Una palabra amiga

¿Cuántos amigos tienes?

Las redes sociales han ampliado el concepto de amigo. Sobre la verdadera amistad escribe el agustino recoleto Antonio Carrón en este artículo

Amigos de la infancia, amigos del pueblo, amigos del colegio, amigos del barrio, amigos de mis hermanos, amigos de la universidad, amigos de mis amigos, amigos de verdad… Hasta no hace mucho esta era la tipología de amistad que todos, de una u otra forma, podíamos tener: quien más, quien menos se vería reflejado en estos perfiles “amistosos”.

Sin embargo, desde hace algunos años, el universo de la amistad ha sido invadido por una nueva nomenclatura: “solicitud de amistad”, “amigos en común”, “confirmar amistad”, “mejores amigos”, “buscar amigos”. A este concepto de amistad habría que añadir el de “seguidores”, que está íntimamente relacionado. Esta ha sido la consecuencia de la llegada de las redes sociales a nuestras vidas: algo que, inicialmente, tenía por objeto una red restringida y privada se ha convertido en uno de los fenómenos globales con mayor incidencia en la actualidad.

No es raro escuchar, especialmente entre los más jóvenes, “¿cuántos amigos tienes en Facebook?” “¿Cuántos siguen tu cuenta de Twitter?” “¿Y la de Youtube o Instagram?” “¿Cuántos grupos de WhatsApp tienes en el móvil?” Ante estas preguntas cabría reflexionar sobre el concepto de relación personal, de amistad o hasta de lo que significa la persona misma y lo que el otro es para mí.

Las redes sociales, especialmente, nos están permitiendo mantenernos en contacto, casi en tiempo real, con muchos de nuestros seres queridos, amistades (a la antigua usanza), potencian nuestra actividad profesional y amenizan nuestro tiempo de ocio. No obstante, las relaciones que se pueden llegar a establecer desde estos medios genera el riesgo de dobles personalidades (la real y la digital) que son fruto y, a la vez, potencian la inmadurez afectiva, el cerrarse en sí mismo y, en definitiva, el perder una de las cosas más grandes que tenemos los seres humanos: el tú cercano y en directo, el trato personal.

Asistimos a un gran cambio en que la propia identidad personal se va transformado. Hablamos de generaciones nativas digitales, quien más, quien menos, dispone de buzón de correo electrónico, Smartphone, está presente en redes sociales, publica en un blog, sube fotos a Internet. Y en medio de todo ello, ¿cuál es mi identidad? ¿dónde está reflejada mi vida? ¿quién tiene acceso a mi biografía? ¿qué repercusión tendrá toda esta información en un futuro no muy lejano para mi vida? Y, ante todos estos interrogantes, ¿qué podemos decir desde la fe?

Siempre resulta iluminador, aunque también un poco arriesgado, lanzarse a hacer un poco de “teología ficción” y trasladar a Jesucristo a nuestro contexto actual. ¿Qué uso y comportamiento tendría Él ante estos medios? Ciertamente, en su época se valió de los medios que estaban a su disposición: la tradición oral, la transmisión de su mensaje por medio de parábolas, el envío de difusores de su Evangelio. Me resisto a pensar que, teniendo la posibilidad de usar los medios, Jesucristo no se embarcara en ello. Eso sí, tratándolos como lo que son: medios, y nunca como un fin en sí mismo.

La clave de interpretación de esta problemática reside, precisamente, ahí: el concepto de amistad, el concepto de persona, nuestra propia identidad no estará en peligro mientras los medios estén a nuestro servicio sin convertirse en pequeños dioses de nuestra vida. Y, en definitiva, ante un mundo cambiante qué bueno es tener en Dios una base firme e inquebrantable, belleza siempre antigua y siempre nueva.

Antonio Carrón de la Torre OAR

#UnaPalabraAmiga

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