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Nuestra misión en el mundo

El arzobispo agustino recoleto de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán (Guatemala), Mons. Mario Alberto Molina, reflexiona sobre la Palabra de Dios de este domingo 7 de julio

El pasaje evangélico de este domingo relata cómo Jesús envió como misioneros delante de él, para prepararle el camino, a setenta y dos discípulos. Solo san Lucas da noticia de este envío tan numeroso. El mismo san Lucas, junto con san Marcos y san Mateo, también cuentan el envío misionero de los Doce. ¿Por qué enviaría también Jesús a este número tan crecido de sus discípulos? Quizá para indicar que la misión no está restringida a los Doce, sino que incumbe a todos sus discípulos. Los envía por delante de él, a todos los pueblos y lugares a donde pensaba ir. Este es un detalle que merece reflexión. Uno podría pensar que, para extender el conocimiento del evangelio, Jesús enviaría discípulos a los lugares a los que él mismo no podría llegar. Pero envía a estos setenta y dos precisamente a los lugares a donde él llegaría después. Pienso que en esa manera de presentar la misión de estos hombres se manifiesta la naturaleza de la misión. Ellos, los misioneros, los enviados, no van a hablar de sí mismos, ni a transmitir un mensaje inventado por ellos, ni son los salvadores que ofrecen su propia salvación. Ellos se remiten siempre al que los envió, al que viene detrás, al mensaje que recibieron. Invitan a quienes les escuchan a que pongan la fe no en ellos, sino en Jesús. Jesús viene detrás siempre. Ellos deben anunciar: Ya se acerca a ustedes el Reino de Dios. El reino de Dios llega con Jesucristo.

Hoy hemos tomado conciencia más clara del carácter misionero del cristiano. No solo somos discípulos, sino también misioneros. Lo que hemos conocido debemos comunicarlo. La misión no es cosa solo de los Doce, de los consagrados, de los que han optado por dedicarse tiempo completo a la evangelización. La misión es de todos los discípulos de Jesús. Ciertamente los sacerdotes y misioneros a tiempo pleno lo hacen de un modo propio, pero también todo creyente, si ha encontrado su propia alegría en Jesús, no puede menos que comunicarla a aquellos con quienes trata cada día. Quizá no somos tan misioneros, porque no hemos encontrado todavía en Jesús nuestra alegría y plenitud.

La primera instrucción que Jesús les da se refiere a la magnitud de la tarea. La cosecha es mucha y los trabajadores son pocos. Rueguen, por tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos. Jesús compara la tarea misionera con la cosecha de un campo de trigo. Cuando la cosecha se hace a mano, cosa que sigue ocurriendo donde la agricultura todavía es artesanal, como entre nosotros, hacen falta muchas manos para recoger el grano. La misión siempre es una tarea artesanal, es una tarea de persona a persona, por lo que hacen falta muchos trabajadores. Hacen falta más laicos que asuman su tarea misionera en el mundo, la tarea de ordenar las realidades temporales según las dinámicas del reino de Dios. Hacen falta más laicos que conozcan mejor a Jesús y su mensaje y sepan hablar de él a quienes no lo conocen. Hacen falta consagrados y religiosos, hombres y mujeres, que se dediquen plenamente a dar a conocer a Jesús y realizar las obras de servicio y caridad en su nombre. Pero como nuestra Iglesia se estructura a partir del ministerio apostólico, hacen falta también más sacerdotes que se dediquen tiempo completo al anuncio del evangelio, a la celebración de los sacramentos, al gobierno de la Iglesia. Jesús indica que debemos pedirle a Dios el envío de más trabajadores, más misioneros. Pero pienso que no solo la oración basta. La oración debe ir acompañada de la propuesta explícita a aquellas personas, sobre todo jóvenes, que tienen cualidades para dedicarse plenamente al servicio del evangelio. La oración debe ir acompañada también del esfuerzo por formar a los laicos para que asuman su tarea misionera en el mundo.

Jesús añade una advertencia muy pertinente: Pónganse en camino; yo los envío como corderos en medio de lobos. Es decir, la misión es una tarea de riesgo. Yo lo veo así. Jesús sabía que, en su tiempo, su mensaje contrastaba con ideas y prácticas religiosas de sus contemporáneos judíos y paganos, y que también el evangelio proponía unos criterios morales contrarios a los usos vigentes. Hoy nos encontramos cada día más en situaciones de contraste entre lo que propone el evangelio y las ideas y usos vigentes en la sociedad. La evangelización en muchos aspectos tiene hoy las características de propuesta contracultural. Y muchos, identificados con las tendencias culturales actuales, se opondrán como lobos a los evangelizadores de hoy como se opusieron a los evangelizadores del principio. La idea de que hay que cambiar el evangelio para adaptarlo a las tendencias culturales, como dicen algunos, es traición. Esa es una falsa inculturación. No es el evangelio que debe adaptarse a la cultura vigente, son las personas que aceptan el evangelio que deben cambiar su propia cultura y modo de pensar y actuar para adaptarlo al evangelio.

Jesús da instrucciones de cómo deben comportarse los misioneros. Corresponden a los usos en los primeros cincuenta años de cristianismo. Muy pronto fueron instrucciones caducas en su literalidad. Pero esas instrucciones dan a entender que el evangelio no se impone, se ofrece. Quienes lo escuchan lo podrán aceptar o rechazar, asumiendo la consecuencia de sus acciones. El evangelizador, por su parte debe estar dispuesto a vivir sobria y frugalmente, pero debe aceptar y recibir el sostenimiento que se le ofrece.

Los setenta y dos vuelven a Jesús, que los había enviado, llenos de satisfacción y alegría. Atestiguan cómo los demonios se les sometían al nombre de Jesús. Jesús, por su parte, dice que él mismo vio a Satanás caer, como cae el rayo del cielo; o quizá también se puede entender que Jesús vio a Satanás caer del cielo, como el rayo. Pero, ¿qué hacía Satanás en el cielo? En cualquier caso, el anuncio del evangelio significa la derrota del poder de Satanás en el mundo. Satanás ejerce su poder a través de la muerte que socava el sentido de la vida humana y del pecado que hunde la libertad en el mal e impide a las personas reconocer su propio valor y dignidad. El evangelio libera de esas esclavitudes y trae esperanza y alegría. Pero la alegría del evangelizador no debe ser esa victoria sobre los demonios y el mal, sino la de saber que sus nombres están escritos en el cielo, es decir, que tienen asegurada la vida eterna con Dios para siempre. Asumamos pues nuestra tarea misionera en el mundo y llevemos a todos la buena noticia de Jesús.

Mons. Mario Alberto Molina OAR
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán (Guatemala)

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