven debe tener en cuenta a la hora de analizar qué sentido quiere darle a su vida en el noveno número de Formación Permanente

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El noveno artículo del programa de Formación Permanente 2018 comienza con una idea clara: seguir a Dios es una continua lucha. Responder a la vocación supone ser, como dice San Pablo, «soldados de Cristo», preparados para cualquier dificultad que haga tambalear sus ideales y los motivos que le llevaron a dejar su vida en manos de Dios. Para ello, es necesario un buen discernimiento vocacional, con buenas armas. Sobre esto trata el artículo de formación realizado por el agustino recoleto Héctor Manuel Calderón.

La vocación en Cristo es gratificante y reconfortante. Como comienza diciendo su autor, «una persona que se siente llamada entra en una experiencia de comunión con Jesús y se descubre amada, redimida, y responsable en la obra de salvación de Dios». No obstante, camina inmerso en una «aventura espiritual que no es fácil ni inmediata». Cualquier religioso deberá a lo largo de su vida «enfrentarse a sí mismo y a sentirse interpelado por la historia y la realidad, por sus propias inconsistencias y la lucha por responderle a Dios».

Tomar la decisión de afrontar esta aventura se debe hacer tras una etapa de reflexión intensa. «Discernir la propia vocación no resulta fácil», dice Héctor Manuel Calderón. Para ello, lo más necesario es volver al centro de la decisión vocacional. Es decir, mirar en el interior, en el corazón de cada uno. El centro de cada persona, dice el autor del documento de Formación permanente, es el corazón, como indicaba el lenguaje hebreo. «Es en el corazón donde el hombre toma las grandes decisiones de la vida; allí se le exigen cuentas de sus opciones trascendentales y la fidelidad a sus convicciones».

Toda vocación, si es verdadera, nace en el corazón. «Cuando una persona desea totalmente a Dios y quiere pertenecerle, su corazón se va afianzando en el mismo amor y tenderá continuamente a él». Y en esta línea, será Dios quien moldee ese corazón y lo haga suyo: «Cuando Dios llama, ensancha el corazón humano y le otorga una capacidad particular de amar generosa e indivisamente».

El discernimiento, siguiendo a San Agustín, es «distinguir para amar». Cada proceso vocacional se enfrentará a tres fenómenos: la crisis vocacional, el deseo de abandono y la inconsistencia de personalidad frente a los problemas. Para ello, es necesario utilizar las siete armas espirituales para el discernimiento vocacional: «Cíñete con el cinturón de la verdad, revístete con la coraza de la justicia, cálzate los pies con el evangelio de la paz, porta siempre el escudo de la fe, recibe el yelmo de la salvación, empuña la espada del espíritu que es la Palabra de Dios y ora con perseverancia».

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