San Agustín realiza un recorrido por la Pasión de Jesús y explica cada momento de la mano del Evangelio de San Juan en sus tratados
La entrada en Jerusalén
Hosanna y su significado
Así, en efecto, habla el evangelio que oíais cuando se leía en público hace un momento: Pues bien, al día siguiente, la turbamulta que había venido al día festivo, como hubiese oído que Jesús viene a Jerusalén, tomaron ramos de palmas y le salieron al encuentro y gritaban: Hosanna, bendito el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel. Los ramos de palma son loas que significan victoria porque el Señor, muriendo, iba a vencer a la muerte y con el trofeo de la cruz iba a triunfar sobre el diablo, príncipe de la muerte. Por otra parte, hosanna es, como dicen algunos que conocen la lengua hebrea, voz de suplicante, la cual indica un sentimiento más bien que alguna realidad, como son en nuestra lengua las que llaman interjecciones: por ejemplo, cuando dolientes decimos «¡ay!», o cuando algo nos gusta decimos «¡bien!», o cuando nos asombramos decimos «¡oh, cosa grande!». De hecho, «¡oh!» no significa nada, sino el sentimiento de quien se asombra. Ha de creerse, por tanto, que esto es así porque ni el griego ni el latino pudieron traducirlo, como aquello: El que llame a su hermano «raca». De hecho, se dice que también ésta es una interjección que muestra el sentimiento de quien se indigna.
No pierde su divinidad cuando nos muestra su humildad
Por otra parte, «Bendito el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel»ha de tomarse de forma que «en nombre del Señor» se entienda «en nombre de Dios Padre», aunque puede también entenderse «en su nombre», porque también él mismo es el Señor. Por ende, también está escrito en otra parte: El Señor hizo llover de parte del Señor. Pero dirigen mejor nuestro entendimiento las palabras de quien asevera: Yo he venido en el nombre de mi Padre, y no me acogisteis; otro vendrá en su nombre; a éste acogeréis. En efecto, maestro de rebajamiento es Cristo, que se rebajó a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte; ahora bien, muerte de cruz. Por tanto, no pierde su divinidad cuando nos enseña el rebajamiento; en aquélla es igual al Padre, en éste, similar a nosotros; mediante lo que es igual al Padre nos creó para que existiéramos; mediante lo que es similar a nosotros nos redimió para que no pereciéramos.
El rey de la creación, proclamado rey de Israel
La turba le decía estas loas: Hosanna, bendito el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel. La envidia de los príncipes de los judíos ¿qué cruz de la mente podía tolerar cuando tamaña multitud aclamaba como a rey suyo a Cristo? Pero ¿qué significó para el Señor ser el Rey de Israel? ¿Qué grandeza fue para el rey de los siglos ser hecho rey de los hombres? En efecto, Cristo es el Rey de Israel no para exigir tributo o armar con espada a un ejército y derrotar visiblemente a los enemigos; sino que es el Rey de Israel para regir las mentes, para cuidarlas eternamente, para conducir al reino de los cielos a quienes creen, esperan y aman. Que, pues, el Hijo de Dios, igual al Padre, Palabra mediante la que todo se hizo, haya querido ser el Rey de Israel, es dignación, no promoción; es indicio de compasión, no aumento de potestad, ya que, quien en la tierra fue nominado el Rey de los judíos, en el cielo es el Señor de los ángeles.
El asnillo y el pueblo gentil
Y halló Jesús un asnillo y se sentó sobre él. Aquí está dicho brevemente porque con todas las letras se lee en los otros evangelistas cómo sucedió7. Ahora bien, se aplica a este hecho un testimonio profético, para que apareciese que las malignas autoridades de los judíos no entendían a ese en quien se cumplía lo que leían. Jesús, pues, halló un asnillo y se sentó sobre él, como está escrito: No temas, hija de Sión, he ahí que tu rey viene sentado en un pollino de asna. Entre aquel pueblo estaba, pues, la hija de Sión; Jerusalén es la misma que Sión. Entre aquel pueblo réprobo y ciego, repito, estaba empero la hija de Sión, a la que se diría: No temas; he ahí que tu rey viene sentado sobre un pollino de asna. Esta hija de Sión a quien se dice eso estaba entre las ovejas que escuchaban la voz del Pastor; estaba entre la multitud que con tanta devoción loaba, con tan gran grupo escoltaba al Señor que venía. A ella está dicho: «No temas; reconoce al que loas y, cuando padece, no tiembles, porque se derrama la sangre mediante la que se borre tu delito y se te devuelva la vida». Pero por el pollino de asna en que nadie se había sentado —esto, en efecto, se halla en otros evangelistas— entendemos el pueblo de las gentes, el cual no había recibido la Ley del Señor. Por el asna, en cambio —que uno y otro jumento se le trajo al Señor—, entendemos su plebe, que venía del pueblo de Israel; no la enteramente indómita, sino la que reconoció el pesebre del Señor.
Estas cosas no las comprendieron al principio sus discípulos; sino que, cuando fue glorificado Jesús, cuando manifestó la fuerza de su resurrección, entonces recordaron que estas cosas estaban escritas de él y que estas cosas le hicieron; esto es, no le hicieron otras cosas que las que estaban escritas de él. En efecto, al reconsiderar, según la Escritura, lo que se cumplió antes de la pasión del Señor o en la pasión del Señor, allí hallaron también esto: que, según los dichos de los profetas, se había sentado en un pollino de asna.
¿Dónde estaremos bien sin Cristo, y mal con Cristo?
Si alguien me sirve, sígame. ¿Qué significa sígame, sino imíteme? Cristo, en efecto, padeció por nosotros, asevera el apóstol Pedro, para dejarnos un ejemplo a fin de que sigamos sus huellas. He ahí lo que está dicho: Si alguien me sirve, sígame. ¿Con qué fruto? ¿con qué paga? ¿con qué premio? Y donde yo estoy, afirma, allí estará también mi servidor. Sea amado gratis; así el salario del trabajo con que se le sirve será estar con él. En efecto, dónde se estará bien sin él, o cuándo se podrá estar mal con él? Escúchalo con más claridad: Si alguien me sirviere, lo honrará mi Padre. ¿Con qué honor, sino con el de estar con su Hijo? En efecto, se entiende que, cuando dice «lo honrará mi Padre», ha expuesto lo que más arriba asevera: Donde yo estoy, allí estará también mi servidor. Ciertamente, ¿qué mayor honor podrá recibir un adoptado que estar donde está el Único, no hecho igual a la divinidad, sino consociado con la eternidad?
La última cena
La Pascua como paso
La Cena del Señor según Juan, en los tratados debidos, ha de explicarse con ayuda de aquel mismo y ha de exponerse como él me diere poder exponerla.
Ahora bien, antes del día festivo de la Pascua, al saber Jesús que vino su hora de pasar de este mundo al Padre, como hubiese querido a los suyos que estaban en el mundo, los quiso hasta el final. Pascua, hermanos, es nombre no griego, como algunos estiman, sino hebreo; sin embargo, en este nombre se presenta cierta congruencia de una y otra lenguas. En efecto, precisamente porque «padecer» se dice en griego pásjein, se supuso que «pascua» significa «pasión», como si ese nombre se derivase de «pasión»; realmente, en su lengua, esto es, en la hebrea, se llama «pascua» al paso; por eso el pueblo de Dios celebró la primera Pascua, exactamente cuando los huidos de Egipto pasaron el Mar Rojo. Esa figura profética, pues, en la realidad se ha cumplido ahora, cuando como oveja para ser inmolada es conducido Cristo, untadas por cuya sangre nuestras jambas, esto es, signadas nuestras frentes con la señal de su cruz, somos librados de la perdición de este mundo cual de la cautividad o de la matanza egipcia; y realizamos el salubérrimo paso cuando pasamos del diablo a Cristo, y de este inestable mundo a su solidísimo reino. En efecto, al permanente Dios pasamos precisamente para no pasar con el pasajero mundo. El Apóstol, al loar a Dios por esta gracia otorgada a nosotros, dice: El cual nos arrancó de la potestad de las tinieblas y nos trasladó al reino del Hijo de su caridad. Así pues, el bienaventurado evangelista, al interpretarnos, digamos, este nombre, esto es, pascua, que, como he dicho, en nuestra lengua se llama paso, afirma: Antes del día festivo de la Pascua, al saber Jesús que vino su hora de pasar de este mundo al Padre. He ahí la pascua, he ahí el paso. ¿De dónde y a dónde? A saber: De este mundo al Padre. En la cabeza se ha dado a los miembros la esperanza de que, por haber pasado él, van sin duda a seguirle. Los incrédulos, pues, y los mal dispuestos hacia esta cabeza y hacia su cuerpo, ¿qué? ¿Acaso no pasan también ellos? ¡Porque no permanecen! Lisa y llanamente, pasan también esos mismos; pero una cosa es pasar del mundo; otra, pasar con el mundo; una, al Padre, otra, al enemigo. De hecho, también los egipcios pasaron; sin embargo, no pasaron por el mar al reino, sino en el mar al aniquilamiento.
Nos amó hasta la muerte
Sabedor, pues, Jesús de que vino su hora de pasar de este mundo al Padre, como hubiese querido a los suyos que estaban en el mundo, los quiso hasta el final, evidentemente para que, de este mundo donde estaban, también ellos, gracias al cariño de su cabeza, pasasen a ella, que de aquí había pasado. En efecto, ¿qué significa hasta el final sino hasta Cristo, pues el Apóstol asevera: El final de la Ley es Cristo, para justicia en favor de todo el que cree? Final perfeccionador, no aniquilador; final hasta el que vayamos, no donde perezcamos. Absolutamente así ha de entenderse: Fue inmolado Cristo, nuestra Pascua. Él en persona es nuestro final, hasta él es nuestro paso. Por cierto, veo que esas palabras evangélicas pueden entenderse también así, en cierto modo humano: como si Cristo nos hubiera querido hasta la muerte, de forma que «los quiso hasta el final» parezca significar esto. Humana es esta opinión, no divina, pues no nos ha querido hasta ahí quien siempre y sin final nos quiere. ¡Ni pensar que mediante la muerte haya acabado con el cariño, ese con quien la muerte no ha acabado! Aun tras la muerte quiso a sus cinco hermanos el rico aquel, soberbio e impío, y ¿ha de suponerse que Cristo nos ha querido hasta la muerte? ¡Ni pensarlo, carísimos! De ninguna manera llegaría él, queriéndonos, hasta la muerte, si mediante la muerte acabara con el cariño hacia nosotros. A no ser que «los quiso hasta el final» haya de entenderse quizá así: que los quiso tanto que murió por causa de ellos. En efecto, testificó esto, al decir: Nadie tiene mayor caridad que ésta: que alguien deponga su vida por sus amigos. Realmente no me opongo a que «los quiso hasta el final» se entienda así, esto es, el cariño mismo le condujo hasta la muerte.
Y, hecha la cena, afirma, como el diablo ya hubiese enviado al corazón que lo entregase Judas de Simón Iscariote, sabedor de que el Padre le puso todo en las manos y de que de Dios salió y a Dios va, se levanta de la cena y depone sus vestidos y, como hubiese tomado un paño, se ciñó. Después echa agua en el barreño y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a secarlos con el paño con que estaba ceñido. Que se había hecho la cena no debemos entenderlo así, como si ya se hubiese acabado y pasado, ya que, cuando el Señor se levantó y lavó los pies a sus discípulos, aún se cenaba porque después se recostó y dio después el bocado a su traidor, evidentemente no acabada aún la cena, esto es, mientras aún había pan en la mesa. Está, pues, dicho «hecha la cena»: ya preparada y llevada a la mesa y para uso de los participantes en el banquete.
El corazón de Judas y los designios divinos
Ahora bien, si porque asevera «Como el diablo ya hubiese enviado al corazón que lo entregase Judas de Simón Iscariote», preguntas qué fue enviado al corazón de Judas, es evidentemente esto: que lo entregase. Ese envío es una sugerencia espiritual; se hace no a través del oído, sino mediante el pensamiento y, por esto, no corporal, sino espiritualmente. Por cierto, no siempre ha de tomarse en buen sentido lo que se califica de espiritual. El Apóstol conoce ciertas realidades de maldad espirituales, en las regiones celestes, respecto a las que testifica que contra ellas tenemos lucha cuerpo a cuerpo; ahora bien, puesto que de «espíritu» reciben nombre las realidades espirituales, no habría también realidades espirituales malignas si no hubiera también espíritus malignos. Pero ¿de dónde sabe el hombre cómo sucede esto: que las sugerencias diabólicas son introducidas y mezcladas con los pensamientos humanos, de forma que el hombre las considera como suyas? No ha de dudarse que así, latente y espiritualmente, también el buen espíritu hace sugerencias buenas; pero importa a cuáles de ellas consiente la mente humana, según que por mérito la abandone el auxilio divino o por gracia la ayude. Mediante inmisión diabólica, pues, en el corazón de Judas había sucedido que el discípulo traicionase al Maestro, pero respecto al cual no había aprendido que es Dios. Al banquete había venido él, que ya era de tal ralea: espía del Pastor, insidiador del Salvador, vendedor del Comprador; él, que ya era de tal ralea, había venido, era visto y tolerado y, porque se engañaba respecto a quien quería engañar, estimaba que se le desconocía. Mas aquél, inspeccionado éste dentro, en el corazón mismo, lo usaba a sabiendas sin saberlo él.
El mal convertido en bien
Sabedor de que el Padre le puso todo en las manos. También, pues, al traidor mismo porque, si no lo tuviera en las manos, no lo usaría en absoluto como quisiera. Por ende, el traidor había sido ya entregado a ese a quien deseaba entregar y, traicionando, hacia un mal, de forma que de aquel traicionado resultase un bien que desconocía. En efecto, el Señor, que pacientemente usaba a los enemigos, sabía qué hacer por los amigos, y así el Padre le había puesto todo en sus manos:lo malo, para usarlo; lo bueno, para efectuarlo. Sabedor también de que de Dios salió y a Dios va sin abandonar a Dios aunque de allí salió, ni a nosotros aunque regresó.
La redentora humildad de Cristo
Sabedor, pues, de esto, se levanta de la cena y depone sus vestidos y, como hubiese tomado un paño, se ciñó. Después pone agua en el barreño y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a secarlos con el paño con que estaba ceñido. Debemos, dilectísimos, observar diligentemente la intención del evangelista. En efecto, quien iba a hablar de tan gran abajamiento del Señor, quiso primero encarecer su excelsitud. A esto se refiere lo que asevera: Sabedor de que el Padre le puso todo en las manos, y de que de Dios salió y a Dios va. Aunque, pues, el Padre le había puesto todo en las manos, de los discípulos lava él no las manos, sino los pies; y, aunque sabía que él había salido de Dios y se dirigía a Dios,desempeñó no el oficio del Dios Señor, sino el de un hombre esclavo. Por otra parte, a esto se refiere también el haber querido hablar primeramente de su traidor, que había venido cuando era ya de esa ralea, al cual él no desconocía tampoco; así a este máximo colmo de abajamiento se sumaría el no haberse desdeñado de lavar los pies incluso a ese cuyas manos preveía metidas en el crimen.
Por otra parte, ¿qué tiene de particular, si se levantó de la cena y depuso sus vestidos quien, aunque existía en forma de Dios, se vació a sí mismo? Y ¿qué tiene de particular, si se ciñó con un paño quien, al tomar forma de esclavo, en el porte fue hallado como hombre? ¿Qué tiene de particular, si en el barreño echó agua con que lavar los pies de los discípulos quien al suelo derramó su sangre con la que diluir la inmundicia de los pecados? ¿Qué tiene de particular, si con el paño con que estaba ceñido secó los pies que había lavado quien con la carne de que estaba vestido consolidó las huellas de los evangelistas? Y, por cierto, para ceñirse con el paño, depuso los vestidos que tenía; en cambio, para tomar forma de esclavo cuando se vació a sí mismo, no depuso lo que tenía, sino que asumió lo que no tenía. Para ser crucificado fue enteramente despojado de sus vestidos; muerto, fue envuelto en paños y esa su entera pasión es nuestra purificación. Así pues, quien iba a padecer desastres, presentó sus respetos no sólo a esos por quienes iba a sufrir la muerte, sino incluso a quien iba a entregarlo a la muerte. Por cierto, es tanta la utilidad del abajamiento humano, que incluso lo recomendó con su ejemplo la sublimidad divina, porque el hombre soberbio perecería para siempre, si el Dios humilde no lo hallase, pues vino el Hijo del hombre a buscar y hacer salvo lo que había perecido. Ahora bien, había perecido por seguir la soberbia del embaucador; siga, pues, una vez hallado, el abajamiento del Redentor.
El lavatorio de pies
Reacción de Pedro: mejor meditarla que comentarla
Como el Señor lavase los pies de los discípulos, viene a Simón Pedro y le dice Pedro: Señor, ¿tú me lavas los pies?1 En efecto, ¿quién no se espantaría de que le fuesen lavados por el Hijo de Dios los pies? Así pues, aunque había sido de gran audacia que el esclavo contradijera al Señor, el hombre a Dios, sin embargo, Pedro prefirió hacer esto, antes que soportar que el Señor y Dios le lavase los pies. No debemos suponer que, entre los demás, Pedro había temido y recusado esto, aunque los otros habían permitido con agrado o ecuánimemente que aquello se les hiciese antes que a él. En efecto, porque tras haber dicho: «Comenzó a lavar los pies de los discípulos y a secarlos con el paño con que estaba ceñido», después se ha añadido: «Viene, pues, a Simón Pedro», esas palabras del evangelio se entienden más fácilmente así: cual si hubiera ya lavado a algunos y, tras ellos, hubiera venido al primero. Por cierto, ¿quién desconoce que el primero de los apóstoles es el muy bienaventurado Pedro? Pero ha de entenderse así: no que después de algunos vino a él, sino que comenzó por él. Cuando, pues, comenzó a lavar los pies de los discípulos, vino a ese por quien empezó, esto es, a Pedro; y entonces Pedro se espantó de lo que se habría espantado también cualquiera de ellos y dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies? Qué significa «tú», qué significa «a mí», son cosas más para pensar que para decir, no sea que quizá no pueda la lengua explicar lo digno que en virtud de estas palabras concibe hasta cierto punto el alma.
Pero respondió Jesús y le dijo Tú desconoces ahora mismo lo que yo hago; en cambio, lo sabrás después. Sin embargo, aterrado por la profundidad del hecho del Señor, aquél no permite que se haga lo que ignoraba por qué se haría, sino que aun no quiere ver, no puede aguantar a Cristo abajado hasta sus pies. No me lavarás los pies eternamente, afirma. ¿Qué significa «eternamente»? Nunca lo soportaré, nunca lo consentiré, nunca lo permitiré; en efecto, no sucede eternamente esto que nunca sucede. Entonces, para aterrar con el peligro de su salud al enfermo reluctante, el Salvador afirma: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo. Aunque se trataba de solos los pies, está dicho «Si no te lavare», como suele decirse «me pisas», cuando se pisa el pie solo. Mas aquél, perturbado por el amor y el temor y espantado más porque Cristo le fuese rehusado que porque se hubiese abajado hasta sus pies, asevera: Señor, no sólo mis pies, sino también las manos y la cabeza. Ya que amenazas así, no sólo no te sustraigo, para que no me los laves, mis miembros inferiores, sino que te someto también los superiores. Para que no me niegues la parte que contigo he de tomar, no te niego una parte de mi cuerpo a la que lavar.
Con los pies en la tierra
Le dice Jesús: El que se ha bañado, no tiene necesidad de lavarse sino los pies, sino que entero está limpio. Tal vez se agite aquí alguno y diga: «Más bien, si entero está limpio, ¿por qué le es necesario lavarse siquiera los pies?». Pues bien, el Señor sabía lo que decía, aunque nuestra debilidad no penetra sus secretos. Sin embargo, hasta donde se digna instruirnos y enseñarnos en virtud de su ley, conforme a mi alcance, conforme a mi medida, también yo, si él ayuda, responderé algo acerca de la profundidad de esta cuestión y primero mostraré fácilmente que el dicho no es contrario a sí mismo. En efecto, ¿quién no puede decir correctísimamente: «Entero está limpio, excepto los pies»? Ahora bien, habla más elegantemente si dice «Entero está limpio, a no ser los pies», lo cual significa lo mismo. El Señor, pues, asevera esto: No tiene necesidad de lavarse sino los pies, sino que entero está limpio; entero, evidentemente, excepto los pies o a no ser los pies, que tiene necesidad de lavarse.
Pero ¿qué significa esto, qué quiere decir? ¿Por qué es necesario que averigüemos esto? El Señor dice, la Verdad habla, que aun ese que se ha bañado tiene necesidad de lavarse los pies. ¿Qué, hermanos míos, qué suponéis, sino que en el santo bautismo se lava ciertamente al hombre entero, no excepto los pies, sino entero absolutamente? Sin embargo, cuando después se vive entre las cosas humanas, se pisa la tierra, evidentemente. Por eso, los afectos humanos mismos, sin los que no se vive en esta mortalidad, son, por así decirlo, pies donde se nos influye en virtud de las cosas humanas y se nos influye de forma que, si dijéremos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Por eso nos lava cotidianamente los pies quien interpela por nosotros. Y que tenemos necesidad de lavarnos cotidianamente los pies, esto es, de que enderecemos los caminos de los pasos espirituales, en la oración dominical lo confesamos cuando decimos: «Perdónanos nuestras deudas como también nosotros perdonamos a nuestros deudores». En efecto, si, como está escrito, confesamos nuestros pecados, el que lavó los pies de sus discípulos es verdaderamente fiel y justo para perdonarnos los pecados y limpiarnos de toda iniquidad, esto es, hasta los pies con que vivimos en la tierra.
El prendimiento de Jesús
No hay contradicción entre los evangelistas
Terminado el importante y largo discurso que el Señor, próximo a derramar por nosotros la sangre, tras la cena pronunció ante los discípulos que entonces estaban con él, añadida la oración que dirigió al Padre, sin interrupción comenzó así el evangelista Juan la pasión de aquél: Tras haber dicho estas cosas Jesús, salió con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón donde había un huerto al que entró él mismo y sus discípulos. Por su parte, también Judas, el que lo entregaba, conocía el lugar, porque allí se había reunido frecuentemente Jesús con sus discípulos. Esto que narra, que el Señor entró al huerto con sus discípulos, no sucedió inmediatamente después de haberse acabado esa oración suya respecto a cuyas palabras asevera: «Tras haber dicho estas cosas Jesús», sino que se intercalaron ciertas cosas que, omitidas por ese evangelista, se leen en los otros, como en éste se hallan muchas que ésos callaron similarmente en su narración. Pues bien, cualquiera que desea saber cómo todos concuerdan entre sí y cómo uno no está en desacuerdo con la verdad que se expresa mediante otro, búsquelo no en estos sermones, sino en otros escritos laboriosos, y estúdielos a fondo no en pie y oyendo, sino, más bien, estando sentado y leyendo o prestando oído y mente atentísimos a quien lee. Sin embargo, antes de saberlo —ya sea que aun en esta vida pueda saberlo, ya sea que no pueda a causa de algunos impedimentos—, crea que ningún evangelista, por lo que atañe a estos que la Iglesia recibe como autoridad canónica, ha redactado nada que pueda ser contrario a su propia narración o a la de otro, no menos veraz ella.
Así pues, veamos ahora la narración de este bienaventurado Juan según hemos emprendido exponerla: sin la comparación de los otros; sin detenernos en eso que es evidente, para hacerlo donde es necesario por reclamarlo el asunto. Lo que, pues, asevera: Tras haber dicho estas cosas Jesús, salió con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón donde había un huerto al que entró él mismo y sus discípulos, no lo comprendamos cual si inmediatamente tras aquellas palabras hubiere entrado a ese huerto; sino que lo que está dicho: Tras haber dicho estas cosas Jesús, contribuya a esto: a que no opinemos que él entró antes de acabar esas palabras.
Se sirve del mal para conseguir un bien
Afirma: También Judas, el que lo entregaba, conocía el lugar. El orden de las palabras es: El que lo entregaba conocía el lugar porque, afirma, allí se había reunido frecuentemente Jesús con sus discípulos. Allí, pues, el lobo, oculto en piel ovina y tolerado entre las ovejas por profundo designio del padre de familia, aprendió dónde dispersar por un tiempo al exiguo rebaño, intentando coger con insidias al Pastor. Afirma: Judas, pues, tras haber recibido la cohorte y agentes de parte de los jefes y de los fariseos, llega allí con faroles y antorchas y armas. La cohorte fue no de judíos, sino de soldados. Así pues, entiéndase recibida del gobernador cual para coger a un reo, guardado el orden de la potestad legítima, de modo que nadie osase enfrentarse a quienes lo cogieran, aunque se había congregado tan gran tropa y venía armada de forma que aterrorizase o incluso se opusiera, si alguien osaba defender a Cristo. Por cierto, su potestad se escondía y su debilidad se ponía delante, de forma que a los enemigos parecieran necesarias estas cosas contra ese contra el que nada hubiera sido eficaz, sino lo que hubiese querido ese mismo, ya que, el bueno, usaba bien el mal y del mal hacía el bien para hacer de los malos buenos y discernir de los malos a los buenos.
Le buscaban para darle muerte y él nos buscaba con su muerte
Así pues, como el evangelista añade al seguir: Jesús, sabedor de todo lo que iba a venir sobre él, se adelantó y les dijo: «¿A quién buscáis?». Le respondieron: «A Jesús el Nazareno». Jesús les dice: «Yo soy». Por su parte, también estaba con esos mismos Judas, quien lo entregaba. Cuando, pues, les dijo «Yo soy», se retiraron hacia atrás y cayeron a tierra. ¿Dónde están ahora la cohorte de soldados y los agentes de los jefes y de los fariseos? ¿Dónde el terror y protección de las armas? Como es notorio, la sola voz de quien dice «Yo soy», sin dardo alguno, ha golpeado, rechazado, abatido a tan gran turba, feroz de odios y terrible por las armas. En efecto, Dios se escondía en la carne y los miembros humanos ocultaban el Día sempiterno, de forma que para matarlo lo buscaban con antorchas y armas las tinieblas. «Yo soy», dice, y derriba a los impíos. ¿Qué hará al ir a juzgar, quien al ir a ser juzgado hizo esto? ¿Qué podrá al ir a reinar, quien al ir a morir pudo esto? Mediante el Evangelio, también ahora dice por doquier Cristo «Yo soy»; mas los judíos aguardan al anticristo aunque retrocedan y caigan a tierra porque, tras abandonar lo celeste, desean lo terreno.
Ciertamente, los perseguidores vinieron con el traidor para apoderarse de Jesús, hallaron a quien buscaban, oyeron «Yo soy»; ¿por qué en vez de apoderarse de él se retiraron hacia atrás y cayeron, sino porque quiso esto quien pudo cualquier cosa que quiso? En verdad, si nunca permitiera que lo prendiesen, sin duda no harían ellos eso por lo que habían venido, pero tampoco él mismo haría eso por lo que había venido. En efecto, para matarlo lo buscaban ellos, ensañándose, pero nos buscaba también él, muriendo. Por ende, porque ha mostrado su potestad a quienes querían cogerlo, mas no pudieron, cójanlo ya, para que mediante quienes le desconocen haga su voluntad.
De nuevo, pues, los interrogó: «¿A quién buscáis»? Por su parte, ellos dijeron: «A Jesús el Nazareno». Jesús respondió: «Os dije que yo soy. Si, pues, me buscáis a mí, dejad que éstos se vayan», para que se cumpliera la palabra que dijo: que no perdí a ninguno de esos mismos que me has dado. Afirma: Si me buscáis a mí, dejad que éstos se vayan. Ve a los enemigos y hacen esto que manda: dejan que se vayan esos respecto a quienes no quiere que perezcan. Ahora bien, ¿acaso no iban a morir después? ¿Por qué, pues, si morían entonces los perdería, sino porque aún no creían en él como creen cualesquiera que no perecen?
Misterios ocultos en el prendimiento de Jesús
Simón Pedro, pues, quien tenía una espada, la sacó y golpeó al esclavo del jefe de los sacerdotes y cortó su oreja derecha. Por su parte, el esclavo tenía por nombre Malco. Sólo este evangelista ha expresado también el nombre de este esclavo, como solo Lucas ha expresado que el Señor había tocado su oreja y lo había sanado. Pues bien, Malco se traduce «quien va a reinar». ¿Qué, pues, significa la oreja amputada en favor del Señor y sanada por el Señor, sino que, amputada la vetustez, el oído ha sido renovado para existir en la novedad del Espíritu y no en la vetustez de la letra? ¿Quién dudará que con Cristo iba a reinar ese a quien Cristo hubiere procurado esto? Por otra parte, a esa vetustez que engendra para la servidumbre, lo cual es Agar, se refiere también esto: que se hallase un esclavo. Pero, cuando sobrevino la sanidad, quedó figurada también la libertad. Sin embargo, el Señor desaprobó el hecho de Pedro y, al decir: «Mete la espada en la vaina. El cáliz que el Padre me ha dado ¿no lo beberé?», le prohibió avanzar más lejos, pues el discípulo quiso defender con su hecho al maestro, no pensó en lo que había de significarse. Por tanto, él hubo de ser exhortado a la paciencia y esto hubo de ser redactado para inteligencia. Por otra parte, lo que dice, que el Padre le ha dado el cáliz de la pasión, en realidad es lo que asevera el Apóstol: Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros? El cual no tuvo miramiento con el propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros. Autor de este cáliz es en verdad también ese mismo que lo bebe. Por ende, idéntico apóstol dice también: El Mesías nos quiso y por nosotros entregó a Dios una oblación y una víctima para olor suave, su propia persona.
Ellos encadenan a Jesús, él los libera
Por su parte, la cohorte y el tribuno y los agentes de los judíos se apoderaron de Jesús y lo ataron13. Se apoderaron de ese a quien no se acercaron porque él es el Día y ellos, en cambio, continuaron siendo tinieblas y no escucharon: Acercaos a él y sois iluminados. En efecto, si se acercasen así, se apoderarían de él no con las manos para matarlo, sino con el corazón para acogerlo. Cuando, en cambio, ahora se apoderaron de él de ese modo, entonces se retiraron de él más lejos y ataron a ese por quien, más bien, debieron querer ser desatados. Mas entre esos estaban tal vez quienes entonces impusieron sus ataduras a Cristo y, liberados después por él, dijeron: Destrozaste mis ataduras. Por hoy baste con esto; lo que sigue se tratará, si Dios quiere, en otro sermón.
El juicio a Jesús
Jesús, conducido a casa de Anás
Después que, una vez que Judas lo traicionó, los perseguidores ataron al Señor, de quien se habían apoderado, el cual nos quiso y por nosotros se entregó a sí mismo1 y hacia quien el Padre no tuvo miramiento2 —entiéndase que Judas es no loable por la utilidad de esta traición, sino condenable por la intención criminal—, primeramente lo llevaron, como narra Juan Evangelista, ante Anás. Y no silencia la causa de por qué sucedió así: Pues, afirma, era suegro de Caifás, el cual era pontífice del año aquel. Por su parte, afirma, Caifás era quien a los judíos dio el consejo de que conviene que un único hombre muera por el pueblo3. Y Mateo, pues quería narrar más brevemente esto, con razón menciona que fue conducido ante Caifás4, porque antes fue conducido también ante Anás precisamente porque era su suegro, en lo cual ha de entenderse que el mismo Caifás quiso que se hiciera esto.
Negar a Cristo
Afirma: Pues bien, seguían a Jesús Simón Pedro y otro discípulo5. Quién es ese discípulo no ha de afirmarse temerariamente, pues se silencia. Ahora bien, Juan suele así aludir a sí mismo y añadir: A quien quería Jesús6. Tal vez, pues, también éste es él en persona; sea empero quien sea, veamos lo siguiente. Por su parte, afirma, ese discípulo era conocido del pontífice y entró con Jesús en el atrio del pontífice; Pedro, en cambio, se mantenía fuera, a la puerta. Salió, pues, el otro discípulo, el que era conocido del pontífice, y habló a la portera e introdujo a Pedro. Dice, pues, a Pedro la criada portera: «Acaso también tú eres de los discípulos de ese hombre?». Dice él: «No soy»7. He ahí que la columna firmísima se estremeció entera al impulso de un solo soplo ligero. ¿Dónde está aquella audacia de quien prometía y de sí muchísimo presumía? ¿Dónde están las palabras aquellas, cuando preguntó: ¿Por qué no puedo seguirte ahora mismo? Mi vida depondré por ti8. ¿Esto es seguir al maestro: negar que uno es discípulo? ¿Así se depone por el Señor la vida, de forma que, para que esto no suceda, se teme la voz de una criada? Pero ¿qué tiene de extraño que Dios haya predicho verdades y, en cambio, el hombre haya presumido de falsedades?
En esa negación del apóstol Pedro, la cual ha comenzado ya, debemos advertir bien que niega a Cristo no sólo quien dice que éste no es Cristo, sino también quien, aunque es cristiano, niega serlo. En efecto, el Señor asevera a Pedro no «negarás que tú eres discípulo mío», sino: Me negarás9. Lo negó pues, a él en persona cuando negó ser su discípulo. Ahora bien, de este modo ¿qué otra cosa negó, sino que era cristiano? En efecto, aunque a los discípulos de Cristo no se los nominaba aún con este nombre, pues tras su ascensión comenzaron en Antioquía a ser nominados cristianos los discípulos10, sin embargo, existía ya la realidad misma que después había de designarse con ese vocablo, existían ya los discípulos a quienes después se nominó cristianos y también a los sucesores han transmitido igual que la fe común este nombre común. Quien, pues, negó ser discípulo de Cristo, negó esa realidad misma cuyo nombre es ser llamado cristiano. Después ¡cuán numerosos, no digo ancianos y ancianas en los que la saciedad de esta vida pudo despreciar más fácilmente la muerte por la confesión de Cristo, ni sólo la juventud de uno y otro sexo, edad a la que parece conveniente que se exija fortaleza, sino también niños y niñas, pudieron —y una innumerable sociedad de santos mártires entró valerosa y violentamente al reino de los cielos— lo que entonces no pudo este que recibió las llaves de ese reino!11 He ahí por qué, cuando se entregó por nosotros quien con su sangre nos redimió, ha quedado dicho: «Dejad que éstos se vayan»: para que se cumpliera la palabra que dijo, que de esos que me has dado no perdí a ninguno12. En efecto, si, tras negar a Cristo, Pedro se iba de aquí, ¿qué otra cosa sucedería, evidentemente, sino que perecería?
Yo he hablado abiertamente
Por su parte, los esclavos y los agentes se mantenían junto a las brasas porque hacía frío, y se calentaban. No era invierno13, pero en todo caso hacía frío, lo cual suele también ocurrir a veces en el equinoccio de primavera. Por su parte, también Pedro estaba con ellos parado y calentándose. El pontífice, pues, interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y acerca de su doctrina. Jesús le respondió: «Yo he hablado abiertamente al mundo; yo siempre enseñé en la sinagoga y en el templo, adonde todos los judíos acuden, y nada he hablado en secreto; ¿por qué me interrogas a mí? Interroga a esos que han oído de qué he hablado a esos mismos; he ahí que éstos saben lo que he dicho yo»14.
Surge una cuestión que no ha de ser pasada por alto: cómo el Señor Jesús ha dicho: «Yo he hablado abiertamente al mundo», y máxime lo que asevera: Nada he hablado en secreto. ¿Acaso en este recentísimo discurso mismo que tras la cena dirigió a los discípulos no les ha aseverado: De estas cosas os he hablado en parábolas; viene una hora cuando ya no os hablaré en parábolas, sino que abiertamente os informaré sobre mi Padre?15 Si, pues, a esos mismos discípulos suyos más unidos a él no les hablaba abiertamente, sino que prometía una hora cuando iba a hablarles abiertamente, ¿cómo ha hablado abiertamente al mundo? Además, es evidente que, como testifica también la autoridad de los otros evangelistas, en comparación con los que no eran discípulos suyos hablaba mucho más manifiestamente a esos mismos suyos, cuando con ellos solos estaba apartado de las turbas, pues incluso les explicaba las parábolas que a los otros presentaba cerradas.¿Qué significa, pues: Nada he hablado en secreto?
Pero ha de entenderse que él ha dicho: «He hablado abiertamente al mundo», como si hubiese dicho: «Muchos me han oído». Ahora bien, este mismo «abiertamente» era «abiertamente» en cierto modo; en cambio, en cierto modo no era «abiertamente». En efecto era «abiertamente» porque muchos oían y, a la inversa, no era «abiertamente» porque no entendían. Y tampoco hablaba en secreto de eso de que a los discípulos hablaba aparte. En efecto, pues está escrito: «Toda palabra se mantendrá gracias a la boca de dos o tres testigos»16, ¿quién que habla ante tantos hombres habla en secreto, sobre todo si a pocos habla de esto que quiere que mediante ellos se dé a conocer a muchos, como el Señor mismo les asevera a los pocos que aún tenía: Decid a la luz lo que os digo en las tinieblas, y predicad sobre los tejados lo que oís al oído?17 Aun esto mismo, pues, que parecía ser dicho ocultamente por él, en cierto modo no se decía en secreto, porque no se decía de forma que lo silenciasen esos a quienes había sido dicho, sino, más bien, de forma que lo predicasen en todo lugar. Algo, pues, puede decirse a la vez abiertamente y no abiertamente o a la vez en secreto y no en secreto, igual que está dicho: Para que, aun viendo, vean y no vean18. En efecto, ¿cómo «vean», sino porque abiertamente, no en secreto, y cómo, a la inversa, exactamente esos mismos «no vean», sino porque no abiertamente, sino en secreto? Sin embargo, eso mismo que habían oído, mas no entendido, era tal que no podía ser acusado justa y verazmente, y cuantas veces lo pusieron a prueba interrogándolo para hallar de qué acusarlo, les respondió de forma que se embotaban todos sus dolos y se frustraban todas sus intrigas. Por eso decía: ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a esos que han oído de qué he hablado a esos mismos; he ahí que éstos saben lo que he dicho yo.
¿Presentó Jesús la otra mejilla?
Pues bien, tras haber dicho esto, uno de los agentes que allí estaba dio a Jesús una bofetada mientras decía: «¿Así respondes al pontífice?» Le respondió Jesús: «Si he hablado mal, aduce la prueba respecto al mal; si, en cambio, he hablado bien, ¿por qué me pegas?»19 ¿Qué más verdadero, más manso, más justo que esa respuesta? En efecto, es la de ese acerca de quien había precedido la frase profética: Intenta y avanza con éxito y reina a causa de la verdad, la mansedumbre y la justicia20. Si pensamos quién ha recibido la bofetada, ¿no querríamos que a ese que golpeó lo consumiera fuego celeste o lo engullera la tierra tras rajarse o el demonio lo revolcase tras apoderarse de él o lo castigase alguna pena de esta laya, cualquiera que sea, o incluso más grave? De hecho, ¿cuál de estas cosas no habría podido mandar ese mediante quien fue hecho el mundo, si no hubiese preferido enseñarnos la paciencia, con la cual se vence al mundo?
Aquí dirá alguien: «¿Por qué no hizo lo que él mismo preceptuó?»21. En efecto, a quien le golpeó, debió no responder así, sino ofrecer la otra mejilla. ¿Qué significa que haya respondido veraz, mansa y justamente y no sólo haya preparado la otra mejilla para quien de nuevo va a golpearlo, sino el cuerpo entero para ser clavado en el madero? También con esto ha mostrado preferentemente lo que hubo que mostrar, a saber, que los grandes preceptos suyos sobre la paciencia han de cumplirse no con la ostentación del cuerpo, sino con la disposición del corazón, pues puede suceder que, incluso airado, un hombre ofrezca visiblemente la otra mejilla. ¡Cuánto mejor actúa, pues, si sosegado responde la verdad y se prepara a tolerar con ánimo tranquilo cosas más graves! En efecto, quien en todo lo que padece injustamente por la justicia puede decir verazmente: «Preparado está mi corazón, Dios, preparado está mi corazón», es dichoso pues por eso sucede lo que sigue: Cantaré y salmodiaré22, cosa que Pablo y Bernabé pudieron hacer incluso entre cadenasdurísimas23.
Jesús ante Caifás
Pero regresemos a lo siguiente de la narración evangélica: Y Anás lo envió atado a Caifás, el pontífice24. A él, como dice Mateo, era conducido desde el inicio, porque ese mismo era el jefe de los sacerdotes de aquel año. Por cierto, ha de entenderse que en años alternos solían ejercer ambos pontífices, esto es, los jefes de los sacerdotes, los cuales eran en aquel tiempo Anás y Caifás, a los que el evangelista Lucas menciona al narrar en qué época comenzó Juan, el precursor del Señor, a predicar el reino de los cielos y a congregar discípulos. En efecto, dice así: En tiempo de los jefes de los sacerdotes Anás y Caifás aconteció la palabra del Señor sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto25, etc. Por ende, esos pontífices ejercían ambos alternativamente en sus años, y cuando padeció Cristo era el año de Caifás. Por eso, según Mateo, cuando lo apresaron lo condujeron a él; pero, según Juan, primero vinieron con aquél a Anás, no por ser su colega, sino porque era su suegro. Y es de creer que esto sucedió según la voluntad de Caifás o también que sus casas estaban colocadas de forma que quienes pasaban no debían dejar de lado a Anás.
Las negaciones de Pedro
Pero el evangelista, tras haber dicho que Anás lo había enviado atado a Caifás, ha regresado al lugar de la narración donde había dejado a Pedro, para exponer lo que en casa de Anás había acontecido respecto a su triple negación. Afirma: Por su parte, Simón Pedro estaba parado y calentándose. Esto recapitula lo que había dicho ya antes; después une lo que se siguió. Le dijeron, pues: «¿Acaso también tú eres de sus discípulos»? Él negó y dijo: «No soy». Ya había negado una vez; he ahí que niega de nuevo. Después, para que se cumpla la tercera negación, uno de los esclavos del pontífice, pariente de ese cuya oreja cortó Pedro, dice: «¿No te vi yo en el huerto con él»? Pedro, pues, negó de nuevo e inmediatamente cantó un gallo. He ahí que se ha cumplido la predicción del Médico y ha quedado convicta la presunción del enfermo, pues no ha sucedido lo que éste había dicho: Mi vida depondré por ti, sino que ha sucedido lo que aquél había predicho: Tres veces me negarás. Pero, acabada la triple negación de Pedro, acábese ya también este sermón, para que a partir de otro exordio consideremos después lo que respecto al Señor se llevó a cabo ante el gobernador Poncio Pilato.
Recorrido de Jesús por las autoridades
Lo que con el Señor o respecto a nuestro Señor Jesucristo se llevó a cabo ante el gobernador Poncio Pilato, veámoslo a continuación en cuanto lo indica el evangelista Juan. Regresa, en efecto, al lugar de su narración donde la había dejado para exponer la negación de Pedro. Ciertamente había dicho ya: «Y Anás lo envió atado a Caifás, el pontífice»1, y, tras regresar de ahí adonde había dejado a Pedro calentándose al fuego en el atrio después que hubo terminado su negación entera, que sucedió tres veces, afirma: Conducen, pues, a Jesús a Caifás al pretorio2. Por cierto, había dicho que había sido enviado a Caifás por Anás, colega y suegro suyo. Pero, si a Caifás, ¿por qué al pretorio? Quiere que por éste se entienda no otra cosa que donde habitaba el gobernador Pilato. Por tanto, o por alguna causa urgente se había dirigido Caifás al pretorio del gobernador desde la casa de Anás, donde ambos se habían reunido para oír a Jesús, y había dejado que su suegro oyese a Jesús, o Pilato había recibido el pretorio en la casa de Caifás y la casa era tan grande que permitía habitarla separadamente a su amo y separadamente al juez.
¡Oh ceguera impía!
Pues bien, era de mañana y esos mismos, esto es, quienes llevaban a Jesús, no entraron al pretorio, esto es, a esa parte de la casa que ocupaba Pilato, si esta misma era la casa de Caifás. Pues bien, al exponer la causa de por qué no entraron al pretorio, afirma: «Para no contaminarse, sino que pudieran comer la pascua»3, pues habían comenzado a celebrar los días de los ácimos, días en que para ellos era contaminación entrar a la vivienda de un extranjero. ¡Oh ceguera impía! ¡Sin duda, podía contaminarlos la vivienda ajena, mas no podía contaminarlos la fechoría propia!. Temían que los contaminase el pretorio de un juez extranjero, mas no temían que los contaminase la sangre de un hermano inocente, por decir yo, de momento, sólo esto a propósito de lo cual la conciencia de los malos quedaba convicta de ser rea; efectivamente, que su impiedad condujera a la muerte a quien era también el Señor y asesinase al Dador de la vida, atribúyase no a la conciencia de ellos, sino a su ignorancia.
Salió, pues, fuera Pilato hacia ellos y dijo: «¿Que acusación aducís contra este hombre?». Le respondieron y dijeron: «Si éste no fuese malhechor, no te lo habríamos entregado»4. Sean interrogados y respondan si Jesús es malhechor los librados de espíritus inmundos, los enfermos sanados, los leprosos limpiados, los sordos que oyen, los mudos que hablan, los ciegos que ven, los muertos que resucitan y, lo que supera a todo, los estultos sabios. Pero decían eso aquellos acerca de quienes mediante un profeta había predicho él en persona: Me devolvían males por bienes5.
No nos es lícito matar a nadie
Les dijo, pues, Pilato: «Tomadlo vosotros y juzgadlo según vuestra ley». Le dijeron, pues, los judíos: «No nos es lícito matar a nadie»6. ¿Qué es eso de que habla la crueldad loca? ¿No mataban a quien ofrecían para ser matado? La cruz ¿no mata acaso? Hasta tal punto dicen tonterías quienes no siguen, sino que persiguen a la Sabiduría. Pues bien, ¿qué significa: No nos es lícito matar a nadie? Si es malhechor, ¿por qué no es lícito? La ley ¿no les ha preceptuado no tener miramiento hacia los malhechores, sobre todo hacia quienes, cual suponían que era éste, los apartaban de su Dios?7 Pero ha de entenderse que ellos dijeron que no les era lícito matar a nadie, en atención a la santidad del día festivo que habían comenzado ya a celebrar, en atención al cual temían también contaminarse con la entrada al pretorio.
¿Hasta tal punto os habéis endurecido, falsos israelitas; por malicia exagerada habéis perdido toda sensibilidad, hasta el punto de creer que vosotros estáis impolutos de la sangre del inocente, precisamente por haberla entregado a otro para que la derrame? Es más, ¿tal vez Pilato va a asesinar con sus manos a ese que, para que lo asesine, presentáis a su autoridad? Si no quisisteis que lo asesinasen, si no le habéis tendido trampas, si no lo comprasteis con dinero para que os fuese entregado, si no lo apresasteis, atasteis, condujisteis, si no lo ofrecisteis con las manos para ser asesinado, si con gritos no exigisteis que lo fuese, jactaos de no haberlo matado. Si, en cambio, tras preceder todos esos hechos vuestros, también gritasteis: «Crucifica, crucifica»8, escuchad lo que contra vosotros grita también un profeta: Hijos de hombres, sus dientes son armas y saetas, y su lengua machete afilado9. He ahí con qué armas, con qué saetas, con qué machete matasteis al Justo cuando dijisteis que no os era lícito matar a nadie.
A eso se debe que, aunque los jefes de los sacerdotes no habían venido, sino enviado, a apresar a Jesús, sin embargo, el evangelista Lucas asevera en idéntico lugar de su narración: Por su parte, afirma, Jesús dijo a esos que habían venido a él, jefes de los sacerdotes y magistrados del templo y ancianos: «Cual hacia un bandido salisteis»10, etc. Como, pues, los jefes de los sacerdotes vinieron no por sí mismos, sino mediante esos a quienes habían enviado a apresar a Jesús —en el poder de su mandato, ¿qué otra cosa había que ellos en persona?—, así, todos los que con gritos impíos gritaron que había de crucificarse a Cristo, lo mataron no ciertamente por sí mismos, pero en todo caso ellos en persona mediante ese al que el griterío de ellos impulsó a esta abominación.
Autores verdaderos de la muerte de Jesús son los judíos
Por otra parte, respecto a lo que el evangelista Juan añade, Para que se cumpliera la palabra de Jesús, la que dijo para indicar con qué muerte iba a morir11, si queremos interpretar aquí la muerte de cruz, cual si los judíos hubieran dicho «No nos es lícito matar a nadie» precisamente porque una cosa es ser matado, otra ser crucificado, no veo cómo esto puede entenderse con razón, pues respondieron esto a las palabras de Pilato con que les había dicho: Tomadlo vosotros y juzgadlo según vuestra ley. ¿Tal vez, pues, no podían tomarlo y esos mismos crucificarlo, si mediante tal género de suplicio ansiaban evitar el asesinato de alguien? Ahora bien, ¿quién no verá cuán absurdo es que crucificar a alguien les sea lícito a quienes no es lícito matar a nadie? ¿Qué decir del hecho de que el Señor en persona llama también asesinato a su misma muerte, esto es, la muerte de cruz, como leemos en Marcos, donde asevera: He ahí que subimos a Jerusalén y el Hijo del hombre será entregado a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas, y lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles y lo ridiculizarán y le escupirán y lo flagelarán y lo asesinarán, mas al tercer día resucitará?12 Seguramente, pues, diciendo eso, el Señor ha indicado con qué muerte iba a morir: no que quisiera que aquí se entienda la muerte de cruz, sino que los judíos iban a entregarlo a los gentiles, esto es, a los romanos, porque Pilato era romano y los romanos lo habían enviado a Judea como gobernador.
Para que, pues, se cumpliera esa palabra de Jesús, esto es, que los gentiles lo asesinarían entregado a ellos, cosa que Jesús había predicho que iba a suceder, por eso, cuando Pilato, que era el juez romano, quiso devolverlo a los judíos para que lo juzgasen según su ley, no quisieron tomarlo, pues dijeron: No nos es lícito matar a nadie. Y así se cumplió la palabra de Jesús, la que respecto a su muerte predijo: que, entregado por los judíos, los gentiles lo asesinarían; con crimen menor que los judíos, los cuales quisieron de ese modo desentenderse, digamos, de su asesinato, no para que se mostrase su inocencia, sino para que se mostrase su demencia.
Jesús y Pilato
Este sermón ha de considerar y tratar qué dijo Pilato a Cristo o qué respondió él a Pilato. En efecto, tras haberse dicho a los judíos: «Tomadlo vosotros y juzgadlo según vuestra ley», y tras haber ellos respondido: «No nos es lícito matar a nadie», entró de nuevo al pretorio Pilato y llamó a Jesús y le dijo: «¿Tú eres el rey de los judíos?» Y respondió Jesús: ¿Dices esto por tu cuenta u otros te lo dijeron de mí? Evidentemente, el Señor sabía aquello por lo que él interrogó y lo que aquél iba a responder; pero en todo caso quiso que se dijera no para saberlo él mismo, sino para que se escribiera lo que quiso que supiéramos. Respondió Pilato: «¿Tal vez soy yo judío? Tu gente y los pontífices te entregaron a mí; ¿qué hiciste?» Respondió Jesús: «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuese de este mundo, mis agentes lucharían, evidentemente, para no ser yo entregado a los judíos; pero en realidad mi reino no es de aquí1. Esto es lo que el Maestro bueno quiso que supiéramos. Pero primero había de sernos mostrada como infundada la opinión de los hombres acerca de su reino —ora la de los gentiles, ora la de los judíos a quienes Pilato había oído esto—: por así decirlo, había que castigarlo con la muerte precisamente por haber pretendido un reino ilegítimo, o porque quienes reinan suelen mirar mal a quienes van a reinar y es evidente que había de evitarse que su reino fuese adverso a los romanos o a los judíos.
Pues bien, a la interrogación primera del gobernador, donde le dijo: «¿Tú eres el rey de los judíos?», el Señor podía responder lo que asevera: Mi reino no es de este mundo, etc. Pero, al interrogarle a su vez si decía esto por su cuenta o lo había oído a otros, quiso mostrar, al responder aquél, que de esto le habían acusado ante él los judíos como hecho criminal; así nos descubre las ideas de los hombres, acerca de las que sabía que son vanas2, y tras la respuesta de Pilato les responde ya tan oportuna y apropiadamente a judíos y gentiles: Mi reino no es de este mundo. Si hubiese respondido esto a Pilato inmediatamente tras interrogarle, parecería que lo había respondido no también a los judíos, sino a solos los gentiles, que opinaban de él esto. Pero, porque Pilato respondió: «¿Tal vez soy yo judío? Tu gente y los pontífices te entregaron a mí», en realidad retiró de sí la sospecha con que podría suponerse que por su cuenta había dicho que Jesús es el rey de los judíos, pues demuestra haberlo oído a los judíos. Después, diciendo «¿Qué hiciste?» —como si dijera: «Si niegas ser rey, ¿qué hiciste para que hayas sido entregado a mí»?—, muestra suficientemente que de eso se le ha acusado como hecho criminal. Por así decirlo: no sería asombroso que fuese entregado al juez para ser castigado quien decía ser rey; si, en cambio, no decía esto, habría que preguntarle qué otra cosa había hecho quizá, por la que fuese digno de ser entregado al juez.
Mi reino no es de este mundo
Escuchad, pues, judíos y gentiles; escucha, circuncisión; escucha, prepucio; escuchad, todos los reinos terrenos: «No impido vuestra soberanía en este mundo; mi reino no es de este mundo». No temáis con el temor por entero infundado con que se espantó Herodesel Grande, cuando se notificó que Cristo había nacido, y para que a éste llegase la muerte asesinó a tantos bebés3, muy cruel temiendo más que airándose. Mi reino no es de este mundo, afirma. ¿Qué más queréis? Venid al reino que no es de este mundo; venid creyendo y no os ensañéis temiendo. Por cierto, en profecía dice acerca de Dios Padre: Por mi parte, yo fui constituido rey sobre Sión, su monte santo4. Pero esa Sión y ese monte no es de este mundo. En efecto, ¿cuál es su reino sino los que creen en él, a quienes, aunque quería que estuviesen en el mundo, por lo cual dijo acerca de ellos al Padre: «No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal»5, dice: No sois del mundo, como tampoco yo soy del mundo? Por ende, aquí tampoco asevera «Mi reino no está en este mundo», sino: No es de este mundo. Y tras probar esto al decir: «Si mi reino fuese de este mundo, mis agentes lucharían, evidentemente, para no ser yo entregado a los judíos», no asevera: «Ahora en cambio, mi reino no está aquí», sino: No es de aquí.
Aquí, en efecto, está hasta «el final del mundo» su reino, el cual tiene en medio de sí mezclada hasta la siega la cizaña, pues la siega es el final del mundo, cuando vendrán los segadores, esto es, los ángeles y recogerán de su reino todos los escándalos6; lo cual, evidentemente, no sucedería si su reino no estuviese aquí. Pero en todo caso no es de aquí porque está exiliado en el mundo; en efecto, dice a su reino: No sois del mundo, sino que yo os elegí del mundo7. Eran, pues, del mundo cuando no eran su reino, sino que pertenecían al jefe del mundo. Del mundo es, pues, cualquier cosa de los hombres que, creada ciertamente por el verdadero Dios, ha sido engendrada del estropeado y reprobado linaje de Adán; en cambio, reino no ya del mundo ha sido hecha cualquier cosa que, venida de ahí, ha sido regenerada en Cristo. Así, en efecto, nos arrancó de la potestad de las tinieblas Dios y nos trasladó al reino del Hijo de su caridad8; reino del que dice: Mi reino no es de este mundo, o mi reino no es de aquí.
Así pues, le dijo Pilato: «¿Luego tú eres rey?». Respondió Jesús: Tú dices que yo soy rey9. No es que temió confesarse rey; sino que «tú dices» está tan equilibrado que ni él niega ser rey, pues es rey cuyo reino no es de este mundo, ni confiesa ser rey tal que se suponga que su reino es de este mundo. Sin duda, tal lo consideraba quien había dicho: «¿Luego tú eres rey?», al cual se respondió: Tú dices que yo soy rey. En efecto, está dicho: «Tú dices», como si estuviera dicho: carnal como eres, hablas carnalmente.
He nacido para dar testimonio de la verdad
Después añade: Yo he nacido en orden a esto y he venido al mundo para esto, para dar testimonio en favor de la Verdad10. La sílaba de este pronombre que asevera «in hoc (en orden a esto) he nacido» no ha alargarse como si hubiere dicho «en esta cosa he nacido», sino que ha de pronunciarse breve, como si hubiere dicho «para esta cosa he nacido o para esto he nacido», como asevera: He venido al mundo para esto. De hecho, en el evangelio griego nada de esta locución es ambiguo. Por ende, es manifiesto que él ha mencionado aquí su nacimiento temporal mediante el cual, encarnado, vino al mundo, no aquel sin inicio, con el que era Dios ese mediante quien el Padre ha creado el mundo. Ha dicho, pues, que él ha nacido en orden a esto, esto es, que ha nacido por esto y que naciendo, de la Virgen evidentemente, ha venido al mundo para esto: para dar testimonio en favor de la Verdad. Pero, porque la fe no es de todos11, ha agregado y aseverado: Todo el que es de la Verdad escucha mi voz12. Escucha, evidentemente, con los oídos interiores, esto es, obedece a mi voz; lo cual significaría lo mismo que si dijera «me cree». Así pues, cuando Cristo da testimonio en favor la Verdad, en realidad da testimonio en favor de sí, pues frase suya es «Yo soy la Verdad»13 y también en otro lugar ha dicho: Yo doy testimonio de mí14.
Lo que asevera: Todo el que es de la Verdad oye mi voz, realmente hace valer la gracia con que llama según designio. De este designio dice el Apóstol: «Sabemos que para quienes quieren a Dios todo coopera al bien, para estos que han sido llamados según designio»de Dios15, designio, por supuesto, de quien llama, no de los llamados. En otra parte está esto puesto más claramente así: Colabora con el Evangelio, según la fuerza de Dios, el que nos hizo salvos y llamó con su llamada santa, no según nuestras obras, sino según su designio y gracia16. Efectivamente, si pensamos en la naturaleza con que hemos sido creados, ¿quién no es de la Verdad pues la Verdad ha creado a todos? Pero a quienes desde la Verdad en persona se proporciona —sin duda, sin méritos precedentes algunos, no sea que la gracia no sea gracia— oír la Verdad, esto es, obedecer a la Verdad y creer en la Verdad, no son todos. En efecto, si hubiese dicho «todo el que oye mi voz es de la Verdad», se supondría que se dice que es de la Verdad precisamente porque se somete a la Verdad; ahora bien, no asevera esto, sino que asevera: «Todo el que es de la Verdad oye mi voz» y, por eso, es de la Verdad no precisamente porque oye su voz, sino que la oye precisamente porque es de la Verdad, esto es, porque este don a él conferido es de la Verdad. Esto ¿qué otra cosa significa sino que cree en Cristo porque se lo regala Cristo?
La verdad se cumple mediante hombres falsos
Le dijo Pilato: «¿Qué significa “verdad”?» No aguardó a oír la respuesta, sino que, tras haber dicho esto, de nuevo salió hacia los judíos y les dijo: «Yo no hallo en él causa alguna. Ahora bien, tenéis por costumbre que en la Pascua os suelte a uno; ¿queréis, pues, que os suelte al rey de los judíos?» Creo que, tras haber dicho Pilato: «¿Qué significa “verdad”?», al instante le vino a la mente la costumbre de los judíos según la cual solía soltarles en la Pascua uno, y que no aguardó a que Jesús le respondiera qué significa «verdad»,precisamente para que no se produjera demora tras haber recordado la costumbre según la cual podría serles soltado por Pascua, lo cual es evidente que él quería mucho. Sin embargo, que Jesús era el rey de los judíos no pudo arrancarse de su corazón, cual si allí lo hubiese clavado como en un letrero la Verdad en persona, acerca de la que interrogó qué significaba.
Pero, oído esto, a gritos dijeron a su vez todos: «No a éste, sino a Barrabás». Ahora bien, Barrabás era asesino17. Reprendemos, oh judíos, no que liberáis por Pascua a un nocente, sino que asesináis al Inocente, lo que si empero no aconteciera, no acontecería la verdadera Pascua. Pero, porque se equivocaban, los judíos se aferraban a la sombra de la verdad, mas la admirable gestión de la sabiduría divina ejecutaba mediante hombres falaces la verdad de esa misma sombra, porque, para que aconteciera la verdadera Pascua, Cristo era inmolado cual oveja. De ahí se siguen esas cosas injuriosas que Pilato y su cohorte lanzaron contra Cristo. Pero ha de tratarlas otra exposición.
Jesús es azotado
Cómo la humildad vence a la soberbia
Porque los judíos habían gritado que querían que Pilato les soltase por Pascua no a Jesús, sino al asesino Barrabás no al Salvador, sino al asesino, no al Dador, sino al arrebatador de la vida, entonces Pilato cogió y flageló a Jesús1. Es de creer que Pilato hizo esto no por otra razón, sino para que los judíos, satisfechos con sus ultrajes, estimasen que les bastaba y desistieran de enseñarse hasta la muerte de él. A esto tiende el hecho de que idéntico gobernador permitió a su cohorte hacer también lo que sigue, o tal vez incluso lo mandó, aunque el evangelista haya silenciado esto, pues ha dicho qué hicieron después los soldados; sin embargo, que Pilato mandase esto, no lo ha dicho.
Y los soldados, afirma, tras trenzar una corona de espinas la pusieron sobre su cabeza y lo envolvieron en un vestido purpúreo. Y venían hacia él y decían: «¡Salve, rey de los judíos!» Y le daban bofetadas2. Así se cumplía lo que Cristo había predicho de sí; así se disponía a los mártires a tolerar todo lo que gustase a los perseguidores hacer; así, ocultada un momento la potencia que temer, se hacía primero valer la paciencia que imitar; así, no con la atrocidad de luchar, sino con el abajamiento de padecer, vencía al soberbio mundo el reino que no era de este mundo; así, para fructificar abundantemente en admirable gloria, se sembraba con horrible contumelia el grano que iba a multiplicarse.
Ecce homo
De nuevo salió fuera Pilato y les dice: «He ahí que lo conduzco fuera para que conozcáis que en él no hallo causa alguna». Salió, pues, Jesús cargado con la corona espinosa y la vestimenta purpúrea. Y les dice: «He ahí el hombre»3. De esto resulta claro que sin ignorar Pilato estas cosas, ora las hubiere mandado, o las hubiere permitido, los soldados las hicieron, evidentemente por la causa que arriba he dicho: para que los enemigos bebiesen gustosísimamente estas mofas de aquél y no tuviesen ya sed de su sangre. Sale hacia ellos Jesús, cargado con la corona espinosa y la vestimenta purpúrea, no resplandeciente de autoridad, sino lleno de oprobio, y se les dice: He ahí el hombre. Si miráis hostilmente al rey, tened ya miramiento porque lo veis derribado; ha sido flagelado, de espinas ha sido coronado, ha sido cubierto con vestido escarnecedor, con amargos insultos ha sido ridiculizado, con bofetadas ha sido golpeado; hierve la ignominia, enfríese la hostilidad; pero no se enfría, se enardece, más bien, y crece.
Como, pues, le hubiesen visto los pontífices y los agentes, decían a gritos: «Crucifícalo, crucifícalo». Les dice Pilato: «Tomadlo y crucificadlo vosotros, pues yo no hallo en él causa». Le respondieron los judíos: «Nosotros tenemos ley y según la ley debe morir porque se hizo hijo de Dios»4. He ahí otra hostilidad mayor, pues sin duda parecía pequeña la dirigida contra la potestad regia pretendida, digamos, con osadía ilícita. Y, sin embargo, Jesús no usurpó mendazmente para sí ni una ni otra cosa, sino que una y otra son verdaderas —es el Unigénito Hijo de Dios y el rey por él constituido sobre Sión, su monte santo— y una y otra se mostrarían ahora, si no prefiriese ser tanto más paciente cuanto era más potente.
El cordero manso y silencioso
Como, pues, Pilato hubiese oído esta palabra, temió más y entró de nuevo al pretorio y dice a Jesús: «¿De dónde eres tú?». Jesús, por su parte, no le dio respuesta5. Que este silencio de nuestro Señor Jesucristo aconteció no una sola vez, se descubre, comparados los relatos de todos los evangelistas, ante los jefes de los sacerdotes, ante Herodes, a quien, como Lucas indica, lo había enviado Pilato para que lo oyera y ante Pilato mismo6, para que no en vano haya precedido la profecía acerca de él, Como un cordero estuvo sin voz ante quien lo trasquilaba, así no abrió su boca7 precisamente, sobre todo, cuando no respondió a los interrogadores. Por cierto, aunque frecuentemente haya respondido a ciertas preguntas, sin embargo, a causa de las cosas acerca de las que no quiso responder se ha puesto la comparación tomada del cordero, precisamente para que a propósito de su silencio se le tuviera no por reo, sino por inocente. Cuando, pues, se le juzgaba, en cualquier parte donde no abrió su boca, como un cordero no la abrió, esto es, no como uno al que, malamente consciente de sí, se dejaba convicto de sus pecados, sino como un sufrido que se inmolaba por pecados ajenos.
Callaba como cordero, enseñaba como pastor
Le dice, pues, Pilato: «¿A mí no me hablas? ¿Desconoces que tengo potestad para crucificarte y tengo potestad para dejarte libre?» Respondió Jesús: «No tendrías contra mí potestad alguna, si no se te hubiese dado de arriba. Por eso, quien me ha entregado a ti tiene pecado mayor»8. He ahí que respondió y, sin embargo, en cualquier parte donde no respondió, no abrió su boca no como reo o doloso, sino como cordero, esto es, como sencillo e inocente. Por ende, cuando no respondía, callaba como oveja; cuando respondía, enseñaba como pastor. Aprendamos, pues, lo que dijo, lo que también mediante el Apóstol ha enseñado, que no hay potestad, sino por Dios9, y que, quien por envidia entrega a la autoridad un inocente para que lo mate, peca más que esa autoridad misma, si ésta lo mata por temor a otra autoridad mayor. Por cierto, Dios había dado a Pilato potestad de forma que estuviese también bajo la potestad del César. Por eso afirma: «No tendrías contra mí potestad alguna, esto es, por pequeña que sea la que tienes, si esto mismo, cualquier cosa que sea, no se te hubiese dado de arriba. Pero, porque sé cuánto es, pues no es tanto que de todos modos lo tengas sin trabas, por eso, quien me ha entregado a ti tiene pecado mayor. De hecho, ése me ha entregado a tu autoridad, envidiando; tú, en cambio, contra mí vas a ejercer idéntica autoridad, temiendo». En verdad, ni aun por temor debe un hombre matar a otro, sobre todo a un inocente; pero en todo caso, es mucho más malo hacer esto por celos que por temor. Y, por eso, el Maestro veraz no asevera «Quien me ha entregado a ti, ese mismo tiene pecado», cual si aquél no lo tuviese; sino que asevera «tiene pecado mayor», para que entendiera que también él lo tenía. En efecto, porque este pecado es mayor, no por eso es nulo aquél.
Desde entonces buscaba Pilato soltarlo10. ¿Qué significa esto que está dicho, desde entonces, cual si antes no buscase? Lee lo anterior y hallarás que tiempo antes buscaba soltar a Jesús. Así pues, «desde entonces» ha de entenderse «por eso», esto es, por esta causa: para no tener pecado, asesinando al inocente a él entregado, aunque pecaba menos que los judíos que se lo habían entregado para asesinarlo. Desde entonces, pues, esto es, precisamente para no cometer este pecado, buscaba no ahora por vez primera, sino desde el inicio, soltarlo.
Los temores de Pilato
Por su parte, los judíos decían a gritos: «Si sueltas a éste, no eres amigo del César, pues todo el que se hace rey contradice al César»11. Supusieron que a Pilato, aterrorizándolo con el César para que matase a Cristo, le metían temor mayor que el de más arriba, cuando dijeron: Nosotros tenemos ley y según la ley debe morir porque se hizo hijo de Dios. En efecto, para matarlo no temió la ley de ellos, pero temió, más bien, matar a un hijo de Dios; pero en realidad no pudo despreciar al César, autor de su autoridad, como a la ley de una nación extranjera.
Aún sigue empero el evangelista y dice: Por su parte, Pilato, como hubiese oído estas palabras, condujo fuera a Jesús y se sentó en el tribunal, en el lugar al que se llama Litóstroto; en cambio, en hebreo, Gabatha. Pues bien, era parasceve de la Pascua, hacia la hora sexta12. Porque a causa del testimonio de otro evangelista, el cual ha dicho «Ahora bien, era la hora tercia y lo crucificaron»13, suele surgir gran debate sobre a qué hora fue crucificado el Señor, de esto disertaré como pueda, si el Señor quisiere, cuando se haya llegado al lugar mismo donde se narra que fue crucificado14. Como, pues, Pilato se hubiese sentado en el tribunal, dice a los Judíos: «He ahí vuestro rey». Ellos, por su parte, gritaban: «¡Quita, quita! ¡Crucifícalo!». Les dijo Pilato: «¿A vuestro rey crucificaré?»15 Al terror que con el César le habían metido, intenta aún superarlo ya que, diciendo ¿A vuestro rey crucificaré?, con la ignominia de ellos quiere ablandar a quienes no pudo amansar con la ignominia de Cristo; pero inmediatamente le vence el temor.
Los judíos, implicados en la crucifixión
En efecto, los pontífices respondieron: «No tenemos más rey que César». Entonces, pues, se lo entregó para que fuese crucificado16, ya que parecería venir clarísimamente contra el César si, a quienes profesaban no tener más rey que a César, quisiera imponerles otro rey, soltando impune a quien a causa de estas audacias le habían entregado para asesinarlo. Se lo entregó, pues, para que fuese crucificado. Pero ¿acaso ansiaba antes otra cosa, cuando decía «Tomadlo y crucificadlo vosotros», o también más arriba: Tomadlo vosotros y juzgadlo según vuestra ley17. Pues bien, ¿por qué ellos no quisieron con tan gran empeño, al decir: «No nos es lícito matar a nadie»18 e insistir de todos modos en que fuese asesinado no por ellos, sino por el gobernador y, por eso, recusar tomarlo para asesinarlo, si ahora lo toman para asesinarlo? O, si esto no sucede, ¿por qué está dicho: Entonces, pues, se lo entregó para que fuese crucificado? ¿Hay alguna diferencia? Simple y llanamente, la hay. En efecto, no está dicho «Entonces, pues, se lo entregó para que lo crucificasen», sino «para que fuese crucificado», esto es, para que fuese crucificado según sentencia y autoridad del gobernador. Pero que les fue entregado, lo ha dicho el evangelista precisamente para mostrar que estaban implicados en el crimen del que intentaban estar exentos; en efecto, Pilato no haría esto, sino para cumplir lo que percibía que ellos ansiaban.
Por otra parte, lo que sigue, Pues bien, se encargaron de Jesús y lo sacaron, puede referirse desde ahora a los soldados de la guardia personal del gobernador, porque después se dice muy claramente: Como, pues, los soldados lo hubiesen crucificado19. Sin embargo, aunque el evangelista atribuye todo entero a los judíos, lo hace con razón, pues esos mismos se encargaron de lo que exigían avidísimamente y esos mismos hicieron cualquier cosa que por la fuerza obtuvieron que se hiciera. Pero esto que sigue ha de tratarlo otro sermón.
Jesús carga con la cruz
La hora sexta y su interpretación
Una vez que Pilato sentenció y condenó en el tribunal al Señor Jesucristo, hacia la hora sexta se encargaron de él y lo sacaron. Y, tras cargar sobre sí a la espalda la cruz, salió a ese lugar al que se llama «de la Calavera», en hebreo Gólgota, donde lo crucificaron1. ¿Qué significa, pues, lo que el evangelista Marcos dice: Ahora bien, era la hora tercia y lo crucificaron2, sino que el Señor fue crucificado por las lenguas de los judíos a la hora tercia, a la hora sexta por las manos de los soldados? Ojalá entendamos que la hora quinta había ya pasado, que algo de la sexta, a la que Juan llama «hacia la hora sexta», había comenzado cuando Pilato se sentó en el tribunal, y que, mientras era llevado y clavado en el madero con dos bandidos y junto a su cruz sucedían los hechos que se narran, se completó íntegra la hora sexta; que desde esta hora hasta la nona, oscurecido el sol, se produjeron tinieblas, lo atestigua la autoridad de tres evangelistas, Mateo, Marcos y Lucas3. Pero porque los judíos intentaron transferir de sí a los romanos, esto es, a Pilato y a sus soldados, el delito de matar a Cristo, por eso, Marcos, suprimida esa hora en que Cristo fue crucificado por los soldados, la sexta, que había ya comenzado a pasar, ha mencionado, más bien, al recordarla, la hora tercia —se entiende que en esa hora pudieron gritar ante Pilato «Crucifica, crucifica»4—, para que se descubra que crucificaron a Jesús no sólo aquéllos, esto es, los soldados que lo colgaron del madero a la hora sexta, sino también los judíos que a la hora tercia gritaron que fuese crucificado.
Nueva interpretación de la hora sexta
Hay también otra solución de este problema: que aquí se interprete no la hora sexta del día, porque tampoco Juan asevera «pues bien, era hacia la hora sexta del día» ni «hacia la hora sexta», sino que asevera: Pues bien, era parasceve de la Pascua, hacia la hora sexta5. Pues bien, parasceve significa en nuestro idioma «preparación»; pero los judíos, aun quienes hablan en nuestro idioma más bien que en griego, usan este vocablo griego a propósito de observancias de esta clase. Era, pues, preparación de la Pascua; ahora bien, según dice el Apóstol, como Pascua nuestra fue inmolado Cristo6. Si calculamos desde la hora nona de la noche la preparación de la Pascua —parece, en efecto, que los jefes de los sacerdotes pronunciaron entonces la inmolación del Señor, al decir: «Es reo de muerte»7mientras se le oía aún en la casa del pontífice, en razón de lo cual se entiende convenientemente que a partir de ahí, desde que los sacerdotes pronunciaron que había que inmolarlo, había comenzado la preparación de la auténtica Pascua, esto es, de la inmolación de Cristo, sombra de la cual era la Pascua de los judíos—, desde esa hora de la noche, respecto a la que se conjetura que era entonces la nona, hasta la hora tercia del día, respecto a la que Marcos testifica que en ella fue crucificado Cristo, hay en realidad seis horas, tres nocturnas y tres diurnas. Por ende, en esta parasceve de la Pascua, esto es, en la preparación de la inmolación de Cristo que había comenzado desde la hora nona de la noche, avanzaba la hora sexta aproximadamente, esto es, terminada la quinta, ya había comenzado a correr la sexta, cuando Pilato subió al tribunal. En efecto, aún era esa preparación misma que había comenzado desde la hora nona de la noche, hasta que sucediera la inmolación de Cristo que se preparaba, la cual, según Marcos, sucedió en la hora tercia no de la preparación, sino del día; además, esa misma es la sexta no del día, sino de la preparación, calculadas, evidentemente, seis horas desde la nona de la noche hasta la tercia del día.
De estas dos soluciones de ese problema difícil, cada cual elija la que quiera. Ahora bien, quien haya leído lo que se examinó laboriosísimamente acerca de la Concordancia de los evangelistas, decidirá mejor qué elegir8. Pero, si pudieren hallarse además otras soluciones de aquél, la armonía de la verdad evangélica se defenderá más plenamente contra las calumnias de la desleal e impía vaciedad. Tras estas cosas tratadas brevemente, regresemos ahora a la narración del evangelista Juan.
El espectáculo de Cristo con la cruz
Afirma: Pues bien, se encargaron de Jesús y lo sacaron. Y, tras cargar sobre sí a la espalda la cruz, salió a ese lugar al que se llama «de la Calavera», en hebreo Gólgota, donde lo crucificaron. Al lugar, pues, donde había de ser crucificado iba cargado con su cruzJesús. ¡Gran espectáculo! Pero, si lo contempla la impiedad, gran escarnio; si la piedad, gran misterio; si lo contempla la impiedad, gran ejemplo de ignominia; si la piedad, gran fortificación de la fe; si lo contempla la impiedad, se ríe de que, como vara del reinado, un rey cargue con el madero de su suplicio; si la piedad, ve a un rey que para clavarse a sí mismo carga a la espalda el madero que iba a fijar también en las frentes de los reyes. A los ojos de los impíos iba a ser despreciado con eso en que iban a gloriarse los corazones de los santos. En efecto, al transportar a hombros su cruz misma, la encomiaba ante Pablo, que iba a decir: «Por mi parte, lejos de mí gloriarme a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo»9, y llevaba el candelero de la lámpara que iba a arder, a la que no había que poner bajo el celemín10.
Jesús es crucificado
Tras cargar, pues, sobre sí a la espalda la cruz, salió a ese lugar al que se llama «de la Calavera», en hebreo Gólgota, donde lo crucificaron, y con él a otros dos, uno a cada lado; por su parte, a Jesús en medio. Esos dos, como hemos aprendido por el relato de los otros evangelistas, eran los bandidos con los que fue crucificado y entre los que fue clavado Cristo, acerca de lo cual una profecía pronunciada de antemano había dicho: Y fue contado entre los inicuos.
Jesús, Rey de los judíos
Por su parte, Pilato escribió y puso sobre la cruz un letrero. Pues bien, estaba escrito: «Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos». Este letrero, pues, lo leyeron muchos de los judíos, porque el lugar donde Jesús fue crucificado estaba cerca de la ciudad. Y «el Rey de los judíos» estaba escrito en hebreo, griego y latín14, pues estas tres lenguas destacaban allí sobre las demás: la hebrea, a causa de los judíos que se glorían en la ley de Dios; la griega, a causa de los sabios de las gentes; la latina, a causa de los romanos que imperaban en muchas gentes y ya en casi todas.
Decían, pues, a Pilato los pontífices de los judíos: «No escribas “El Rey de los judíos”, sino que “Ese mismo dijo: soy rey de los judíos”». Pilato respondió: «Lo que he escrito lo dejo escrito»15. ¡Oh inefable fuerza de la actuación divina, incluso en los corazones de los ignorantes! ¿Acaso cierta voz oculta dentro de Pilato no gritaba con cierto chillón silencio, si esto puede decirse, lo que tanto antes se profetizó en el libro de los Salmos: No alteres la inscripción del letrero?16 He ahí que no altera la inscripción del letrero: lo que haescrito lo deja escrito. Pero, precisamente los pontífices, que querían que esto se corrompiera, ¿qué decían? Afirman: No escribas «El Rey de los judíos», sino que «Ese mismo dijo: soy rey de los judíos». ¿De qué habláis, locos? ¿Por qué os oponéis a que se haga lo que de ningún modo podéis cambiar? En efecto, ¿precisamente porque Jesús asevera: «Soy rey de los judíos», tal vez no será esto verdad? Si lo que Pilato ha escrito no puede alterarse, ¿podrá alterarse lo que la Verdad ha dicho?
Pero Cristo ¿es sólo el rey de los judíos o también de las gentes? Más bien, también de las gentes. En efecto, tras haber dicho en una profecía: «Por mi parte, yo fui constituido por él rey sobre Sión, su monte santo, para promulgar el precepto del Señor» al instante, para que, porque nombra el monte Sión, nadie dijese que había sido constituido rey para solos los judíos, ha agregado: El Señor me dijo: «Hijo mío eres tú, yo hoy te he engendrado. Pídemelo y te daré como heredad tuya las gentes y como posesión tuya los términos de la tierra»17. Por ende, también él en persona, al hablar ya por su propia boca entre los judíos, afirma: Tengo otras ovejas que no son de este redil; es preciso que yo conduzca también a esas mismas, y oirán mi voz y habrá un único rebaño y un único pastor18.
Si, pues, Cristo es también rey de las gentes, ¿por qué queremos que en este letrero en que estaba escrito «El Rey de los judíos» se advierta un gran misterio? Sin duda porque el acebuche fue hecho partícipe de la savia del olivo, pero el olivo no fue hecho partícipe del amargor del acebuche19. Efectivamente, porque el letrero «El Rey de los judíos» se escribió verazmente acerca de Cristo, ¿a quiénes ha de considerarse judíos sino a la descendencia de Abrahán, los hijos de la promesa, que son también hijos de Dios, porque el Apóstol asevera: No son hijos de Dios estos que son los hijos de la carne, sino que se cuenta entre la descendencia a los hijos de la promesa?20 Además, eran gentiles esos a quienes decía: Ahora bien, si vosotros sois de Cristo, sois, pues, descendencia de Abrahán, herederos según la promesa21. Cristo, pues, es el rey de los judíos —pero de los judíos por circuncisión del corazón, por el espíritu, no por la letra, cuya loa es no de los hombres, sino de Dios22, pertenecientes a la Jerusalén libre, nuestra madre eterna en los cielos, Sara espiritual, que de la casa de la libertad echa a la esclava y a los hijos de ella23—, ya que, precisamente porque el Señor ha dejado dicho lo que ha dicho, Pilato ha dejado escrito lo que ha escrito.
Los verdaderos autores de la crucifixión
Lo que junto a la cruz del Señor se llevó a cabo tras haber sido ya crucificado, expongámoslo en este sermón >en la medida en que él ayuda. Los soldados, pues, tras haberlo crucificado, tomaron su ropa e hicieron cuatro partes, para cada soldado una parte, y la túnica. Ahora bien, la túnica era inconsútil, tejida desde arriba por todo. Dijeron, pues, recíprocamente: «No la rasguemos, sino que respecto a ella fijemos por sorteo de quién será», para que se cumpliera la Escritura que dice: Se repartieron mi ropa y echaron a suerte mi vestido1. Se hizo lo que quisieron los judíos: crucificaron a Jesús no esos mismos, sino, tras dictar sentencia Pilato, los soldados, que le obedecían; y, sin embargo, si pensamos en las decisiones de aquéllos, en sus insidias, en su actividad, en su traición y, por último, en sus gritos extorsionadores, evidentemente crucificaron a Jesús, más bien, los judíos.
El reparto de los vestidos
Pero del reparto y sorteo de su ropa no ha de hablarse de pasada. En efecto, aunque los cuatro evangelistas hayan recordado todos este dato, los demás empero más brevemente que Juan, y ésos oscuramente, éste, en cambio, clarísimamente. De hecho, Mateo asevera: Pues bien, después que lo crucificaron, dividieron su ropa, echando a suerte2; Marcos: Y, tras crucificarlo, dividieron su ropa, echando a suerte sobre ella para ver quién se llevaba qué3; Lucas: Por su parte, al dividir su ropa, echaron a suertes4. Juan, en cambio, ha dicho también cuántas partes hicieron de su ropa, esto es, cuatro, para llevarse una cada uno, a consecuencia de lo cual es evidente que fueron cuatro los soldados que en crucificarlo obedecieron al gobernador. En efecto, asevera manifiestamente: «Los soldados, pues, tras haberlo crucificado, tomaron su ropa e hicieron cuatro partes, para cada soldado una parte y —ha de sobrentenderse “tomaron”— la túnica», de forma que el sentido sea éste: Tomaron su ropa e hicieron cuatro partes, para cada soldado una parte; tomaron también la túnica. Y ha hablado así para que veamos que la suerte se echó no respecto a la ropa restante, sino respecto a la túnica que tomaron juntamente con el resto; pero no la dividieron similarmente. En efecto, respecto a ésta sigue exponiendo: «Ahora bien, la túnica era inconsútil, tejida desde arriba por todo»; en cambio, al narrar por qué no echaron la suerte respecto a ella, afirma: Dijeron, pues, recíprocamente: «No la rasguemos, sino que respecto a ella fijemos por sorteo de quién será». Así pues, es evidente que en los otros vestidos tuvieron ellos partes iguales, de modo que no fue necesario sortearlos, y que, en cambio, en ella, única, no pudieron tener ellos cada cual una parte si no la rasgaban de modo que se llevasen inútilmente jirones de ella. Para no hacer esto, prefirieron que por sorteo correspondiese ella a uno solo. Con el relato de este evangelista concuerda también el testimonio profético que además él cita cuando añade sin interrupción: Para que se cumpliera la Escritura que dice: «Se repartieron mi ropa y echaron a suerte mi vestido»5. En efecto, no asevera «sortearon», sino «repartieron»; tampoco asevera «repartieron sorteando», sino que, sin nombrar en absoluto la suerte respecto a la ropa restante, a causa de la túnica, que quedaba, ha dicho después: Y echaron a suerte mi vestido. De este asunto, para demostrar que las palabras de ninguno de los demás son contrarias al relato de Juan, diré lo que él mismo diere, tras haber rechazado primero esa calumnia que puede surgir, como si los evangelistas discrepasen entre sí.
La cruz y su misterio
Porque esto sucedió mediante malos, o sea, no mediante esos que siguieron a Cristo, sino mediante quienes le persiguieron, nadie diga, por eso, que no significó algo bueno. En efecto, ¿qué vamos a decir de la cruz misma, la cual ciertamente fue hecha y asestada a Cristo similarmente por enemigos e impíos? Y empero se entiende con razón que ella significa lo que el Apóstol asevera: Cuál es la anchura y largura y altura y profundidad11. Efectivamente, en el palo transversal, en que se extienden las manos del colgado, es ancha y, en razón de la anchura de la caridad, significa las buenas obras. Donde se fijan el dorso y los pies, desde el palo transversal hasta el suelo, es larga y significa la perseverancia hasta el final durante la largura del tiempo. Es alta en el extremo en que el palo transversal está sobrepasado hacia arriba y, porque todo lo que se hace con anchura y largura —bien y perseverantemente— ha de hacerse por causa de la altura de los premios divinos, significa la meta suprema a que se ordenan todas las obras. Es profunda en esa parte con que se fija al suelo; en efecto, ahí está oculta, no puede verse, pero de ahí se levanta todo lo aparente y saliente de ella, como nuestros bienes, todos sin excepción, proceden de la profundidad de la gracia de Dios, que no puede ser comprendida ni juzgada.
Pero aunque la cruz de Cristo signifique sólo esto que el Apóstol asevera: Pues bien, quienes son de Jesucristo crucificaron su carne con las pasiones y los deseos12, ¡qué gran bien es! Sin embargo, porque el enemigo, esto es, el espíritu malo, ha hecho la cruz de Cristo, el espíritu bueno no hace aquello, sino al ansiar contra la carne. Por último, la enseña de Cristo que todos conocen, ¿cuál es sino la cruz de Cristo? Si esta enseña no se aplica a las frentes de los creyentes o al agua misma en virtud de la cual son regenerados o al aceite con que el crisma los unge o al sacrificio que los alimenta, nada de esto se realiza según las reglas. ¿Cómo, pues, mediante esto que hacen los malos no se significa nada bueno, ya que mediante la cruz de Cristo, que hicieron los malos, en la celebración de sus sacramentos se nos sella todo bien?
Jesús en la cruz: llegó la hora
Veamos qué narra a continuación Juan Evangelista después que, crucificado el Señor, se concluyó también la división de su ropa, echada la suerte. Afirma: Y, por cierto, los soldados hicieron esto. Por otra parte, junto a la cruz de Jesús estaban en pie su madre y la hermana de su madre, María la de Cleofás, y María Magdalena. Como, pues, Jesús hubiese visto a la madre y en pie al discípulo al que quería, dice a su madre: «Mujer, he ahí a tu hijo»; después dice al discípulo: «He ahí a tu madre». Y desde esa hora la acogió el discípulo entre sus cosas1. Ésta es evidentemente esa hora acerca de la que Jesús, al ir a convertir en vino el agua, había dicho a su madre: ¿Qué tengo yo contigo, mujer? Aún no ha llegado mi hora. Así pues, había predicho esta hora que entonces no había llegado aún, en la que al ir él a morir debería reconocer a esa de quien había nacido mortalmente. Entonces, pues, al ir a hacer cosas divinas, rechazaba cual a una desconocida a la madre no de su divinidad, sino de su debilidad; ahora, en cambio, al padecer ya cosas humanas, con afecto humano encomendaba a esa de quien se había hecho hombre. En efecto, quien había creado a María, se daba entonces a conocer por su virtud; ahora, en cambio, lo que María había parido pendía en la cruz.
El ejemplo de Jesús con su madre
Por tanto, se insinúa un pasaje moral. El Preceptor bueno hace lo que aconseja hacer y, cual si el madero aquel donde estaban fijos los miembros del moribundo fuese también la cátedra del Maestro docente, con su ejemplo ha instruido a los suyos: que los hijos piadosos consagren su cuidado a los padres. De esta sana doctrina había aprendido el apóstol Pablo lo que enseñaba cuando decía: Ahora bien, si alguien no mira por los suyos y máxime por los de la familia, ha negado la fe y es peor que un descreído. Pues bien, ¿qué hay tan familiar para cada uno como los padres para los hijos o para los padres los hijos? Así pues, un ejemplo del salubérrimo precepto lo establecía a partir de sí mismo el Maestro mismo de los santos, cuando en vez de sí procuraba en cierto modo otro hijo no a la sierva que como Dios había creado y a la que regía, sino a la madre de la que como hombre había sido creado y a la que abandonaba. De hecho, lo que sigue indica por qué hizo esto. En efecto, el evangelista asevera: «Y desde esa hora la acogió el discípulo entre sus cosas», al hablar de sí mismo, pues así suele él recordar que le quería Jesús, el cual quería, evidentemente, a todos, pero a ese mismo le quería más que a los demás y más familiarmente, hasta el punto de hacerlo recostarse sobre su pecho durante el convite, para de este modo hacer valer más profundamente, creo, la excelencia divina de este evangelio que mediante él iba a ser predicado.
Cómo y dónde acogió Juan a María
Pero ¿entre qué cosas suyas acogió Juan a la madre del Señor? En efecto, era de esos que le dijeron: He ahí que nosotros hemos dejado todo y te hemos seguido. Pero allí había oído también: Cualquiera que a causa de mí haya dejado esas cosas, en esta era recibirá cien veces otro tanto. Centuplicadamente, pues, tenía aquel discípulo mucho más de lo que había dejado, entre lo cual recogiera a la madre de ese que se lo había regalado. Pero el bienaventurado Juan había recibido el céntuplo en esa sociedad donde, como está escrito en Hechos de los Apóstoles, nadie llamaba suyo a nada, sino que ellos tenían todo en común, pues los apóstoles eran así: cual quienes nada tienen, mas poseen todo. ¿Cómo, pues, donde nadie llamaba suyo a nada, el discípulo y siervo acogió entre sus cosas a la madre de su Maestro y Señor? ¿Acaso porque poco después se lee en idéntico libro: «Pues cuantos eran posesores de fincas o de casas, tras venderlas, traían y a los pies de los apóstoles ponían los importes de ellas; ahora bien, se distribuía a cada uno según tenía necesidad», ha de entenderse que eso de que tenía necesidad se le había distribuido a este discípulo, de forma que también se pusiera allí la porción de la bienaventurada María cual madre suya, y lo que está dicho: Desde esa hora la recogió el discípulo entre sus cosas, debemos, más bien, entenderlo de forma que a su cuidado atañía cualquier cosa que era necesaria para ella? La recogió, pues, entre sus cosas: no entre sus fincas, que no poseía ninguna propia, sino entre sus deberes, que cuidaba de cumplir mediante la propia gestión.
Dadme lo que sois
A continuación añade: Después, Jesús, sabedor de que todo se ha cumplido, para que se cumpliera la Escritura dice: «Tengo sed». Estaba, pues, puesta una vasija llena de vinagre; ellos, por su parte, tras colocar alrededor de una rama de hisopo una esponja llena de vinagre, la ofrecieron a su boca. Como, pues, hubiese Jesús tomado el vinagre, dijo: «Está cumplido». E inclinada la cabeza, entregó el espíritu. ¿Quién puede disponer lo que hace, como dispuso este hombre lo que padeció? Pero hombre, Mediador de Dios y hombres; hombre acerca de quien, porque los hombres mediante los que esto se hacía no reconocían al Hombre Dios, se lee predicho: Y es hombre, mas ¿quién le reconocerá? Efectivamente, como hombre se mostraba quien como Dios se ocultaba; padecía todo esto quien se mostraba y, en persona, disponía todo esto el mismo que se ocultaba. Vio, pues, que se ha cumplido todo lo que era preciso que sucediera antes que tomase el vinagre y entregase el espíritu y, para que se cumpliera también esto que la Escritura había predicho: Y en mi sed me abrevaron con vinagre, afirma: «Tengo sed», cual si dijera: «Habéis hecho menos que esto; dad lo que sois». En efecto, los judíos mismos eran vinagre, pues se habían degenerado del vino de los patriarcas y profetas y, cual si se tratase de una vasija llena, henchidos de la iniquidad de este mundo, tenían el corazón como una esponja, fraudulento por escondrijos en cierto modo cavernosos y tortuosos. Por otra parte, porque el hisopo alrededor del cual pusieron una esponja llena de vinagre es una planta baja y purga el pecho, lo interpretamos convenientemente como la condición baja de Cristo mismo a la que cercaron y sobre la que supusieron triunfar. Por ende, en un salmo está aquello: Me asperjarás con hisopo y seré limpiado. Efectivamente, la condición baja de Cristo nos purifica porque, evidentemente, si no se hubiese rebajado a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte de cruz, no se habría derramado su sangre para remisión de los pecados, esto es, para purificación nuestra.
Jesús muere en la cruz
Sólo quien padecía la pasión sabía su significado
No inquiete cómo la esponja pudo ser acercada a la boca de ese que en la cruz había sido levantado de la tierra. En efecto, como se lee en otros evangelistas —cosa que éste ha pasado por alto—, mediante una caña se hizo que tal bebida fuese alzada a lo alto de la cruz en una esponja. Pues bien, mediante la caña se significaba la Escritura que este hecho cumplía. En efecto, como se habla de lengua griega o latina u otra cualquiera para significar el sonido que la lengua emite, así puede llamarse caña a la letra que mediante una caña se escribe. Pero muy usualmente llamamos lenguas a los sonidos de la voz humana significantes; en cambio, llamar caña a la Escritura es tanto más figurado místicamente cuanto es menos usual. Hacía esas cosas un pueblo impío, padecía esas cosas el misericordioso Cristo. Quien las hacía desconocía qué hacía; en cambio, quien las padecía no sólo sabía qué se hacía y por qué se hacía, sino que ese mismo incluso obraba bien mediante quienes obraban mal.
El costado abierto, fuente de vida
Veamos lo que, según narra el evangelista, siguió a continuación, después que el Señor Jesús, realizado todo lo que preconocía que era preciso que se realizase antes de su muerte, entregó el espíritu cuando quiso. Los judíos, pues, afirma, porque era parasceve, para que en la cruz no permanecieran el sábado los cuerpos, pues era grande el día aquel de descanso, rogaron a Pilato que fuesen rotas sus piernas y se retirasen1. Se retirasen no las piernas, sino estos a quienes se les rompían precisamente para que muriesen, y fuesen quitados del madero para que, colgados en las cruces, no mancillasen con el horror de su suplicio a plena luz el gran día festivo.
Vinieron, pues, los soldados y, por cierto, rompieron las piernas del primero y del otro que fue crucificado con él. En cambio, como hubiesen llegado a Jesús, cuando lo vieron muerto ya, no rompieron sus piernas; pero uno de los soldados abrió con una lanza su costado y al instante salió sangre y agua2. El evangelista ha usado una palabra cuidadosa, de forma que dijera no «golpeó» o «hirió» su costado, u otra cosa cualquiera, sino abrió, para que la puerta de la vida se abriera allí de donde han manado los sacramentos de la Iglesia, sin los que no se entra a la vida que es la auténtica vida. Esa sangre ha sido derramada para remisión de los pecados; esa agua prepara la copa saludable; ella proporciona el baño y la bebida. Esto lo prenunciaba la puerta que Noé mando hacer en el costado del arca3, para que por ella entrasen los animales que no iban a perecer en el diluvio, los cuales prefiguraban la Iglesia. En atención a esto, la primera mujer fue hecha del costado del marido, que dormía4, y fue nominada vida y madre de los vivos5, pues antes del gran mal de la prevaricación significó un gran bien. Aquí, el segundo Adán, inclinada la cabeza, durmió en la cruz para que de ahí —de eso que fluyó del costado del durmiente— le fuese formada la esposa. ¡Oh muerte en virtud de la que los muertos reviven! ¿Qué más limpio que esa sangre? ¿Qué más saludable que esa herida?
No para saber, sino para creer
Afirma: Y quien ha visto dio testimonio y su testimonio es verdadero y él sabe que dice verdades para que también vosotros creáis. Ha dicho no «para que también vosotros sepáis», sino «para que creáis». En efecto, sabe quien ha visto, a cuyo testimonio crea quien no ha visto. Por otra parte, a la fe atañe creer más bien que ver, porque creer ¿qué otra cosa es que otorgar fe?
Pues esto sucedió, afirma, para que se cumpliera la Escritura: No romperéis de él un hueso. Y a su vez otra Escritura dice: Mirarán hacia el que atravesaron7. Tomados de las Escrituras ha reproducido dos testimonios, uno para cada una de las cosas respecto a las que ha narrado que habían sucedido. Efectivamente, porque había dicho: «En cambio, como hubiesen llegado a Jesús, cuando lo vieron muerto ya, no rompieron sus piernas», a esto atañe el testimonio: «No romperéis de él un hueso», lo cual se preceptuó a esos a quienes en la Vieja Ley, que había precedido como sombra de la pasión del Señor, se mandó celebrar con inmolación de una oveja la Pascua, en razón de lo cual fue inmolado Cristo, nuestra Pascua, de quien también el profeta Isaías había predicho: Fue conducido como oveja para ser inmolada. Asimismo, porque había dicho a continuación: «Pero uno de los soldados abrió con una lanza su costado», a esto atañe el otro testimonio: Mirarán hacia el que atravesaron, donde ha quedado prometido Cristo, el cual va a venir en esa carne en que fue crucificado.