Durante la cuarentena por el COVID-19, decenas de personas de todo el mundo se han unido virtualmente para orar y compartir en un proyecto de las JAR de México.
A comienzos de marzo, una vez que el coronavirus se convirtió en una emergencia mundial, la familia agustiniana convocó una jornada de oración en todo el mundo por el fin de la pandemia. Entonces, Héber Hermosillo, responsable de las JAR en México, pensó reunir a los jóvenes JAR a través de videoconferencia para rezar unidos. “Si mandábamos solamente los materiales no serviría de nada”, afirma. Al encuentro de oración virtual acudieron 13 jóvenes. La iniciativa continuó y se expandió. Hoy, decenas de personas de diferentes países se conectan diariamente -al anochecer en México- para unirse a este proyecto, rezar juntos y charlar unos minutos sobre temas de fe u otros asuntos.
Una de las sesiones de las últimas semanas llegó a reunir 120 usuarios de diferentes nacionalidades. Fue su mejor día. Aunque surgió como un espacio de encuentro y oración para jóvenes, a esta iniciativa se han sumado miembros de la Fraternidad Seglar Agustino Recoleta o de los CEAR. No hay edad ni límite. Solo se necesitan ganas de rezar y compartir con los demás, y un usuario en Zoom -la plataforma utilizada para la conexión-.
Después de la primera sesión, Edgar, un joven de las JAR de México, sugirió a Héber la posibilidad de continuar con las reuniones virtuales. Decidieron hacerlo diariamente. A las 13 personas se añadieron apenas dos o tres más. Tras compartir la iniciativa por grupos de mensajería, el número de internautas creció a 40 y después a 60. Los encuentros virtuales rompieron fronteras: a México se unieron Argentina y Venezuela. Se sumaron personas de Nueva York o Canadá. La expansión llegó hasta Filipinas y Kenia. De norte a sur y de este a oeste.
Religiosos de la comunidad de Tecamachalco, unidos al encuentro de oración virtual.
Originalmente se juntaban para rezar por el fin de la pandemia, aunque el proyecto se abrió. “Ya no se habla del COVID; empezamos pidiendo por el fin de la pandemia y ahora se reza por otras intenciones”, cuenta Héber. Habitualmente suelen rezar las vísperas, el rosario o la lectio divina, conectados con la capilla de la comunidad de la Parroquia Madre de Dios de Czestochowa, en Tecamachalco -Ciudad de México-, en la que se expone el Santísimo. La oración dura aproximadamente media hora. Tras recibir la bendición, dedican otra media hora a hablar de diferentes temas. Por ejemplo, en la solemnidad de Pentecostés, Héber lanzó una pregunta para reflexionar y compartir: ¿Qué dones le pedirías al Espíritu Santo?
Lo más destacado para su creador y coordinador es que “se rompieron barreras”. “Se ha creado una comunidad virtual: todos comparte de forma comunitaria, hay buen clima y se fortalecen los lazos”, explica Héber Hermosillo. Además de orar, todas las personas que participan en este proyecto han creado un grupo humano unido. Incluso el Prior general, el Cardenal José Luis Lacunza o Mons. Carlos Briseño han participado en alguna de las reuniones y ha compartido la fe con todos los integrantes.
El futuro del proyecto es incierto. La vida se comienza a reactivar y, como confiesa Héber, “se hace complicado hacerlo diariamente”. Ahora ha delegado la organización y por el momento el proyecto seguirá de lunes a viernes. “Hemos ayudado a muchas personas, es su vía de escape, su actividad del día”, indica. Por ello estudian cambiar el enfoque. Ya han comenzado a coordinarlo un país diferente cada día.
“Hasta que se pueda y la gente quiera, seguiremos”, confirma su coordinador. Mientras dure, las reuniones virtuales continuarán siendo espacios de comunión en la red.