Una palabra amiga

Sabio es el que discierne bien

Discernir implicar arriesgarse y en algunos casos acertar. La hna. Alicia Correa, agustina recoleta, expresa en este artículo la riqueza del discernimiento

Si buscamos en internet el significado de la palabra discernimiento, entre miles de respuestas escojo la que se nos la define como distinguir una cosa de otra, señalando la diferencia que hay entre ellas.

Todos tenemos experiencia de que la vida no es un venir a la existencia sin más, aquí no se nos ha dado todo hecho, ni tenemos nada resuelto sin compromisos ni problemas que resolver, no damos las cosas por sabidas ni tampoco nos viene lo de cada día como se suele decir, “como anillo al dedo”. La mayoría de las veces no realizamos las cosas con facilidad, sino que son fruto de esfuerzo y trabajo, ni mucho menos lo vemos todo siempre nítido al cien por cien, y en muchas ocasiones las circunstancias se nos presentan más oscuras que claras.

La vida es una maravillosa oportunidad de ir despertando a nuevas y constantes experiencias que van configurando nuestro existir y por eso con frecuencia, aún sin ser conscientes de ello, tenemos que discernir en todo y para todo, desde lo más liviano hasta para lo más importante. Ella nos va enseñando que no podemos tenerlo todo, ni abarcarlo a la perfección y de un solo golpe, ni ser perfectos, así somos de pequeños, por ello tenemos que poner en práctica con asiduidad el discernimiento hasta para comenzar nuestro día a día, esa jornada repleta de actividades, de emociones, de imprevistos, de alegrías, de sueños, de superación, o de fracasos, que todo cabe en cualquier momento y a cualquier hora.

El discernimiento implica un proceso de búsqueda, y de selección. Nos toca elegir entre una o varias posibilidades. Por ejemplo: en un día de descanso, puedo discernir qué hacer, si irme a la playa o al campo, o simplemente quedarme en casa a descansar tomando un buen té y relajarme del trabajo de la semana.

El discernimiento nos permite aprender de los virajes de la vida; es intentar subirse al tren de esa aventura apasionante y averiguar cómo y por donde caminar, colocar en su sitio una y otra vez sin descanso lo que nos sucede, reordenar nuestro corazón inquieto, ese corazón a veces confundido, disperso, roto, desorientado o simplemente despistado.

Discernir es lo contrario a la pasividad, al desinterés. Implica dinámica, movimiento, riesgo para obtener un fin concreto y el resultado que se busca.

Con frecuencia la vida nos coloca en la tesitura de elegir, de desprendernos de algo para quedarnos con lo esencial, o por lo menos para disfrutar con lo que consideramos bueno o mejor para nosotros, proceso difícil pero también cargado de la consiguiente sabiduría.

El discernimiento supone riesgo. Y aquí cabe hacernos la pregunta del millón: siempre que optamos, que discernimos, ¿lo hacemos adecuadamente?. Claro queda que no, hemos dicho más arriba que todo no se nos da hecho, pero no pasa nada, absolutamente nada, el discernimiento nos descentra de nuestros miedos y nos enseña a aceptar nuestras equivocaciones, nos muestra hasta donde podemos y de lo que carecemos, es el termómetro que señala la calidad de nuestra madurez, de nuestro crecimiento personal, gracias a él debemos aprendemos a aceptar nuestras caídas o nuestras superaciones con paz. Nos equilibra, nos regenera por dentro y nos capacita para demostrarlo hacia fuera.

Saber discernir, tener la sabiduría, ese es el “quid” de la cuestión,  para diferenciar la verdad del error, de ver lo que está oscuro y hacer que prenda la luz, es una buena herramienta para caminar en la vida, es el pedagogo que va conformando nuestra existencia, es como aquel “Maestro interior” que decía san Agustín, el que enseña y el que habla, el que corrige y te llama, el que llora contigo en tus fracasos y el que ríe y te acompaña en los momentos de fiesta, el que te llama por tu nombre y también el que siempre llevas dentro y nunca te abandona.

Elijamos hacer bien, discernir bien, vivir bien, trabajar bien, orar bien. Será este un buen discernimiento, una buena opción de vida, porque para una vez que se vive, como dijo el poeta Horacio: “carpe diem”… y en palabras de san Agustín: No debo renunciar a hacer lo que puedo, por el hecho de no poder todo lo que quiero” (Ep.166,1,1). 

¡Ánimo!, cada día se nos ofrece un nuevo reto, alcanzar la sabiduría del que discierne bien.

Hna Alicia Correa OAR
Monasterio del Corpus Christi (Granada)

#UnaPalabraAmiga

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