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Un oasis espiritual en un apacible valle

La Recolección tiene uno de sus núcleos en el Desierto de la Candelaria. En este lugar, ahora reformado, surgió en el siglo XVI el movimiento reformador de los Agustinos. Cinco siglos después, es un lugar de paz y tranquilidad. Lo explica en este artículo el agustino recoleto José Uriel Patiño.

El convento de “El Desierto de la Candelaria”, que alberga el Santuario de Nuestra Señora de la Candelaria, es tenido como la cuna de la Recolección Agustiniana en América. Allí, alrededor de unos ermitaños que estaban viviendo una profunda experiencia espiritual en agrestes e inhóspitos parajes de aquel entonces, nació como una tenue luz una experiencia de vida que en pocos años se convirtió en un frondoso árbol que llegó a Cartagena de Indias, Ciudad de Panamá y Santa Fe de Bogotá. Todo aconteció entre la última década del siglo XVI y la primera mitad del siglo XVII, en medio de ritmos históricos que, como suele suceder, no siempre iban sobre cauces serenos, en particular cuando se presentaron los impases entre los agustinos calzados y los agustinos descalzos.

Desde ese entonces y hasta el presente el convento ha pasado por un particular proceso edilicio. Durante varios siglos no era más que un convento con tres cuerpos rodeado de una tapia perimetral que brindaba seguridad. Más adelante se construyeron las hospederías para albergar a los peregrinos que por la fiesta de la Presentación del Señor, o de Nuestra Señora de la Candelaria, el 2 de febrero o por alguna peregrinación ocasional se acercaban a aquel Santuario ubicado en un plácido valle, ubicado en un recodo del río Gachaneca.

Más adelante, después de superar los aciagos días de la desamortización colombiana, se cerró el cuadrado del patio antiguo, en cuyo centro se ubica la cruz doctrinera, y se construyó la primera ala del patio nuevo, donde aún se conserva un centenario naranja que según la tradición sus semillas fueron traídas de Tierra Santa. Entre finales del siglo XX y los primeros años del siglo XXI se ce construyeron las dos alas que faltaban para cerrar el patio nuevo, una con motivo del centenario de la restauración de la Provincia, en 1988, y otra con motivo de los cuatrocientos años de la Recolección Agustiniana en América, en 1604.

Dos leyendas

Este convento en su historia varias veces secular ha sido testigo de varios acontecimientos históricos que han marcado la vida de la provincia agustino-recoleta de Nuestra Señora de la Candelaria. Algunos de estos acontecimientos están relacionados con la formación, porque durante muchos años una de las casas de formación de la Provincia; otros se refieren al servicio de la autoridad por en sus claustros se han realizado capítulos provinciales; otros porque en varias oportunidades ha sido el lugar donde la Orden programa reuniones y hasta se concluyen actividades internacionales como los cursos de renovación y algunos encuentros. Tampoco se puede ignorar que en el siglo XIX, cuando se estaba viviendo la restauración de la Provincia, en particular con la llegada de la primera misión restauradora, se generaron allí varias de las estructuras que con el tiempo dieron origen al fortalecimiento de la Provincia y la creación de la llamada Academia Recoleta que duró varios lustros.

A la par con lo anterior, el convento también es el escenario ideal para la creación y recreación de leyendas, que aún hoy se comparten con los turistas que visitan los seculares claustros. De las varias leyendas, podemos recordar las de “la mano peluda” y “el fraile sin cabeza”. En relación a la primera, la tradición dice que en una habitación del primer piso, la que actualmente se ofrece a los turistas como modelo de una celda de los primeros descalzos, en varias ocasiones por la ventana de esa habitación algunos frailes vieron que salía una mano peluda casi siempre cuando las sombras comenzaban a tomarse los blancos claustros del convento. Esa mano, peluda, huesuda y pálida, intentaba asir por la capilla del hábito al desprevenido fraile que pasaba por frente la ventana, mientras que los hermanos que venían detrás veían todo con horror y espanto. Algunos le añaden a la leyenda que eso se daba con los frailes que estaban en pecado mortal, por lo cual en la revisión de vida, el popular “capítulo de culpas”, había que pedir perdón público. Para completar se dice que un fraile que fue víctima de esta pavorosa mano perdió el conocimiento y cuando lo recobró estaba envejecido y canoso, pero hace ya muchos años.

La otra leyenda, “el fraile sin cabeza” afirma que algunas noches, en particular cuando hay luna, se ve la silueta de un fraile que lentamente se pasea por el claustro del segundo piso de la parte antigua. La leyenda señala que el fraile sin cabeza es como un tronco con extremidades que se desplaza en dirección al coro. Lo curioso de esta leyenda, que no es tan escabrosa como la anterior, es que siempre se ve a la distancia y fugazmente porque en un abrir y cerrar de ojos, en el momento del parpadeo del vidente, desaparece dejando una inquietud que en ocasiones desvela al vidente.

Una tragedia que transformó el entorno

En noviembre 1985 Colombia vivió dos experiencias muy dolorosas: la toma del Palacio de Justicia por parte de un grupo guerrillero que posteriormente negoció la paz con el gobierno de turno y la erupción del Volcán Nevado del Ruiz que provocó más de 25.000 víctimas y borró del mapa la población de Armero en el departamento (provincia) de Tolima. Esta erupción fue tan fuerte que extendió sus cenizas volcánicas por varios lugares; uno de esos lugares fue El Desierto de la Candelaria. Al amanecer el día siguiente a la noche de la erupción los lugareños de El Desierto de la Candelaria, incluidos los religiosos que a la sazón vivían allí, se levantaron y vieron prácticamente todo cubierto de un polvillo grisáceo que provocó una cierta intranquilidad pero que gracias a las noticias se dieron cuenta que no era el apocalipsis, sino ceniza volcánica. Para un campesino encontrar sus cultivos de pan coger llenos de ceniza, lo mismo que sus animales domésticos, era un asunto de marca mayor porque, como solían decir, “llovió ceniza”.

Con el paso de los años el efecto de la ceniza comenzó a verse y lo que antes era una árida ladera comenzó a verse con verdes matorrales y más adelantes con árboles frondosos, aunque el terreno no es más propicio. Por esto se dice que la tragedia del Volcán del Ruiz, ubicado cerca de Manizales, capital del departamento (provincia) de Caldas en el Eje Cafetero Colombiano, llevó a la transformación del entorno ambiental de El Desierto de la Candelaria.

José Uriel Patiño OAR

Este artículo está publicado en el Anuario OAR 2018

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