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La Palabra fructifica en la Iglesia

El arzobispo agustino recoleto de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán (Guatemala), Mons. Mario Alberto Molina, reflexiona sobre la Palabra de Dios de este domingo 12 de julio.

Hoy hemos proclamado y escuchado un pasaje evangélico excepcionalmente largo. Se trata de una enseñanza de Jesús sobre el Reino de Dios, por medio de parábolas. Jesús sale de la casa donde se hospedaba en Cafarnaúm y se dirige a la orilla del mar de Galilea. Pero es tanta la gente que se congrega a su alrededor para escucharlo, que decide subirse a una barca para hablar desde allí a la gente que permanece al borde del lago, quizá sobre un muelle o sobre una muralla. El fragmento que hemos escuchado hoy consta de una parábola, una enseñanza en privado a los discípulos sobre el propósito de las parábolas y finalmente una explicación también a los discípulos del significado de la parábola.

Jesús inicia abruptamente su enseñanza contando la historia de un sembrador que siembra su campo. La conducta de este sembrador es enigmática, insólita, y por eso hay múltiples de explicaciones para tratar de entender sus acciones. ¿Qué es lo que tiene de raro este sembrador? Que no parece cuidar su semilla. Cuando sale a sembrar una parte de la semilla cae sobre el camino, otra cae en medio de un pedregal, otra cae entre malezas y, sí, también hay semilla que cae en tierra buena. Las discusiones giran en torno a cosas que Jesús no explicó: si el sembrador es un despistado que no se da cuenta de lo que hace; si es tan rico que malgasta la semilla valiosa; si actuó así a propósito y entonces con qué fin. Se preguntan también si el camino estaba a la orilla del campo o lo atravesaba; si el sembrador no había preparado el campo que todavía había áreas pedregosas o matorrales. Tampoco sabemos si en cada clase de terreno cayó una cuarta parte de la semilla o la mayor parte cayó en tierra buena y solo algún poco cayó en los otros terrenos malos. Jesús no responde a ninguna de estas preguntas. Solo nos dice que un sembrador salió a sembrar y que su semilla no cayó toda en tierra buena sino también en tierra mala: la que cayó en el camino endurecido acabó como alimento de los pájaros; la que cayó en el pedregal, germinó, sí, pero por falta de raíz se secó; la que cayó en el matorral, sí, también germinó, pero la maleza la ahogó y se murió. Finalmente, la que cayó en tierra buena germinó y creció, pero el rendimiento tampoco fue parejo. Algunas se volvieron espigas con 100 granos, otras se volvieron espigas con 60 granos y otras fueron espigas con apenas 30 granos de trigo. El que tenga oídos, que oiga. Sí, pero ¿qué tenemos que sacar de todo esto?

Y aquí viene la primera interrupción. Los discípulos se acercan a Jesús para preguntarle ¿por qué les hablas en parábolas? ¿Tampoco ellos entendieron? La respuesta de Jesús no puede ser más desconcertante: Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven y oyendo no oyen ni entienden. A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los cielos, pero a ellos no. Jesús hace una distinción muy drástica entre sus discípulos y el pueblo en general. Aquellos entienden, estos no. No entienden porque no quieren entender. Entender significa convertirse, entender significa creer y seguir a Jesús, entender significa hacerse parte del Reino de los cielos, conocer sus misterios por la comunión con Dios. Esta sentencia de Jesús manifiesta su conocimiento de que, aunque haya multitudes que lo sigan y quieran escucharlo, solo unos pocos estarán dispuestos a convertirse. Había entonces muchos, como hay hoy, que escuchan prédicas como entretenimiento, porque el predicador cautiva con su palabra. ¡Qué bonito habló! Pero no se dejan convertir para cambiar. En cambio, los discípulos reciben un elogio: Dichosos ustedes, porque sus ojos ven y sus oídos oyen. Yo les aseguro que muchos profetas y muchos justos desearon ver lo que ustedes ven y no lo vieron y oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron. Escuchar el evangelio y convertirse a Jesús es el anhelo de muchos que vivieron antes de Jesús o que viven todavía hoy en países y naciones a donde el anuncio todavía no ha llegado. Nosotros en cambio hemos escuchado esta palabra de salvación desde que éramos niños. ¿Sabemos apreciarla? ¿Se nos aplica con autenticidad la bienaventuranza?

Entonces inicia Jesús la explicación de la parábola. La semilla es la Palabra del reino. De allí deducimos que el sembrador es el mismo Jesús. La parábola explica el drama de su misión. Él sabe que su predicación será acogida con actitudes muy diversas. Habrá gente que ni siquiera querrá escuchar lo que él dice; rechazan de antemano el discurso sobre Dios y su reino. Son como la semilla que cae en el camino empedernido; cae y se la comen los pájaros. Hay otra gente que escuchará con agrado la predicación, incluso tomará resoluciones de cambio de vida, de seguir a Jesús, pero no tienen perseverancia. Unos porque no tienen la templanza, la reciedumbre de carácter para hacer frente a las adversidades, a las persecuciones, a las burlas que vendrán por seguir a Jesús. Estos son como el pedregal, en el que cae la semilla, germina, pero se seca. Otros no perseveran por otros motivos: son prisioneros de sus vicios y pecados, de las seducciones de la riqueza, de la vida cómoda. Son como el matorral en el que la semilla cae y aunque también germina, acaba ahogándose. Estas son las tres categorías de personas y las tres causas por las que Jesús cree que su siembra fracasa. Pero están las personas como los discípulos, que acogen la palabra de Jesús. Se parecen a la tierra buena en la que la semilla cae y da fruto. Pero ¡sorpresa!, aquí también hay diferencias. La semilla fructifica con diversa abundancia. Entre los seguidores de Jesús hay diferencias tanto de vocaciones como de santidad. Hay quienes en la iglesia desempeñan tareas de gran importancia e influencia, otros que tienen vocaciones más modestas; hay quienes descuellan por la santidad y otros, aunque quizá tengan una misión importante, no son tan santos como los más humildes y sencillos. La Palabra fructifica en la Iglesia con diversidad de vocaciones y variedad de dones.

¿Y el despilfarro de la semilla? Creo que representa el despilfarro de la gracia de Dios. La predicación del Evangelio es para que todos la escuchen. Ni Jesús ni la Iglesia predica y anuncia la gracia solo a los buenos. La gracia es para todos, porque a diferencia de la semilla real, el Evangelio tiene poder de transformar el terreno empedernido, pedregoso o espinoso en tierra buena que dé fruto. Si no esta vez, quizá la próxima. Y la tierra buena de hoy, también se puede volver matorral y pedregal. Vigilemos pues y perseveremos para dar fruto abundante en el Reino de Dios.

Mons. Mario Alberto Molina OAR
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán (Guatemala)

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