Hace algunas semanas tuve la oportunidad de compartir, junto a los religiosos y personas allegadas a la Orden, la celebración de las bodas de oro sacerdotales de tres agustinos recoletos: el P. Jesús Cerezal, el P. Alfredo Arce y el P. Ángel Díaz. Concretamente fui llamado para moderar una mesa redonda con los protagonistas. A mí, que soy joven, me asustaba sentarme junto a ellos, que han recorrido un largo trecho del camino de la vida, e introducirme en sus historias.
El miedo se fue cuando me percaté de su cercanía, palpable en un diálogo sereno y amigable. Fue una celebración en familia. Durante una hora estuvimos hablando de lo divino y de lo humano, nunca mejor dicho. Recordamos sus infancias, sus inicios en la vida religiosa, sus travesuras en el seminario y su trayectoria como agustinos recoletos. Y noté alegría y felicidad por todo lo vivido; ningún resquicio de pena o añoranza por los años pasados. Solamente esperanza, en sentido amplio.
Las suyas son historias sencillas. Encontraron su vocación en el quehacer cotidiano. El P. Ángel estaba dándole de comer a los cerdos que tenían en casa cuando un amigo le dijo ‘vámonos con los frailes’. Así era la pastoral vocacional el siglo pasado en España. Y el futuro sacerdote le respondió con espontaneidad: “Espera a que eche la comida a los cerdos”. Está equivocado quien crea que Dios llama de forma sorprendente, con un ángel bajando del cielo y un coro celestial cantando.
Y sus vidas fueron tomando forma. Ángel fue enviado a Venezuela y posteriormente a Argentina; Jesús y Alfredo han dedicado su trayectoria a la docencia en España. Son vidas humildes, naturales y normales. Siempre dispuestos a lo que se les ha ido mandando, y adaptando sus planes a los planes de Dios. Son los “los santos de la puerta de al lado” de los que habla el Papa Francisco. Pensamos que para ser santos hay que ser lo más santo posible, y precisamente para ser santos hay que ser lo más humano posible.
En una época en la que el sacerdocio es tan discutido por los diversos escándalos, es relevante conocer la historia de tantos sacerdotes que han dedicado su vida al servicio de Dios. Son personas simples y que, en lo ordinario, con su fidelidad y obediencia, han servido de modelo para muchas otras personas. La Iglesia no sería nada sin ellos.