El agustino recoleto Lucilo Echazarreta habla en este artículo del concepto agustiniano ‘hormiga de Dios’ para referirse al cristiano.
Un amigo que ha leído mi anterior colaboración en esta ventana virtual, al hilo de lo que expresé diciendo que la mejor universidad católica es la cátedra de la liturgia, me ha escrito con tono jocoso preguntando qué titulación académica otorga esa “prestigiosa” universidad.
Respondo a la interrogación retórica –no irónica- de mi amigo: el título otorgado a estas personas es el de “hormiga de Dios”. En efecto, san Agustín daba amablemente este título a las personas que mañana y tarde acudían al altar del Señor para participar de las dos celebraciones litúrgicas en la Basilica Pacis de Hipona, enriqueciéndose así con los sermones del obispo y haciendo acopio de sabiduría cristiana, al igual que la hormiga recoge cada día sus granitos de trigo y va acumulando provisiones en su granero para cuando llegue el invierno. Este es el documento en que el Santo catedrático de Hipona otorga el noble título académico: “Observa a la hormiga de Dios. Aparece todos los días, se dirige al templo del Señor, ora, oye la lectura, canta los himnos, medita lo que oyó, recapacita en su interior y esconde en su corazón los granos que recogió en la era” (Enarraciones sobre los salmos, 66,3).
Podríamos recomponer la escena de modo cinematográfico. Hace una ahora que ha amanecido, es la hora de la liturgia matinal, Agustín y sus monjes están preparados para la celebración y las puertas de la Basílica abiertas. Van acercándose las gentes, humildes, con aspecto sencillo, van entrando al templo, las mismas de ayer, acuden sedientas a las fuentes de agua viva, se quedan de pie lo más cerca posible del estrado, traen el deseo de llenarse de las verdades de la Palabra con las dulces explicaciones que el obispo les administra como pan reciente, y vienen sobre todo hambrientas del sacrificio del altar. Precisamente en estos días a los católicos se les ha negado el pan en las panaderías, manufactura que monopolizan los sectarios donatistas. Agustín conoce esta feligresía, la saluda con afecto, le habla con calma, la llena de fortaleza para que vivan la jornada cristiana. Hoy se va a detener en su mayor delicia: la explicación del salmo, para lo cual ha preparado un símil que, sin duda, va a ser fácilmente comprendido por sus oyentes: la hormiga.
Al utilizar el símil de la hormiga, Agustín declara que estas personas son las que van a poder soportar las dificultades cuando el tiempo sea recio; son aquellos cristianos que en el duro invierno, cuando viene “el frío de la tristeza”, van a tener provisiones de fe cristiana para sobrellevar la tribulación. Es sabia la persona que ha interiorizado los granos de fe para tener reservas de vida en tiempos de invierno. Agustín se admiraba de estas hormigas de Dios insignificantes que, sin embargo, tenían suplemento de alma para tiempos de desánimo: “Cuando esta hormiga recogía los granos durante el verano, todos la veían; cuando se alimenta de ellos en el invierno, nadie la ve”.
En efecto, personas sabias son las que, con sencillez de corazón, siguen el “curso académico” del año litúrgico en escucha de la cátedra de la palabra y en acercamiento a la mesa del pan vivo. Estas son las “hormigas” –y cuántas tenemos en nuestro entorno eclesial- que en momentos de angustia sonríen seguras y en épocas turbulentas viven felices. ¡Viven felices! ¡Esa es la cuestión! Precisamente la felicidad es el sello distintivo de esta universidad católica verdadera, porque ya san Agustín advirtió que la Filosofía es inválida si no conduce a la felicidad. En nuestros tiempos de pensamiento líquido nos sigue diciendo que la mejor universidad es aquella que nos conduce a la plenitud y a la felicidad.
Querido amigo que me preguntabas. Es un honor grande reconocer a tantos cristianos anónimos su honroso título de “Hormiga de Dios”. Han logrado, suma cum laude, la titulación universitaria más verdadera. Mis reconocimientos.