Una palabra amiga

La “fragancia” de la pastoral de las vocaciones

La pastoral de animación de la vocación y de animación de las vocaciones hoy se concentra en el anuncio del “kerigma vocacional”, esto es, en el anuncio de la vida como vocación. La catequesis, las homilías, las celebraciones de los sacramentos, el rezo de la liturgia de las horas, las devociones populares, la liturgia de la Palabra, etc., serán profundamente evangelizadoras en la medida en que sean vocacionales. Sobre esto reflexiona el agustino recoleto Fabián Martín

¿Quién alguna vez en su vida no ha paseado por un jardín y se ha detenido a oler y disfrutar el agradable aroma de las flores? Cuando nos atrae de forma especial algún tipo de aroma que despide una flor, nos detenemos ante ésta el tiempo que haga falta para retener cuanto más sea posible aquella fragancia. Y si está en nuestras manos, arrancamos aquella flor que nos conquistó con su perfume y nos la llevamos a casa para apropiarnos de su aroma por más tiempo. Claro, en un par de días la flor se marchita y pierde poco a poco su agradable esencia; nos gustaría contar más tiempo con su buen olor, pero todo tiene su término. Y no siempre contamos con un jardín de dónde arrancar las flores. En este sentido, los aromatizantes y los perfumes vienen a remplazar el buen olor de las flores con que procuramos ambientar nuestro entorno vital.

A propósito de buenos olores, ¿alguna vez te has preguntado cómo se elabora un perfume? Seguramente sí. Y posiblemente “google” te haya resuelto esta curiosidad. No obstante, lo digo brevemente. Hay mucho métodos para obtener perfume, pero me detengo en uno en especial: en el de destilación por evaporación. En este procedimiento, se somete a grandes cantidades de productos naturales como flores, plantas, raíces, etc., a cocción a altas temperaturas. Tras la evaporación, se va obteniendo por destilación el aceite que guarda la esencia aromática de aquellos elementos. Para hacernos una idea, se necesitan, por ejemplo, de dos a tres toneladas de rosas para un frasco de perfume de cien miligramos.

Pues bien, hoy me gustaría hablar del perfume o del buen aroma de la animación de las vocaciones. Es como si después de un esfuerzo de más de cincuenta años -desde el Concilio Vaticano II hasta hoy-, fuéramos poco a poco comprendiendo cómo llegar a la esencia de la animación de las vocaciones. Se han empleado durante estos años grandes cantidades de recursos humanos y materiales para dedicarlos a una encomienda no de destilación, sino de búsqueda y discernimiento de lo esencial en la animación vocacional. De hecho, la “bendita crisis” de vocaciones de la que tanto se habla en diferentes ámbitos de la Iglesia, ha sido como el fuego que ha dado paso a la ebullición de la creatividad en el Espíritu. Gracias a este proceso a veces difícil y desconcertante, pero cargado de confianza y esperanza, se va dando poco a poco con la “fragancia” de la pastoral de animación vocacional y de las vocaciones.

Quizá sea un tanto atrevido, pero aún así me aventuro a decir que el “ambiente” donde se esparce el buen olor de la animación de las vocaciones es el que comúnmente venimos llamando la “comunidad vocacional”. La cultura vocacional crea y recrea ese ambiente que necesitan las vocaciones para echar raíces, crecer, florecer y dar frutos. Y lo que perfuma este ambiente, la comunidad cristiana madre de las vocaciones, es la proclamación del kerigma vocacional. Sí, el kerigma vocacional es el destilado que recoge la fragancia con la que ambientamos nuestras comunidades cristianas, sobre todo cuando se ha colado el mal olor de una cultura o visión del hombre sin vocación.

¿Qué es esta dichosa fragancia que perfuma nuestras comunidades cristianas y que llamamos “kerigma vocacional”? Un sacerdote operario diocesano, Emilio Lavaniegos, la definió bellamente en su obra cumbre El kerigma vocacional: “Tu vida no es resultad o de la casualidad o de un error, se ha originado en el amor y ha sido creada por Dios. Por ello puedes estar seguro de que eres incondicional y definitivamente amado. Este amor originario ha impreso en tu existencia un orden, según el modelo de Cristo. Tu vida tiene un sentido objetivo que necesitas descubrir poco a poco. Se trata de un don que no se agota en ti mismo, porque se ordena a los demás. Desarrollar ese don es tu tarea. Cuando asumes este designio y esta dirección, tu libertad adquiere un nuevo sentido, absolutamente original”.

La animación de la vocaciones tiene la misión y la encomienda de ambientar con el aroma de esta certeza de fe -kerigma vocacional- que no puede ser acallada en la Iglesia. La pastoral de la animación de la vocación y de las vocaciones se constituye en el aspersor del anuncio de la vida como vocación. Se trata de llegar a todos los que formamos el pueblo de Dios para acompañarles en la respuesta a la belleza de las llamadas de Dios. Sí, digo llamadas porque Dios Padre no se cansa de llamarnos, después de todo Dios Padre es el eterno amante que llama a vivir una respuesta de amor.

Por lo tanto, todas las actividades encaminadas a vivir, celebrar, compartir y testimoniar la fe y el encuentro vivo con Cristo, han de estar aromatizadas con el perfume del anuncio de una provocación -¿qué quiere Jesús de ti?– que emplaza a una respuesta, “heme aquí, Señor”. Toda actividad que se precie de ser evangelizadora será bella en la medida en que exhale el buen aroma de Cristo que pasa, se detiene ante ti, te mira a los ojos con amor, te llama para que le sigas y aguarda tu libre respuesta. La catequesis, las homilías, las celebraciones de los sacramentos, el rezo de la liturgia de las horas, las devociones populares, serán fuertemente evangelizadoras en la medida en que sean profundamente vocacionales.

Fabián Martín OAR

#UnaPalabraAmiga

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