El autor reflexiona en este artículo sobre todo lo malo que ocurre en el mundo y el papel que tiene Dios en todo ello, en relación con el COVID-19.
En Perú hemos pasado la primera ola de la COVID-19, y ahora entramos en la segunda ola más dañina que la anterior por lo que el Gobierno ha decretado una nueva cuarentena hasta el 14 de febrero con el cierre de los templos, entre otras medidas. Y en Europa, Estados Unidos, Brasil, México las cosas no andan mejor. Ante tanto dolor y muerte que nos trae esta pandemia, enseguida surgen las preguntas y las dudas tanto para un hombre de fe y como para cualquier persona que piense un poco. Vamos a entrar en este asunto que no es simplemente un problema sino un verdadero misterio con el fin de aportar un poco de luz.
Si Dios es Padre bueno, que sólo desea nuestro bien, nuestra felicidad, ¿cómo se explican los odios, las injusticias, las guerras? o ¿la desgracia de contraer esta enfermedad de la pandemia y la muerte de muchos seres queridos? Esas preguntas no tienen fácil explicación. Para algunos la presencia del mal es la prueba evidente de que Dios no existe. Para otros, el mal expresa el sin sentido de la vida humana. Hay dos clases de males, uno es el mal moral, que es provocado por el mismo hombre, como son los asesinatos, los robos, el terrorismo, los que no tienen trabajo, los que carecen de alimentos… Los cristianos sabemos que Dios no tiene la culpa de este mal que hay en el mundo. La raíz profunda de la miseria humana no está en Dios, sino en el hombre mismo, que haciendo mal uso de la libertad que Dios le dio, por el pecado contamina y desfigura la tierra y mata las relaciones sociales.
Pero, además de estos males que son el resultado de la libertad del hombre, hay otras presencias del mal independientes de la libertad humana. Son todos esos desastres que descubrimos a nuestro alrededor: los terremotos, las inundaciones, la sequía, y desde hace casi un año la terrible pandemia. Estos son los males físicos en los que no ha intervenido la libertad del hombre. ¿Por qué Dios permite todas estas formas de mal? Aquí es que nos encontramos con el misterio imposible de entender.
La respuesta nos la ha dado Dios mismo enviando a su propio Hijo: “Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en El no perezca sino que tenga la vida eterna” (Jn, 3,16). Lo cual quiere decir que el primero que ha sufrido es el mismo Dios por nosotros. Junto con la Pasión de Cristo, todo sufrimiento humano se encuentra en una nueva situación. El Papa Juan Pablo II dijo: “En la cruz de Cristo no sólo se ha cumplido la redención mediante el sufrimiento, sino que el mismo sufrimiento humano ha quedado redimido” (Santo Domingo, n.12). En adelante ante el sufrimiento y la pobreza del hermano hemos de reconocer el rostro de Cristo.
Esta pandemia nos hace ver que nosotros no hemos de aumentar el mal y el dolor en el mundo, donde ya hay mucho sufrimiento y muerte, sino que nos compromete a dar una respuesta de solidaridad fraterna, como lo están dando los médicos, enfermeras, capellanes de hospitales, personal policial y militar, las religiosas y los sacerdotes que diariamente ofrecen la misa y oraciones por los enfermos, junto con numerosos laicos cristianos comprometidos que no cesan de orar todos los días por el fin de la pandemia. Esto son muestras de nuestro amor a Cristo sufriente con nuestra oración y con nuestras acciones solidarias de compartir sea a a través de las ollas comunales, las canastas de víveres, los balones de oxígeno. Así leemos esta buena noticia:”El Arzobispado de Piura colabora con 28 cilindros de oxigeno con 10 metros cúbicos de capacidad. Recibidos de la campaña Respira Perú.
Alguno se preguntará, ¿no podría Dios haber creado un mundo más perfecto en el que no haya tanto sufrimiento? Le respondo con lo que dice el Catecismo: “En su poder infinito, Dios podría siempre crear algo mejor. Sin embargo, en su sabiduría y bondad infinitas, Dios quiso libremente crear un mundo “en estado de vía” hacia su perfección última. Este devenir trae consigo en el designio de Dios, junto con la aparición de ciertos seres, la desaparición de otros; junto con lo más perfecto lo menos perfecto; junto con las construcción de la naturaleza también las destrucciones. Por tanto, con el bien físico existe también el mal físico, mientras la creación no haya alcanzado su perfección” (No. 310). Esta perfección total sólo se alcanzará con la Venida final del Hijo del Hombre.
Pero, entonces, ¿qué hacer ante este mal de la pandemia? Lo que ya se está haciendo. Los hombres de ciencia e investigación buscando la vacuna que nos proteja y defienda. Eso sí pero que la vacuna llegue para todos, no sólo a los países más ricos que acaparan casi todas las vacunas, porque eso no es justo y además, si no es tarde o temprano, ellos volverán a infectarse. Los médicos y sanitarios dando la batalla en primera fila, las fuerzas del orden, los centros de alimentos y en fin, cada uno en su puesto.
Un lugar también destacado es el de los consagrados y sacerdotes que podemos decir trabajamos en nuestro campo que es la oración ferviente al Señor y llevando consuelo porque estamos seguros que Dios sabe sacar del mal el bien, como lo dice San Agustín: Porque el Dios Todopoderoso…por ser soberanamente bueno, no permitiría jamás que en sus obras existiera algún mal, si El no fuera suficientemente poderoso y bueno para hacer surgir un bien del mismo mal” (Enchir.1,3 ). San Pablo lo había dicho antes: “Todo coopera al bien de los que aman a Dios” (Rm 8,28). Si no salimos mejorados de esta terrible pandemia sin duda habremos perdido una gran ocasión de aprender a vivir mejor, siendo menos egoístas y más solidarios. Porque recuerda que “Dios sabe escribir derecho con líneas torcidas”.
Ángel Herrán OAR