El arzobispo agustino recoleto de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán (Guatemala), Mons. Mario Alberto Molina, reflexiona sobre la Palabra de Dios de este domingo 8 de septiembre
Hoy hemos escuchado un pasaje del evangelio que nos transmite unas sentencias de Jesús, en las que pone unas exigencias muy arduas y radicales para aquellos que quieran ser sus discípulos. Jesús nos dice: quiero que me sigan, pero sepan que no será fácil. Esas sentencias de Jesús resultan especialmente estridentes en el ambiente actual, en el que se pretende “rebajar” las exigencias de la fe, sea para “acomodarlas” a los tiempos actuales, sea en aras de una pretendida misericordia divina que diluye la justicia en buenismo. Jesús no parece compartir la opinión de que haya que facilitar y endulzar el camino para que más personas puedan seguirlo o para que el camino para seguirlo no sea tan áspero y estrecho.
Hay que hacer cálculos, dice Jesús, antes de asumir el propósito de seguirlo. Propone dos parábolas. Una es la del que quiere construir una torre, es decir, un edificio cuya construcción requiere más inversión y técnica que la construcción de una simple casa. Quien emprende una construcción así debe calcular primero el monto de la inversión, con el fin de no quedarse sin recursos a media construcción y deba suspender la obra, quedando en ridículo ante la gente como un hombre no previsor. Así también, el que quiera seguir a Jesús debe tomar en cuenta lo que implica ser cristiano, no sea que deba tirar la toalla a medio camino, porque no puede ajustar su vida a las exigencias del evangelio.
La segunda parábola se refiere al rey que, al verse atacado militarmente por otro gobernante con mayor poderío militar, hace el cálculo de si lo prudente es responder al ataque militar con una fuerza mucho menor o si lo que le conviene es rendirse y negociar la paz. Así también, el que quiera seguir a Jesús, debe hacer el cálculo de cuál, entre las múltiples vocaciones y formas de seguir a Jesús, es aquella para la que tiene las cualidades y la idoneidad. No sea que pretenda seguir a Jesús en un estilo de vida más arduo y difícil que el que corresponde a su propia vocación.
Con esas dos parábolas, Jesús explica claramente, que seguirlo a él exige discernimiento, exige sabiduría. ¿Cuál es el estilo de vida cristiana a la que Jesús me llama? ¿Qué sacrificios, qué renuncias, que cambios son los que debo realizar en mi vida para seguir a Jesús con dignidad y hasta el final? O también, ¿qué prudencia y humildad debo tener para aceptar que algunas formas de seguir a Jesús son para otros y no para mí, porque exigen más sacrificios y renuncias de las que yo soy capaz? Saber responder a estas preguntas es adquirir sabiduría. Por eso, la primera lectura de hoy, que acompaña este pasaje del evangelio dice: Solo con esa sabiduría lograron los hombres enderezar sus caminos y conocer lo que te agrada. Solo con esa sabiduría se salvaron, Señor, los que te agradaron desde el principio. Esa sabiduría es la que viene de Dios. Pues los pensamientos de los mortales son inseguros y sus razonamientos pueden equivocarse. Por lo tanto, es necesario cada día examinarse ante Dios y pedirle que él ilumine nuestras opciones y nos dirija en nuestras decisiones para seguirlo como él quiere y espera de nosotros.
Jesús pone tres exigencias. Una se refiere a los lazos familiares. Si alguno quiere seguirme y no me prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, más aún, a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Creo que esta sentencia tan radical, tan difícil de entender, se refiere a lo siguiente. Si en nuestra vida deseamos seguir a Jesús, complacer a Dios, debemos guiamos solo por lo que intuimos que es su voluntad para nosotros, sin dejarnos condicionar por consideraciones familiares o incluso por intereses personales. Cuando hacemos discernimiento de nuestro deber, eso incluye nuestras obligaciones hacia la familia; esto Jesús no lo puede obviar. Pero preferirlo a él significa saber discernir cuáles son los casos y circunstancias en las que las obligaciones o simples consideraciones familiares deben ceder a las opciones de la fe.
La segunda exigencia de Jesús dice así: El que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. Creo que esta exigencia se refiere a la responsabilidad personal. En el seguimiento de Jesús una persona no puede pretender que otra asuma por ella sus obligaciones en relación con el seguimiento de Jesús. No hay seguimiento vicario o por sustitución. Cada uno recibe su vocación, cada uno tiene su camino, cada uno tiene sus propias responsabilidades que cumplir. Es cierto que Jesús murió por nosotros. El asumió sobre sí la deuda de cada uno de nosotros y la redimió en la cruz. Es cierto que podemos orar y ayudar al prójimo para que pueda responder mejor a Jesús. Pero todo seguimiento de Jesús es personal. Así como Jesús asumió y cargó la cruz de su propia vocación, así cada uno de nosotros debe asumir la responsabilidad de su propia llamada y vocación.
Finalmente, Jesús propone una tercera exigencia: Cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes no puede ser mi discípulo. ¿Podemos hacer eso? ¿Podemos renunciar a nuestros bienes tales como nuestra casa, nuestro salario, nuestra educación, nuestra salud? ¿De qué bienes habla Jesús y qué significa renunciar a ellos? Para vivir humanamente necesitamos bienes materiales, como la casa, el vestido y los alimentos y también bienes intangibles como la educación y el buen nombre. No podemos renunciar a ellos, en el sentido de prescindir de ellos, vivir sin ellos. Pero igualmente debemos saber que ninguno de esos bienes puede dar razón de nuestra vida. Esos bienes son útiles, nos ayudan a vivir decentemente, pero ninguno de ellos da sentido a la vida ni puede ocupar el lugar de Dios. Esa renuncia que pide Jesús no es un acto que se realiza de una vez para siempre, sino que es una actitud que debemos cultivar día a día para que nuestra confianza en la vida no se apoye en los bienes materiales o intangibles que nos ayudan a vivir, sino que nuestra confianza esté puesta solo en Dios y en seguir a Jesús.
Por eso debemos meditar en las palabras del salmo: Nuestra vida es tan breve como un sueño; semejante a la hierba, que despunta y florece en la mañana y por la tarde se marchita y se seca. Enséñanos a ver lo que es la vida y seremos sensatos. Llénanos de tu amor por la mañana y júbilo será la vida toda. Esa es la máxima sabiduría: conocer la fugacidad de nuestra vida presente y poner la mirada en Dios que nos sostiene.
Mons. Mario Alberto Molina OAR
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán (Guatemala)