El arzobispo agustino recoleto de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán (Guatemala), Mons. Mario Alberto Molina, reflexiona sobre la Palabra de Dios de este domingo 2 de agosto.
El milagro de la multiplicación de los panes y los peces tuvo tanta importancia para la iglesia de los orígenes, que no solo se transmitieron diversas versiones del mismo acontecimiento, sino que algunos pensaron que las diversas versiones eran una señal de que Jesús había realizado el milagro al menos dos veces. Los evangelistas Mateo y Marcos cuentan el milagro dos veces. En cambio, Lucas y Juan lo narran solo una vez. Tenemos, pues, seis versiones del mismo portento.
El relato de hoy consta de tres partes. En la primera se nos cuenta que Jesús decidió retirarse cuando supo que Juan el Bautista había sido ejecutado por Herodes. Otros evangelistas dan otras motivaciones; Jesús se retira a descansar con sus discípulos cuando estos regresaron de una gira misionera a la que Jesús los había enviado. Sea cual fuere la razón, Jesús se desplaza a un lugar apartado navegando por el lago. Pero la gente intuye hacia dónde se dirige Jesús, y de los pueblos vecinos salen a pie, de modo que cuando Jesús desembarca ya está reunido el gentío. Cómo hizo la gente para llegar a pie antes que Jesús en barco es una pregunta sin respuesta. Jesús se compadece de ver a los enfermos que había llegado también, y los cura.
Esta primera parte del pasaje tiene sentido en sí misma. La gente busca a Jesús y está dispuesta a llegar hasta lugares distantes y retirados con tal de recibir de él la salud que ofrece. Jesús mismo se muestra como el salvador compasivo, que se conmueve no solo ante la necesidad del prójimo, sino ante la fe que la gente tiene puesta en él como el Mesías que da la salud. La enfermedad es un anticipo de la muerte en nuestra vida. Jesús, quien ha traído la victoria sobre la muerte por su resurrección, da salud a los enfermos como promesa de su victoria final sobre la muerte.
La segunda parte del relato aborda un nuevo aspecto. Los discípulos se acercan a Jesús para manifestarle su preocupación por otra necesidad humana: la gente debe tener hambre. Ya se hace tarde y es necesario que se provean de comida. Jesús debe despedirlos para que vayan a procurarse alimento. El lugar donde estaban no sería tan solitario si había cerca lugares de venta de comida. Quizá Jesús habría retirado a un lugar distante de Cafarnaúm, pero no de otras aldeas donde se podía conseguir comida. Pero Jesús hace a los discípulos una contrapropuesta: No hace falta que vayan. Denles ustedes de comer. Jesús había respondido a la amenaza de muerte en la enfermedad con el don de la salud corporal. Ahora los discípulos le hacían ver otra necesidad corporal, el hambre. Más allá del sentido físico, el hambre es expresión de la indigencia e insuficiencia humana. Simbólicamente es expresión de la necesidad de Dios, de sentido de vida y de plenitud. Por eso, cuando Jesús sugiere que sean los discípulos mismos los que den de comer, pone en evidencia la incapacidad humana para resolver esa necesidad. No solo carecen de los recursos suficientes para dar comida física a esa multitud. Pero también carecen de la capacidad de saciar el hambre de sentido y plenitud que padece también la multitud. Ellos solo cuentan con cinco panes y dos pescados. En las necesidades más profundas e importantes, los recursos humanos son insuficientes para dar una solución satisfactoria.
Pero Jesús sí puede hacer algo con lo poco que tienen los discípulos. Pide que le traigan esos cinco panes y dos pescados. Entramos así en la tercera parte del relato. A continuación, Jesús ordena que la gente se siente sobre el pasto del lugar. Entonces tomó los cinco panes y los dos pescados, y mirando al cielo, pronunció una bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos para que los distribuyeran a la gente. Los gestos de Jesús evocan en nuestra mente los gestos de Jesús en la última cena. Podemos suponer que Mateo quería que surgiera en nuestra mente esa evocación. También vienen a nuestra mente las palabras con las que el sacerdote inicia la consagración del pan y del vino en la celebración de la misa. Pero otro detalle del relato despierta nuestro asombro.
Todos comieron hasta saciarse, y con los pedazos que habían sobrado, se llenaron doce canastos. Los que comieron eran unos cinco mil hombres, sin contar a las mujeres y a los niños. Los exiguos recursos humanos en manos de Jesús se convirtieron en don abundante y gratuito para saciar no solo el hambre corporal, sino también el hambre de sentido y plenitud del corazón humano. El don gratuito de Dios alcanzó para todos, para la multitud, y aún sobró. Las sobras son el testimonio de la magnitud del don de Dios a los hombres. El relato de la multiplicación de los panes y los peces se convierte así en símbolo de la abundancia del don de Dios a través de Jesús.
Por eso, a este pasaje evangélico acompaña otro de Isaías que hemos escuchado en la primera lectura. Todos ustedes, los que tienen sed, vengan por agua; y los que no tienen dinero, vengan, tomen trigo y coman; tomen vino y leche sin pagar. Préstenme atención, vengan a mí, escúchenme y vivirán. La abundancia del don de Jesús en la multiplicación de los panes es símbolo tangible de la abundancia de su don de gracia y salvación. Alcanza para todos y aún para otros más. El don de Dios es siempre más grande que la indigencia humana. El hambre que no pueden calmar los recursos humanos, Dios la sacia con su gracia y con su don. Por eso hemos repetido en el salmo responsorial: Abres, Señor, tu mano y nos sacias de favores.
Y todos esos dones son expresión del amor de Dios por nosotros, amor gratuito y generoso del que habla san Pablo en la segunda lectura. Pablo se pregunta si hay alguna calamidad, alguna adversidad que nos separe del amor con que Cristo nos ama. ¿Las tribulaciones? ¿Las angustias? ¿La persecución? ¿El hambre? ¿La desnudez? ¿El peligro? ¿La espada? Y el mismo se responde que no. De todo esto salimos más que victoriosos, gracias a aquel que nos ha amado. Nada podrá apartarnos del amor que nos ha manifestado Dios en Cristo Jesús. También nosotros compartimos de esa abundancia en la eucaristía principalmente, pero en todas las obras en las que se manifiesta la abundancia del amor de Dios por nosotros.
Mons. Mario Alberto Molina OAR
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán (Guatemala)