Una palabra amiga

Dile a Dios que le perdono

Muchas personas necesitan pedir a Dios razón de su sufrimiento. La respuesta está en la cruz. Lo relata en este artículo el agustino recoleto Miguel Ángel Ciaurriz

Cuenta Simone de Beauvoir, filósofa y escritora francesa, fallecida en la década de los ochenta del siglo pasado, hija de un ateo y de una creyente, considerada la gran musa del feminismo, que su padre, en el lecho de muerte, antes de partir hacia donde no sabía dónde, le dijo a su madre: “si te ves con Dios, dile que le perdono”. Parece que quiso llegar a la fe, pero no encontró la manera de doblegar la terquedad de su mente.

Viene esto a cuento de que hoy mucha gente siente la tentación de pedir a Dios razón de su sufrimiento. “A ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lagrimas”, decimos cuando rezamos la Salve. Pareciera que, cuando rezamos así, sentimos que nuestro destino fatal en este mundo es inexorablemente sufrir y padecer, sufrir y más sufrir.

Dios no quiere eso. Él es un Padre bueno, que quiere lo mejor para nosotros; no quiere que suframos. Además, cuando sufrimos, no es ajeno a nuestro dolor, Él sufre con nosotros.

Cuando aquel fatídico 11 de septiembre del 2001 aquellos aviones se estrellaron contra las Torres Gemelas de New York, muchos se preguntaron dónde estaba Dios ese día y a esa hora, por qué no detuvo o desvió esos pájaros de acero que llevaban la muerte en sus entrañas.

No nos costará trabajo imaginarnos a Dios llorando amargamente, más que nadie ese día, más que los propios familiares de los fallecidos y más que cualquier ciudadanos de la población norteamericana y del mundo entero que ese día sintió que una buena parte de sus vidas se fue con los que quedaron sepultados.

Dios es Padre, Padre de todos, no lo olvidemos. Es padre de los inocentes que murieron tras el atentado y padre también de los asesinos que estrellaron los aviones contra los edificios. Ese día nadie lloró como Dios.

No, no es eso lo que quiere Dios para nosotros, sus hijos. La respuesta y explicación de Dios a nuestro sufrimiento es la cruz de su Hijo.

Seguramente cada día nos toca enfrentar más de una adversidad y más de un momento de dolor que cruzarán por nuestro frente y nos golpearán; pero, seguramente también, sacaremos fuerzas para superar tales contratiempos. No preguntemos a Dios por qué; veamos su presencia en el camino que nos apunta para salir airosos del momento.

En este valle, que decimos “de lágrimas”, también hay flores. Sequemos las lágrimas de nuestros ojos para contemplar y gozar las bellezas de esto que llamamos destierro, que las hay y muchas.

Miguel Ángel Ciaurriz

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