El agustino recoleto Héctor Molina realizó su profesión solemne en Zaragoza (España). Al terminar, leyó un bonito escrito dirigido a Dios que él mismo había redactado.
Héctor Molina culminó su largo proyecto vocacional el pasado sábado 9 de noviembre con la consagración definitiva a Cristo. El joven, de origen mexicano, realizó su profesión solemne como agustino recoleto en la parroquia Santa Mónica, en Zaragoza (España), acompañado de sus hermanos religiosos así como de alumnos y docentes del colegio Romareda que estuvieron junto a uno de los miembros de la comunidad educativa en un día tan importante.
El Prior provincial de la Provincia San Nicolás de Tolentino, Sergio Sánchez, presidió la eucaristía junto a decenas de sacerdotes agustinos recoletos. En su homilía, Sergio Sánchez, basándose en las lecturas de la misa, conectó el mensaje del evangelio con el significado de la profesión solemne que Héctor iba a realizar en breves momento. Especialmente hizo hincapié en que la vida consagrada es «una apuesta por la vida y por la vida eterna», porque es una profunda expresión de amor a Cristo y a los demás, aunque esto implique ciertas renuncias no comparables con el don recibido gratuitamente de Dios.
El rito de la profesión se vivió en un ambiente de oración y de profunda atención por parte de la asamblea ante lo que estaba aconteciendo. Primeramente se postró ante el altar para pedir la intercesión de los santos y posteriormente leyó su promesa de los votos como agustino recoleto.
Héctor Molina tuvo junto a él a su hermano gemelo, también agustino recoleto -aún en proceso de formación-. Uno de los momentos más emocionantes se produjo cuando ambos se abrazaron, una vez se había completado el rito de la profesión. El cariñoso gesto provocó los aplausos de los asistentes a la celebración.
Otro momento destacado fue la lectura, al término de la eucaristía, de un bonito escrito dirigido hacia Dios que el mismo Héctor había escrito y que se reproduce a continuación:
Me sigues conduciendo, Padre;
no me abandonas, me cuidas y me buscas porque me amas.
Te pido que ames a este hijo tuyo, en adopción.
Envía tu Espíritu de vida y que haga en mí
surgir sentimientos de gratitud a ti y a tus hijos, mis hermanos.
Creo que me amas, Padre, que me buscas,
que me acompañas, que me perdonas y no dejas de llamarme.
Creo que amas también a mis hermanos agustinos recoletos,
que los acompañas y no los abandonas.
Creo que mi corazón tiende a olvidarte, a buscar su autonomía.
¡Padre, no te canses de buscarme!
Crece en mis alumnos, tus alumnos, Padre.
Creo que Tú les hablas, que Tú les enseñas
y que Tú haces y harás maravillas en sus caminos.
Creo en mis compañeros de misión,
los profesores del Colegio y las catequistas.
Creo que Tú actúas en la debilidad y en su esfuerzo.
Creo que papá está en el cielo;
creo que intercede por su familia
para llegar un día a la meta que nos tienes prometida:
una vida eterna contigo.
Creo que mamá se llenará de esperanza
y que mis hermanos te seguirán y te amarán.
Creo que soy frágil, pecador, calculador
y que caigo en tentación,
que busco mi bienestar y no el tuyo y el de mis hermanos.
Pero creo, Padre, en tu Espíritu que me guía
y que me hará guardar este tesoro con alegría y fidelidad.
Creo en mi hermano David;
creo que es un instrumento tuyo
para darme fuerza en mi cobardía y debilidad.
Creo que me amas, Padre, y te doy las gracias,
pues quiero amarte