Sin categorĆ­a

Las condiciones de Dios

El arzobispo agustino recoleto deĀ Los Altos, Quetzaltenango ā€“ TotonicapĆ”n (Guatemala), Mons. Mario Alberto Molina, reflexiona sobre la Palabra de Dios de este domingo 6 de octubre.

Evangelio segĆŗn san Mateo (19,3-12)

Este evangelio nos deja perplejos. Sobre todo, la pregunta final que hace JesĆŗs, acerca de si el patrĆ³n del siervo tiene que estar agradecido con Ć©l porque cumpliĆ³ con su obligaciĆ³n, queremos responderla con un sĆ­. Pero la pregunta estĆ” formulada con un ā€œacasoā€ al principio que presupone una respuesta negativa. No, el patrĆ³n no tiene que agradecerle nada a su siervo, pues hizo lo que tenĆ­a que hacer. Nuestra sensibilidad se rebela. Por eso mismo debemos plantearnos la pregunta, Āæde quĆ© se trata?

El pasaje comienza con una peticiĆ³n de los apĆ³stoles a Jesus para que les aumente la fe. Es decir, los apĆ³stoles, de partida, reconocen que su fe requiere crecimiento y piensan que JesĆŗs se lo puede dar. Pero JesĆŗs responde con un reproche: si tuvieran fe, aunque fuera tan pequeƱa como una semilla de mostazaā€¦ ĀæImplica esa respuesta de JesĆŗs un reconocimiento de que la fe de los apĆ³stoles es efectivamente pequeƱa y dĆ©bil, pero incluso mĆ”s que lo que los apĆ³stoles juzgan? O quizĆ” la respuesta de JesĆŗs es una evasiva. La pregunta estĆ” mal planteada, porque en la vida creyente no se trata de tener mĆ”s o menos fe, sino de aceptarla como gracia siempre recibida.

JesĆŗs pone entonces el ejemplo del patrĆ³n que tiene un siervo ā€œmultiusosā€. Labra la tierra, cuida el ganado y cuando regresa a casa hace la comida. Y el siervo es ciertamente responsable, hace todo bien y de manera puntual. Y sabe ocupar su puesto. De modo que cuando regresa cansado del campo, no se pone a prepararse su comida, sino que prepara primero la del patrĆ³n. Solo entonces podrĆ” comer Ć©l mismo y descansar. Y es aquĆ­ cuando JesĆŗs plantea la pregunta inquietante: ĀæTendrĆ” acaso que mostrarse agradecido? QuizĆ” entendemos mejor la intenciĆ³n de JesĆŗs si cambiamos la pregunta: ā€œĀæTendrĆ” que darle un jornal extra?ā€ No. La respuesta es no. El siervo hizo lo que tenĆ­a que hacer, ciertamente no era poco, pero era su obligaciĆ³n y para eso habĆ­a sido contratado para ganar a cambio un salario acordado.

Y entonces viene la aplicaciĆ³n: AsĆ­ tambiĆ©n ustedes, cuando hayan cumplido todo lo que se les mandĆ³, digan: ā€˜No somos mĆ”s que siervos, solo hemos hecho lo que tenĆ­amos que hacerā€™. Los apĆ³stoles pedĆ­an un aumento de fe. QuizĆ” entendĆ­an la fe como un premio, un reconocimiento, un jornal extra por seguir a JesĆŗs. La fe no es una recompensa a una prestaciĆ³n que hayamos hecho a Dios. La fe es la opciĆ³n de vivir a la luz del don de Dios.

La fe es el acto por el cual comienza nuestra vida cristiana. Uno se hace cristiano cuando tiene fe en Dios, en su Hijo Jesucristo; cuando acepta su evangelio como criterio de vida, y recibe el bautismo para unirse a Dios y a los demƔs creyentes en la Iglesia.

La definiciĆ³n clĆ”sica, normativa, de la fe en la Iglesia catĆ³lica, pone el Ć©nfasis en la verdad de la doctrina y la enseƱanza transmitida en la Iglesia. La fe consiste en el asentimiento, apoyado en la autoridad de Dios, a las verdades que Ɖl ha revelado y transmitidoĀ en la enseƱanza de la Iglesia. En esta definiciĆ³n los aspectos afectivos, interpersonales, de confianza, entre el creyente y Dios quedan reducidos a la mĆ­nima expresiĆ³n, para dar prominencia a los aspectos objetivos, doctrinales e institucionales del acto de fe.

Sin embargo, la teologĆ­a catĆ³lica del siglo XX ha desarrollado una concepciĆ³n de la fe que combina los aspectos doctrinales con los personalistas, los afectivos con los institucionales. La fe es siempre la respuesta del hombre a la revelaciĆ³n de Dios. La fe nace de la proclamaciĆ³n de las obras de Dios dice san Pablo (Rm 10,17). En sus obras, Dios se ha dado a conocer a la vez que crea las condiciones que permiten al creyente alcanzar una vida espiritualmente cada vez mĆ”s plena y llena de sentido. Las obras fundamentales de Dios son la creaciĆ³n del mundo y de la humanidad; la apertura de una historia de salvaciĆ³n en medio de la historia humana marcada por el mal moral; el envĆ­o de su Hijo en la persona de JesĆŗs. Este Hijo predicĆ³ la buena noticia, manifestĆ³ quiĆ©n y cĆ³mo es Dios, enseĆ±Ć³ criterios morales de vida, muriĆ³ en la cruz y resucitĆ³, para establecer en su persona la posibilidad de vida humana mĆ”s allĆ” de la muerte. Dios y su Hijo ofrecen, a quien lo quiera aceptar, la posibilidad de compartir, en esperanza, esa nueva existencia comunicĆ”ndoles su propio EspĆ­ritu ya desde ahora. Quienes aceptan ese ofrecimiento inician, con el bautismo y la entrada a la Iglesia, un camino de consolidaciĆ³n, de superaciĆ³n del mal moral y de la muerte, que culminarĆ”, cuando Dios mismo lleve a plenitud su proyecto salvador. La fe del creyente consistirĆ” en aceptar como fuente de comprensiĆ³n del sentido de la propia vida esa historia de las obras de Dios a favor de la humanidad y vivir de acuerdo con ella junto con otros creyentes en la Iglesia, segĆŗn lo proclama la Escritura.

El justo, en virtud de la fe, vivirĆ” declara tambiĆ©n san Pablo (Rm 1,17). Esa declaraciĆ³n es un eco de la que muchos siglos antes hizo el profeta Habacuc para exhortar y animar al pueblo de Israel a la confianza en Dios en momentos de tribulaciĆ³n e incertidumbre, segĆŗn hemos escuchado en la primera lectura de hoy. La vida humana es frĆ”gil, abocada a la muerte, expuesta al mal fĆ­sico, implicada muchas veces en el mal moral. La opciĆ³n creyente consiste en reconocer esa fragilidad intrĆ­nseca y aceptar recibir la solidez y consistencia desde Dios por medio de la fe.

El punto que JesĆŗs quiere inculcarle a sus discĆ­pulos es que la fe no se gana. Esas obras de Dios, por las que abre un Ć”mbito de salvaciĆ³n en el mundo, son expresiĆ³n de su amor gratuito por nosotros. Cuando vivimos de acuerdo con esa propuesta, no somos mĆ”s que siervos que vivimos de acuerdo con el don que previamente hemos recibido. No es importante el tamaƱo de nuestra fe, aunque sea como un grano de mostaza, es Ćŗtil para vivir en sintonĆ­a con el don de Dios para recibir de Ć©l la salvaciĆ³n prometida. Por eso la sĆŗplica del salmo responsorial: SeƱor, que no seamos sordos a tu voz. Mientras mĆ”s claramente la percibamos, mejor sabremos responder.

Mons. Mario Alberto Molina OAR
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango ā€“ TotonicapĆ”n (Guatemala)

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