El arzobispo agustino recoleto deĀ Los Altos, Quetzaltenango ā TotonicapĆ”n (Guatemala), Mons. Mario Alberto Molina, reflexiona sobre la Palabra de Dios de este domingo 20 de octubre.
Evangelio segĆŗn san Lucas(18,1-8)
JesĆŗs propone hoy una parĆ”bola de sentido equĆvoco para ilustrar un propĆ³sito claro. JesĆŗs quiere enseƱar a sus discĆpulos la necesidad de orar siempre y sin desfallecer. La parĆ”bola simplemente quiere ilustrar lo que significa āorar siempreā, pero no explica cuĆ”l es la manera correcta de orar siempre.
Vamos a intentar explicar ese propĆ³sito, recurriendo a otros pasajes donde JesĆŗs da instrucciones a sus discĆpulos acerca de cĆ³mo orar. āOrar siempreā no tiene el propĆ³sito de informar a Dios de nuestras necesidades; Ćl ya sabe quĆ© nos hace falta. Sobre todo, sabe que nos hace falta su amor, su perdĆ³n, la vida eterna. JesĆŗs enseĆ±Ć³: al orar, no hablen muchoā¦ pues su Padre ya sabe lo que ustedes necesitan antes de que se lo pidan (Mt 6, 7.8). Por lo tanto, orar siempre no significa tener largos discursos ante Dios para informarlo de nuestras necesidades. TodavĆa menos debemos orar mucho y de continuo, porque Dios sea egoĆsta o mezquino, y por lo tanto tengamos que orar y orar para convencer a Dios para que nos dĆ© lo que le pedimos. Ni Dios es mezquino ni le gusta hacerse el rogado. La parĆ”bola podrĆa dar a entender que asĆ estĆ”n las cosas con Dios, pero ese no es el sentido del cuento. Por el contrario, JesĆŗs enseƱa que Dios estĆ” mĆ”s que dispuesto a dar cosas buenas, a dar su perdĆ³n, su salvaciĆ³n, su EspĆritu Santo a quien se lo pida: Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, Ā”cuĆ”nto mĆ”s el Padre del cielo darĆ” cosas buenas a los que se las pidan! (Mt 7,11). O como dice el mismo JesĆŗs en el pasaje de hoy: Āæcreen ustedes acaso que Dios no harĆ” justicia a sus elegidos que claman a Ć©l dĆa y noche, y que los harĆ” esperar? Yo les digo que les harĆ” justicia sin tardar. AsĆ que tampoco oramos de continuo para convencer a Dios de que sea bueno y nos dĆ© lo que le pedimos. Dios es bueno y estĆ” mĆ”s que dispuesto a darnos la salvaciĆ³n.
La oraciĆ³n constante no tiene que ver con una cualidad o una exigencia de Dios hacia nosotros. La oraciĆ³n constante tiene que ver con nosotros mismos. Nosotros necesitamos orar constantemente para mantener fija la atenciĆ³n en Dios y mantener en la memoria que Ćl es el referente que da sentido a nuestra vida. Nosotros necesitamos orar constantemente para recordar que la realidad no se reduce al mundo en que vivimos, sino que la realidad incluye tambiĆ©n esa dimensiĆ³n invisible y trascendente donde estĆ” Dios y que sostiene y da consistencia a este mundo visible en el que vivimos. Nosotros necesitamos orar sin cesar para consagrar a Dios todo lo que hacemos, para referir a Ćl todo lo que decidimos, para mantener viva nuestra conciencia de que āsolo Dios bastaā. La oraciĆ³n constante nos ayuda a superar distracciones y a mantener la atenciĆ³n fija en Dios.
Tomar a la letra eso de orar siempre quizĆ” no sea humanamente posible, pues debemos hacer otras cosas, que inevitablemente distraen nuestra atenciĆ³n de Dios hacia los negocios de este mundo. Por eso la Iglesia nos enseƱa a reservar a lo largo del dĆa algunos momentos, en la maƱana, al mediodĆa, en la tarde, en la noche, con el fin de hacer unaĀ pausa en nuestros quehaceres, para volver a fijar la mirada y la atenciĆ³n en Dios. Ćl vigila siempre sobre nosotros, nosotros debemos hacer espacios en nuestra jornada, en nuestra semana, para dirigir la atenciĆ³n hacia Dios. Ćl es quien nos consuela en el dolor, nos sostiene en las dificultades, nos anima en la frustraciĆ³n, nos ilumina en la oscuridad.
ĀæCĆ³mo hay que entender entonces la parĆ”bola? Son dos personajes: un juez inicuo y corrupto y una viuda desamparada e indigente. La viuda le ruega y clama que le haga justicia, pero el juez le da largas, hasta que de puro estar cansado de tener a la viuda por delante cada dĆa, le hace justicia. En este cuentecito, fĆ”cilmente aceptamos que la viuda necesitada puede representar adecuadamente al cristiano afligido que recurre a Dios en la oraciĆ³n. Pero Āæacaso el juez inicuo y corrupto es una adecuada representaciĆ³n de Dios? De ninguna manera. Por eso la parĆ”bola es equĆvoca, pues si no prestamos atenciĆ³n podemos concluir, que Dios, igual que el juez, no quiere responder al clamor de los que a Ć©l acuden. JesĆŗs puso el ejemplo del juez inicuo por contraste. Si hasta ese hombre que no teme a Dios ni respeta a su prĆ³jimo al final concede a la viuda lo que le pide; podemos tener plena confianza de que Dios, que es todo lo contrario del juez, que es benĆ©volo y misericordioso, pronto para conceder su favor, nos serĆ” siempre propicio y favorable. Como dijo JesĆŗs: si ustedes, aun siendo malos, saben dar a sus hijos cosas buenas, ĀæcuĆ”nto mĆ”s el Padre del cielo darĆ” el EspĆritu Santo a los que se lo pidan? (Lc 11,13). Pero Dios no estĆ” para responder a cualquiera de nuestras necesidades. Dios responde siempre cuando le pedimos nuestra propia salvaciĆ³n, el perdĆ³n de los pecados y la vida eterna. Las otras peticiones que podamos hacer sobre nuestras innumerables necesidades a veces tendrĆ”n respuesta, otras veces no. Esas necesidades mĆŗltiples ponen en evidencia la precariedad de nuestra vida y nos ayudan a comprender que solo Dios es verdaderamente necesario.
Pero JesĆŗs termina su enseƱanza con una pregunta dramĆ”tica: Pero, cuando venga el Hijo del hombre, Āæcreen ustedes que encontrarĆ” fe sobre la tierra? Pareciera que JesĆŗs anticipa una situaciĆ³n en la que la fe habrĆ” desaparecido. Los pueblos que en un tiempo fueron creyentes se olvidarĆ”n de Dios, se olvidarĆ”n de orar, vivirĆ”n de espaldas a Dios, y pretenderĆ”n construir un mundo encerrado en sĆ mismo. Uno tiene la tentaciĆ³n de leer nuestra situaciĆ³n actual a la luz de esa pregunta de JesĆŗs. Nuestra sociedad se olvida de Dios, o quizĆ” sea mejor decir, trivializa a Dios. Para muchos, el cristianismo es costumbre religiosa, folklore, culto de espectĆ”culo. Nuestra oraciĆ³n constante, en este contexto, es una prĆ”ctica contra cultural. Nuestra oraciĆ³n es no solo un acto por el que expresamos nuestra confianza en Dios, sino un acto por el que proclamamos que la realidad no se agota en la inmanencia de este mundo, sino que mĆ”s bien este mundo y nosotros mismos encontramos nuestro destino y referente fundante en Dios. āPerder el tiempo en la oraciĆ³nā es afirmar la prioridad de Dios sobre todo lo que nos proponemos y hacemos. Orar es proclamar que de Dios venimos y hacia Ćl vamos. Orar es declarar que el sentido y consistencia de nuestra vida lo recibimos desde el amor de Dios, que nos ha mostrado en JesĆŗs el camino para nuestra salvaciĆ³n. SĆ, es necesario orar siempre y sin desfallecer.
Mons. Mario Alberto Molina OAR
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango ā TotonicapĆ”n (Guatemala)