La autora trata en este artículo la importancia de la vida y de acompañar, como católicos, a todas las personas sin excepción, especialmente en esta crisis generada por el coronavirus.
Estamos viviendo un momento crucial en la historia de la humanidad, desde enero los medios de comunicación nos vienen hablando de una enfermedad altamente contagiosa que en tres meses se expandió por prácticamente todo el mundo, poniendo en riesgo de muerte a personas adultas mayores y personas con enfermedades crónicas, todos sabemos su nombre: “COVID-19 o Coronavirus”.
Se habla de repercusiones sanitarias, sociales, políticas y económicas, hemos visto cómo los países han cerrado sus fronteras, los servicios de salud se han abocado a la atención de estas personas, investigadores corren por buscar curas a esta enfermedad, autoridades gubernamentales buscan como reducir efectos económicos y laborales ante la magnitud de esta pandemia y a nivel social se nos pide que nos resguardemos en nuestras casas todo el tiempo posible, poco a poco centros educativos, de recreo y hasta religiosos han tenido que restringir e incluso cerrar sus puertas.
Se nos presenta un panorama que tal vez la mayoría no hemos visto antes y puede que nuestro temor se dispare y empecemos a ver la situación con miedo, un sentimiento propio de todo ser humano y es el que nos lleva a buscar resguardarnos si vemos el miedo de una forma racional, pero que para algunas personas puede llegar a ser irracional y afectar su calidad de vida.
La pregunta es: ¿De qué manera estamos llamados a la vocación de la vida en medio del caos? La respuesta más sencilla la podemos encontrar en una frase que se repite 365 veces en la Biblia, aquella promesa de Dios que dice: “No temas”. No debemos caer en pánico ni en miedos irracionales, al contrario, debemos volcar toda nuestra fe en Dios, en Su amor y Su misericordia.
En el contexto actual, donde estamos expuestos a la sobreinformación, la fe es importante y desde ella podemos ser fuente de vida para otras personas. En primera instancia, desde el plano humano, es transmitir e insistir en el cumplimiento de las medidas sanitarias que las autoridades nos indican, promover en nuestro entorno que se haga caso a las recomendaciones de los expertos para reducir la propagación del virus. Desde el plano espiritual, es compartir la Palabra de Dios y aquellas reflexiones espirituales que puedan contribuir a fortalecer la fe y la esperanza, en momentos que tal vez algunas personas puedan sentir dudas o rechazo hacia Dios.
Brindar acompañamiento a aquellas personas que lo requieran, recordemos que no todas las personas enfrentamos una situación de esta magnitud de la misma manera, y hay quienes en estos momentos sufren de excesivo temor o excesiva calma, por lo que si alguien cercano a nosotros lo requiere podemos brindar espacios de escucha a través de medios tecnológicos o con las medidas de seguridad establecidas.
Propiciar espacios de encuentro y unión, en este sentido, la tecnología es nuestra principal aliada a través de transmisiones en vivo o conformación de grupos en redes sociales que promuevan la reflexión espiritual. Ser mensajeros del valor de la vida en todas sus manifestaciones, porque el COVID-19 nos ha lanzado en una campaña de defensa de la vida, principalmente de las personas adultas mayores y aquellas que por alguna condición de salud crónica son más vulnerables, pero día a día nos enfrentamos a dilemas éticos respecto a la vida de quienes aún están en el vientre materno o de quienes presentan alguna enfermedad terminal o degenerativa, y vemos como salida acabar con su sufrimiento de la manera más rápida.
Y finalmente, reflexionar que lo que hace valiosa nuestra vida es disfrutarla en plenitud con nuestros seres queridos, y que el mundo actual nos ha individualizado, nos ha sumido en el consumismo y en excesos innecesarios, olvidándonos que lo importante no es lo que se tiene, sino lo que se vive y se comparte.
Hoy estamos prácticamente obligados a no besar ni abrazar a nuestros hijos, a nuestros padres, a nuestras parejas, a nuestros familiares y a los amigos, y en un momento en el que tal vez estas muestras de afecto podrían dar un poco de paz. Hoy esta enfermedad nos ha metido en nuestras casas y nos ha dicho: el trabajo, el estudio, la diversión y las compras innecesarias pueden esperar, nuestra salud y nuestros seres queridos no.
Hoy el mundo respira, el aire y las aguas se ven más limpios, hoy el medio ambiente nos dice que es sano moderar nuestras actividades diarias. Hoy entendemos que la vida nuestra o la de nuestros seres queridos es importante, por eso buscamos hacerle frente a un virus altamente contagioso.
El reto ante esta situación, es que, pasada la crisis, valoremos la vida nuestra y de nuestro prójimo tal y como lo estamos haciendo, ya no ante un virus, sino ante el egoísmo, las ideologías radicales, las salidas fáciles y hasta nuestras propias prioridades. Seamos mensajeros de vida también después de esta crisis, porque más adelante no será el coronavirus, serán otros desafíos colectivos e individuales los que vivamos, pero ante ellos debemos seguir poniendo la vida por encima de todo y que lo significativo en la vida es el amor, rodearnos de nuestros seres queridos y en la fortaleza de nuestra fe, para afrontar los momentos difíciles en paz, solidaridad y esperanza.
La vida es el don más grande que Dios nos da por eso debemos cuidarla y compartirla con los demás.
Catalina Berrocal
Ciudad de los Niños – Costa Rica