En este artículo, Antonio Carrón reflexiona sobre la memoria de Dios, a veces corta para recordar todo lo malo que hace el hombre y que continúa junto a nosotros pese a los fallos.
Solemos hablar de tener buena o mala memoria. Distinguimos entre memoria fotográfica, memoria selectiva, memoria a corto o largo plazo, memoria RAM, ROM o caché si nos referimos a terminología informática. El dicho nos recuerda que los elefantes tienen buena memoria y que los que salen peor parados, en cuanto a peces, son los peces (que se lo pregunten a ‘Dory’, la amiga de Nemo). Hoy día -especialmente para los enmarcados como ‘Millennials’- puede llegar a considerarse una catástrofe el quedarse sin memoria en el teléfono. Y, paradójicamente, uno de los grandes temores del ser humano a lo largo de la historia ha sido que nadie se acordara de ellos, el olvido. Recordemos, por ejemplo, la trama de la película “Coco”, en la que entre ser recordado o ser olvidado por los seres queridos existía un gran abismo. Según el diccionario de la RAE, la memoria, en su primera acepción, es la facultad psíquica por medio de la cual se retiene y recuerda el pasado. Ahora bien, todos estas consideraciones ¿podrían aplicarse también a Dios?
Tanto en el AT como en el NT hay referencias a la memoria de Dios con un doble sentido, como dando a entender que Dios nunca olvida unas cosas, pero sí deja pasar otras. Veamos algunos ejemplos: «Pero soy yo, sólo yo, el que borro tus crímenes por consideración a mí, y ya no me acordaré de tus pecados» (Is 43,25). «Porque yo perdonaré sus iniquidades y no me acordaré más de sus pecados»» (Hb 8,12 citando Jr 31,34) «Esta es la Alianza que haré con ellos después de aquellos días, dice el Señor: Yo pondré mis leyes en su corazón y las grabaré en su conciencia, y no me acordaré más de sus pecados ni de sus iniquidades» (Hb 10,16-17). «¿Qué dios es como tú, que perdonas la falta y pasas por alto la rebeldía del resto de tu herencia? El no mantiene su ira para siempre, porque ama la fidelidad. El volverá a compadecerse de nosotros y pisoteará nuestras faltas. Tú arrojarás en lo más profundo del mar todos nuestros pecados. Manifestarás tu lealtad a Jacob y tu fidelidad a Abraham, como juraste a nuestros padres desde los tiempos remotos» (Miq 7,17-20). «Dios escuchó sus gemidos y se acordó de su alianza con Abraham, Isaac y Jacob.» (Ex 2,24). «¿Se olvida una madre de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas? ¡Pero aunque ella se olvide, yo no te olvidaré!» (Is 49,15). «Porque Dios no es injusto para olvidarse de lo que habéis hecho y del amor que tenéis por su Nombre, ese amor demostrado en el servicio que habéis prestado y seguís prestando a los santos» (Is 6,10). «Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino». El le respondió: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23,42-43). Son sólo algunas referencias, de las muchas que se podrían rescatar, que reflejan dos hechos significativos: en primer lugar, Dios olvida los pecados de los cuales nos arrepentimos. Es algo que podemos conectar estrechamente con el profundo sentido del Sacramento de la Reconciliación, pues la voluntad de Dios es pasar página, perdonar, pero nosotros, tantas veces, no somos capaces por nosotros mismos y necesitamos ayuda. El segundo hecho manifiesta que Dios, como Padre, recuerda sus promesas y, a pesar de la infidelidad de sus hijos, Él permanece fiel. «Cuanto dista el oriente del occidente, así aparta de nosotros nuestros pecados. Como un padre cariñoso con sus hijos, así es cariñoso el Señor con sus fieles; él conoce de qué estamos hechos, sabe muy bien que no somos más que polvo» (Sal 103, 12-14). Dios comprende bien esta situación y sabe muy bien que el perdón es la única salida. El problema está en que, para nosotros, perdonar, arrepentirse, ‘olvidar’, relativizar (darle a las cosas su verdadera importancia) es, a veces, complicado, y por ello no podemos pasar página.
Esta memoria inusual, “caprichosa” de Dios tiene su lógica porque Él vive en el presente, no en el pasado, aunque es fiel desde el principio. Dios no ama a sus hijos por igual sino a cada uno de forma exclusiva y personal. Así es el Dios de inusual memoria hecho hombre que Jesucristo ha manifestado, así es el Dios Amor que estamos llamados a proclamar y hacer presente en medio del mundo.