Seguramente fue algo imperceptible para mucha gente, pero desde las 12:55 hasta las 13:30 del pasado 14 de diciembre, millones de personas han experimentado un pinchacito en el estómago al comprobar que Google se había caído. Buzones de e-mail, carpetas compartidas, imágenes, agendas, videoconferencias y hasta el mismísimo Youtube han desaparecido del mapa durante 35 minutos. Acostumbrados a un acceso a todo aquí y ahora, otorgando una casi infalibilidad a la todopoderosa nube, lo cierto es que, aun sabiendo de la existencia de copias de seguridad de nuestros datos, por un momento, a muchos se nos ha pasado por la cabeza una pregunta: ¿Y si ahora todo esto desapareciera qué pasaría? ¿Qué haríamos sin toda esa información perdida? ¿Cómo plantearíamos nuestro día a día sin contar con todo ello?
¿Será un percance como éste una llamada de atención? ¿Será que hasta lo que consideramos más seguro no lo es tanto? ¿Será que confiamos demasiado en la tecnología? ¿Será que tenemos, cada vez, más cerca alguno de esos escenarios distópicos de las series de culto?
En nuestro mundo hay mucha gente que dice no tener fe en Dios pero termina poniendo toda su confianza en otras cosas o personas que, como le pasó a Google, pueden fallarnos. Recuerdo una famosa foto de un cartel de una iglesia presbiteriana que decía: “Hay algunas cuestiones que no pueden ser respondidas por Google”. De alguna forma, todos necesitamos confiar en algo o alguien, encontrar respuestas y seguridades, bases sobre las que apoyarnos para lo bueno y, especialmente, para lo malo. Y, tristemente, sucede que las grandes preguntas sobre el sentido de nuestra vida nos surgen en los momentos de crisis, de conflicto, de pérdida, y buscamos respuestas donde, seguramente, no las vamos a encontrar.
El tiempo de Adviento es una oportunidad propicia para la reflexión, para el replanteamiento, la autocrítica, la revisión y la preparación para acoger la gran Novedad de Dios en nuestras vidas. Quizás porque vivimos con el piloto automático activado, quizás porque nos falta profundidad, quizás porque no hemos terminado de bucear en nuestro interior como debiéramos, no terminamos de percibir lo que, verdaderamente, supone la llegada de Jesús al mundo.
Se atribuye a Neil Armstrong la frase: “Lo asombroso no es que el hombre haya venido a caminar sobre la Luna, sino que Dios haya bajado a caminar sobre la tierra”. El tiempo de Adviento es un buen entrenamiento para ejercitar nuestra capacidad de asombro. Por cómo hemos orientado nuestras vidas puede que nos llame más la atención una caída de Google que la llegada del Dios con nosotros. No obstante, como solemos decir, todo momento de crisis es, también, una nueva oportunidad. Si una anécdota como la vivida el pasado 14 de diciembre nos ha servido para pensar un poco, bienvenida sea.
Antonio Carrón de la Torre, OAR