Acompañar en la enfermedad al hermano Carlos Castillo ayudó a los religiosos a crecer como personas y a encontrar a Dios en las fragilidades humanas.
Al menos tres veces en semana, los jóvenes religiosos de la Casa de Formación Nuestra Señora del Buen Consejo de Monachil (Granada) visitaban uno de los geriátricos de la ciudad del sur de España. De la mejor manera, se organizaban para estudiar y sacar tiempo para ir a la residencia donde se encontraba el hermano Carlos Castillo. El agustino recoleto sufrió en 2018 una rotura de cadera y, pensando en una mejor asistencia por su delicada situación, fue ingresado en un centro de atención para mayores. Hasta allí acudían semanalmente sus hermanos más jóvenes para acompañarle y transmitirle todo su cariño, que lo recibía con toda su ilusión.
Siempre trataba de contagiar esa ilusión a los demás. Cuenta Esteban Quiré, religioso en formación, que los días que iban a verle estaba durante toda la jornada inquieto e informando al resto de compañeros que los frailes irían a visitarle. Para muchos, acudir hasta la residencia podía suponer un inconveniente, por lo que debían realizar un esfuerzo grande, pero al llegar siempre era recompensado. El hermano Carlos les daba la bienvenida con una sonrisa. «No hubo ningún día en que nos recibiera triste; siempre nos preguntaba por el convento», apunta Fernando Ferreira, religioso ahora en Argentina. El objetivo era que siempre estuviera acompañado. «No queríamos que se sintiera excluido o abandonado», afirma Esteban.
Crecer junto a los enfermos
El ánimo de los religiosos que iban a visitarle se transmitía a Carlos, que ya de por sí tenía energía suficiente. Siempre tenía alguna anécdota que recordar y algún chiste que contar. Incluso hacía su propio autodiagnóstico: aunque su estado no era óptimo, repetía que podía estar peor. A Esteban Quiré le sorprendía escuchar la historia de su padre. Carlos Castillo era natural de Motril; su padre, que fue alcalde de la ciudad granadina, murió fusilado, al igual que los mártires agustinos recoletos, en la Guerra Civil española. Todas las visitas confluían en una frase recurrente del hermano: «Soy esclavo de la esclava: María».
Fernando Ferreira era uno de los pocos frailes que estaban en el convento cuando Carlos se rompió la cadera, a consecuencia de una caída. El joven estaba terminando la carrera y tuvo que compaginar la finalización de sus estudios con el cuidado del hermano. «Cuando le enviaron a una residencia me dolió, porque no entendía que sus últimos años no los pasara con su familia religiosa; pero al final entendí que era el lugar donde mejor cuidado estaría», explica. Las primeras semanas pasaban una hora con él a diario. Fernando asegura que, cuando iba a verle, no visitaba a un enfermo sino a su propio hermano. «Crecí mucho humanamente y como cristiano», porque descubrió que la vocación no es para sí sino para los demás, porque Dios se manifiesta a través de uno mismo.
«Ser Cristo» para los enfermos
En ese sentido, Esteban cree que acompañando al enfermo se puede ser «ese Cristo». Visitar a los enfermos debería ser, según él, una prioridad para todo cristiano. «Jesús nos invita a estar cerca de los que están más lejos», indica. Los enfermos, dice, están en su propia periferia, en su soledad. Estar junto al enfermo supone darse cuenta de las debilidades humanas. No es una empresa fácil, pero para Fernando Ferreira es «una relación íntima». «Ves la fragilidad humana». En esta relación entre el enfermo y el acompañante se descubre el lado más humano y tierno, aunque es el segundo el que más sale ganando. En esas situaciones es donde Dios se presenta de manera más clara.
Acompañar al hermano Carlos era, para los religiosos, un motivo de alegría. Experimentaban la felicidad de entregarse a los demás, del amor en su máxima expresión. Carlos Castillo, como muchos enfermos, cargaba con una historia a sus espaldas. «Ayudó a construir la historia de los Agustinos Recoletos desde su trabajo particular», opina Fernando. Tras su muerte en abril de 2020, muchas de las personas que compartieron la vida con Carlos dicen que llevan algo de él en sus vidas. Y es que su historia era anónima pero única.