Una palabra amiga

Cristo nos salva

El arzobispo agustino recoleto de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán (Guatemala), Mons. Mario Alberto Molina, reflexiona sobre la Palabra de Dios de este domingo 8 de marzo.

Cristo Jesús destruyó la muerte y ha hecho brillar la luz de la vida y de la inmortalidad por medio del Evangelio. Con estas palabras concluía la segunda lectura de hoy. Estas son las palabras que resumen el tema que la Iglesia nos propone hoy para nuestra reflexión. El domingo pasado también se nos propuso este tema, pero la atención estaba centrada en Jesús vencedor de Satanás en las pruebas a las que el Espíritu lo sometió. En la victoria de Jesús sobre el mal veíamos nuestra propia victoria cuando nos vemos implicados en acciones que nos destruyen y destruyen a los demás. Hoy la Iglesia nos propone la imagen complementaria de Jesús: el triunfador sobre el otro gran enemigo del hombre, la muerte. Jesús vence su muerte con su resurrección. Jesús el Hijo de Dios hecho hombre supera la muerte que le es propia a causa de su humanidad como la nuestra. Pero gracias a su condición humana como la nuestra y a nuestra comunión con él por la fe y los sacramentos, nosotros podemos participar en su victoria sobre la muerte y gozar desde ahora en la esperanza de nuestra propia resurrección en Cristo y con Cristo.

Con frecuencia decimos que Cristo nos salva, que él es nuestro salvador. Pero mucha gente no tiene claro de qué nos salva. Muchos peligros y necesidades nos amenazan. Algunas de esas necesidades son bien visibles y evidentes: la pobreza, la enfermedad, la falta de vivienda y oportunidades. Necesitamos educación, trabajo, justicia, paz. Y la lista se puede volver interminable. Nos fijamos que Jesús curó enfermos y decimos: esa es la salvación que Jesús nos trajo: la curación de las enfermedades. Y de verdad, quien se ve afligido de una enfermedad grave, como el cáncer, si se cura y cuando se cura dice: “me salvé”. Y entonces esperamos que milagrosamente nos libere del cáncer y la diabetes, del coronavirus y de la cirrosis. Pero ¿hizo falta que Jesús muriera en la cruz para curar milagrosamente enfermedades? Y si esa es su misión, en realidad lo ha hecho muy mal, pues de los millones de enfermos que hay en el mundo, solo unos pocos se curan milagrosamente y muy raramente. La mayor parte de las veces nos curamos con procedimientos médicos. Está en nuestras manos encontrar la curación y apoyarnos unos a otros en la enfermedad.

Otros dirán, no Jesús vino a traer la vida en plenitud. Lo dijo en el capítulo 10 de san Juan: He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia. Entonces dicen que Jesús vino a procurar la promoción humana; la vida plena de la que habla Jesús, dicen, es una vida en la que hay alimento y salud, vivienda y vestido, educación y trabajo, justicia e igualdad social. Entonces hay que empeñarse en el evangelio social, que traerá el desarrollo de las personas y de la sociedad. Pero, cuando Jesús dijo que vino a traer vida y en abundancia ¿estaba realmente pensando en el desarrollo temporal y social de las personas y las comunidades? La vocación del político consiste precisamente en trabajar para crear las condiciones para que las personas, las familias y las comunidades tengan oportunidades, alcances condiciones de vida dignas. El amor que Dios nos tiene y el amor que Jesús mostró a la humanidad nos hace pensar que dedicarse a lograr ese objetivo es una de las tareas más nobles con las que nos podemos servir unos a otros. Pero, ¿es esa la vida plena en la que estaba pensando Jesús? Pienso que no. Cuando Jesús dijo que vino para que tengamos vida y la tengamos en abundancia estaba pensando principalmente en que pudiéramos participar de la vida de Dios, de la vida eterna. Cuando Jesús, en el evangelio de san Juan habla de “vida”, está pensando en Dios que es la vida misma, y su voluntad de compartirla con nosotros, en Cristo. Por supuesto, que el empeño político de lograr una sociedad incluyente y de oportunidades es una tarea noble, y es el trabajo sobre todo de los laicos, principalmente de los laicos católicos con vocación política. Pero la misión de Jesús incluso se distorsiona si pensamos que esa dimensión es lo principal de su mensaje y que lo de la vida eterna es “por añadidura”. Más bien las cosas son al revés: la oferta de vida eterna es lo principal de la misión de Jesús y de la Iglesia y el empeño político de los laicos es la consecuencia temporal de esa esperanza.

La necesidad humana que está fuera de nuestras posibilidades de solución es la muerte. De allí la afirmación tan clara de Pablo en la segunda lectura. Cristo Jesús destruyó la muerte y ha hecho brillar la luz de la vida y de la inmortalidad por medio del Evangelio. Y Jesús salva de la muerte superándola no escatimándola. La escena de la transfiguración es una representación visible o más bien una narración ilustrativa de la resurrección. La transformación que sufre el cuerpo mortal de Jesús, la luminosidad que irradia, la blancura con la que fulgura es la forma sensible de la gloria divina en su cuerpo humano. Curiosamente ninguno de los relatos de la resurrección nos presenta a Jesús “glorioso”. Más bien los relatos de la resurrección lo presentan como otro hombre cualquiera, aunque atraviesa paredes y desaparece. En la escena de la transfiguración los apóstoles y nosotros tenemos un testimonio visible y narrable de una representación de la vida del hombre Jesús tras su muerte. Con él y en él, nosotros los creyentes, podremos participar de esa victoria. El deseo de Pedro de construir tres chozas no estuvo equivocado. Es el deseo que surge del corazón humano, pero fue inoportuno. Todavía Pedro y los apóstoles no podían quedarse para participar con Cristo en la gloria de la vida eterna. Cristo todavía debía morir en la cruz y resucitar. La transfiguración fue solo un atisbo fugaz hacia el futuro. Tras su muerte la transfiguración se convirtió en estado permanente, que él puede compartir con quienes creemos en él.

La lectura de este texto en este segundo domingo de cuaresma es una invitación a poner nuestros ojos en Jesús y contemplar en él el futuro que nos aguarda. Así como Abraham salió de su tierra hacia un país desconocido fiado de la promesa de Dios, así nosotros caminamos por esta vida, no hacia un país desconocido, sino a una vida de gloria, que hemos atisbado en Cristo y que sabemos que Cristo quiere compartir con nosotros. Cristo ha vencido su propia muerte y ha resucitado. Por el don de su Espíritu él comparte su victoria para vencer en nosotros nuestra muerte. Esa es nuestra alegría y nuestra esperanza. Esa es la salvación que solo Dios nos puede dar en Cristo.

Mons. Mario Alberto Molina OAR
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán (Guatemala)

X