Las agustinas recoletas contemplativas no han cambiado su día a día por el coronavirus pues permanecer en casa es su modo de vida, aunque desde la clausura viven con preocupación la situación.
Aunque para miles de personas la vida ha cambiado a consecuencia de las medidas de prevención contra el COVID-19, la pandemia no ha trastocado apenas el día a día de las monjas agustinas recoletas contemplativas, para quienes permanecer en casa es su modo de vida. Las religiosas eligieron por vocación vivir ‘confinadas’ en un convento. Por eso, la cuarentena por el coronavirus no ha supuesto ninguna dificultad. “La cuestión del confinamiento para nosotras ni se nota”, dice entre risas la hermana Alicia Correa. Desde el convento de la Magdalena, en Granada (España), asegura que viven la difícil situación “desde una actitud de fe y esperanza”.
Su día a día transcurre íntegramente en el convento, salvo las veces que necesitan ir al médico o a comprar. Nadie les obligó a entrar ni a permanecer; ellas mismas tomaron la decisión libremente, convencidas de que lo que Dios quería en su vida era la vida contemplativa. “No estamos encerradas por obligación, sino que es el modo de vida que hemos elegido por amor a Jesucristo”, aclara Alicia.
“Nos duele el mundo”
La hermana Rosa María Mora, superiora de la federación de Monjas Agustinas Recoletas de México, entiende que no toda la gente entienda su decisión: “Quizás mi entrega a Dios a través de esta vocación contemplativa no tiene sentido a los ojos del mundo, pero tiene una gran riqueza que me permite hacerme presente espiritualmente en todas partes de mi querida Iglesia”. No están alejadas del mundo, sino que su su vida “acerca más a las realidades del mundo”. “Entras a la celda de tu corazón y hablas desde ahí con tu Dios de los problemas de los hombres”, explica la superiora
Por eso, esta crisis no está pasando desapercibida para ellas. “Nos duele el mundo”, asevera la hermana Alicia. En México, las monjas han seguido por las redes sociales el terrible avance de la pandemia. “Estamos profundamente preocupadas por los niveles alarmantes de contagio y de su severidad”. Ahora más que nunca han intensificado su oración incesante por los enfermos, los fallecidos y el personal que trabaja para paliar el coronavirus.
Su vida actual no difiere de la que llevaban hace unos meses, cuando nadie sabía nada del COVID-19. Solo se han visto afectadas en la atención espiritual de los frailes, que ahora no pueden acudir al convento. Por ello no pueden celebrar la eucaristía, aunque algunas sí la siguen por los medios digitales.
¿La calle? No
Muchas personas que ahora se han visto obligadas a estar en casa echan en falta la calle. Al preguntarle si a ellas también les pasa, las monjas responden convencidas: no. “La clausura es un medio que hemos escogido libremente para que haya las menos interferencias posibles para vivir con Dios y llevar a Dios”, explica la hermana Alicia.
“Jesucristo es la única razón para permanecer en el convento”. Por Él entraron en el convento y por Él continúan. “Nos hace permanecer el amor a Dios y a la humanidad -explica Alicia-, porque nos hemos sentido elegidas para dejar lo del mundo y dedicarnos solo a Dios”.
Además, tampoco se aburren. Desde que empiezan el día antes de que amanezca hasta que se marchan a descansar, realizan numerosas actividades -desde la oración hasta el trabajo-. “Nuestro horario está también estructurado que no te da tiempo para extrañar la calle y la vida fuera del convento”, afirma Rosa María Mora. Durante este tiempo, el trabajo ha consistido para algunas en la confección de mascarillas.
¿Y qué hacer ante el confinamiento? Las religiosas hablan: “Hacerse un horario, estructurarse el día pero sobre todo sacar un tiempo para orar y para encontrarse consigo mismo”. Algunas propuestas son actividades manuales, la lectura de un buen libro, el ejercicio físico, las películas de santos y con mensaje, o la comunicación con los familiares lejanos para motivarlos y animarlos. Todas coinciden en un ingrediente necesario: fe.