El autor reflexiona sobra la respuesta que le dan las personas a los problemas y las crisis, y anima a buscarle un sentido positivo al día a día.
Cuando vemos algún informativo en televisión, internet o leemos un periódico, sorprende el número de noticias negativas frente a las positivas. Es cierto que lo cotidiano, la vida ordinaria no vende, y que nos llama mucho más la atención que un hombre muerda a un perro, no que un perro muerda a un hombre. Sin embargo, cuando salimos a la calle, cuando viajamos, cuando hablamos con unos o con otros sobre nuestro día, sobre lo vivido, aunque no le demos importancia por ser lo de siempre, lo de costumbre, si lo pensamos bien, es mucho más lo positivo que lo negativo. Tristemente, son muchos más los profetas de calamidades que los profetas de esperanza.
En la Iglesia también abundan estos profetas de calamidades. Y frente a ellos, las palabras de Juan XXIII en el discurso inaugural del Concilio Vaticano II, el 11 de octubre de 1962 siguen siendo actuales. Decía Juan XXIII que muchas personas, quizás con buena voluntad pero sin criterio ni cordura, no ven en los tiempos modernos más que prevaricación y ruina, como si no hubiesen aprendido del pasado que siempre es maestro de la vida. Él, personalmente, disiente de estos profetas de calamidades que siempre anuncian acontecimientos desgraciados y apocalípticos. Al contrario, cree que la Providencia divina nos lleva hacia un nuevo orden de relaciones humanas.
No cabe duda que, en la actualidad, vivimos muchos cambios, lo cual provoca continua crisis de todo tipo. Seguramente recordaremos este año 2020 por la crisis del Covid-19 y por todo lo negativo que estamos viviendo ahora y que viviremos por sus consecuencias. Pero no podemos olvidar que la pandemia actual es sólo una de las muchas crisis que vive nuestro mundo y que pueden haber quedado en la sombra: la corrupción y la violencia, los conflictos armados, relaciones políticas y sociales injustas, la trata de seres humanos, explotación salvaje de la tierra, la idolatría del dinero y el consumo. ¿No son todas estas crisis una llamada de atención que indica la necesidad de cambiar el orden mundial?
Ante todo ello, tenemos dos alternativas: o nos dejamos llevar por los abundantes profetas de calamidades que vaticinan de todo menos cosas positivas, o nos comprometemos a hacer una lectura positiva y constructiva de la actualidad en nuestro mundo. Toda crisis es una oportunidad de cambio, de mejora, de esperanza. Y para ello, el lenguaje, los mensajes que escuchamos nos influyen mucho. ¿Por qué no pasar del ‘sálvese quien pueda’ al ‘ ‘sólo hay futuro para mí si hay futuro para todos’? ¿Por qué no pasar del imperialismo del éxito a plantear el error, el fracaso como la mejor opción de aprendizaje? ¿Por qué no pasar del ‘todo está perdido’ a vivir el presente con pasión e ilusión, aprendiendo del pasado y con una perspectiva de futuro que ofrezca un sentido a nuestras vidas?
En una escena de la película ‘Kung Fu Panda’, la tortuga Oogway le dice a Po: “Estás demasiado preocupado por lo que ya sucedió y por lo que sucederá. Hay un dicho que dice: Ayer es historia, mañana es un misterio, pero el hoy es un regalo. Por eso se llama presente”. Nos faltan mucho más mensajes como éste, nuestro mundo está necesitado de personas que construyan y ofrezcan un sentido positivo.
Otro mundo es posible y necesario. No se trata de un optimismo ingenuo sino de la fe por la que creemos que toda la humanidad es conducida por el Espíritu de Dios. Juan XXIII continúa teniendo razón: no podemos dejarnos deslumbrar por los actuales profetas de calamidades. Esto nos paraliza y desanima. En medio de dolores de parto podemos esperar y trabajar por un nuevo nacimiento. Sobran profetas de calamidades. Apostemos por los profetas de esperanza.
Antonio Carrón OAR