Una palabra amiga

Trabajo, don de Dios

El autor reflexiona sobre el día del trabajo y su necesidad en la construcción de una sociedad justa y desarrollada.

El 1° de mayo, San José Obrero, festejamos en todo el mundo el Día del Trabajo, por tanto Día del Trabajador. El trabajo hay que verlo como un don de Dios y para realizarse la persona tiene que tener un buen trabajo dignamente remunerado. Así se evitarían muchos robos, atracos y secuestros. Pero desgraciadamente seis millones de peruanos por la pandemia se han quedado sin trabajo.

La Biblia, en Gén 1, 26; 2, 3, lo fundamenta en que Dios nuestro Padre, trabajó durante seis días en la creación del mundo y luego dice “el séptimo descansó”. Lo que quiere decir que Dios nos ha encargado trabajar para mejorar este mundo y para sacar el sustento de él. También nos habla del descanso merecido. El séptimo mandamiento nos ordena “no robarás” (Mt 19,18), lo cual prohíbe tomar o retener cosas ajenas. ¡Qué pena da ver que todas las noches en los noticieros aparecen robos por uno y otro lado en Lima y en todo el mundo! La gente está cansada de tanto maleante y violador y no es extraño que comiencen a tomarse la justicia por sus manos porque ya están cansados de tanto ladrón y que no se les dé ningún castigo severo. Toda forma de tomar o retener injustamente el bien ajeno, es contraria al séptimo mandamiento. Así, retener deliberadamente bienes prestados u objetos perdidos, defraudar en el ejercicio del comercio, pagar salarios injustos, elevar los precios especulando con la ignorancia o la necesidad ajenas.

El trabajo no lo debemos ver como un castigo, ni un instrumento de opresión o sólo verlo como medio para ganar dinero, sino que es el medio que tenemos para colaborar con Dios en la obra de la creación y podemos hacer una ofrenda de nuestra vida a Dios por medio de él y así servimos a la humanidad. Según los tipos de trabajo y las habilidades que uno tenga, unas tareas se consideran más nobles que otras por los hombres, pero nosotros decimos que todo trabajo es testimonio de la dignidad del hombre, de su dominio de la creación. Por tanto que todo trabajo honrado es noble, así sea el de un barrendero o de un mecánico o catedrático. Da ocasión al desarrollo de la propia personalidad y sirve para sacar adelante la familia. ¡Qué pena da ver a algunas personas que sólo están a la espera del fin de semana o a recibir la paga mensual porque detestan el trabajo que hacen! El trabajo hay que hacerlo de buena gana y hasta con alegría.

La obra bien hecha es la que se lleva a cabo con amor. Apreciar la propia profesión, el oficio que tenemos es el primer paso para dignificarlo y elevarlo al plano sobrenatural. San José nos enseña a amar nuestro oficio en el que gastamos tantas horas: el hogar, en la oficina con la computadora, en la chacra con el arado, llevar paquetes, de portero…El trabajo humano procede directamente de personas creadas a imagen de Dios y llamadas a prolongar, unidas y para mutuo beneficio, la obra de la creación dominando la tierra. El trabajo, por tanto, es un deber: “Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma” (2 Ts 3,10). El trabajo honra los dones del Creador y los talentos recibidos. Soportando el peso del trabajo, en unión con Jesús, el carpintero de Nazaret y el crucificado del Calvario, el hombre colabora en cierta manera con el Hijo de Dios en su obra redentora.

Por efecto de la pandemia pudiera ser que algún religioso y más si es sacerdote no encuentre cómo ocupar bien su tiempo. En un agustino recoleto no puede pasar tal cosa, pues siempre tenemos que hacer empezando por rezar más, leer libros formativos, escribir, atender bien el colegio, las tareas parroquiales, los jardines o la huerta…Siempre hay algo bueno por hacer.

Entre el trabajo y el salario hay una relación muy estrecha. Por el trabajo cada cual debe poder sacar los medios para sustentar su vida y la de los suyos, al mismo tiempo que presta un servicio a la comunidad humana. El salario justo es el fruto legítimo del trabajo. Negarlo o retenerlo puede constituir una grave injusticia (St 5,4). Para determinar la justa remuneración se han de tener en cuenta a la vez las necesidades y las contribuciones de cada uno. Dice el Vaticano II: “El trabajo debe ser remunerado de tal modo que se den al hombre posibilidades de que él y los suyos vivan dignamente su vida material, social, cultural y espiritual, teniendo en cuenta la tarea y la productividad de cada uno, así como las condiciones de la empresa y el bien común” (GS 67, 2).

También es injusto no pagar a los organismos de seguridad social las cotizaciones establecidas por las autoridades legítimas. Esto se da con frecuencia en nuestro país evitando dar facturas para no pagar el IGV. Pero de esta manera el estado no recaba los fondos necesarios para las obras y necesidades públicas y luego nos quejamos que no hay nada de progreso.

De San José Obrero todos hemos de aprender de él a amar nuestro trabajo poniendo todo nuestro empeño en hacer una obra bien hecha y acabada porque no sólo tratamos de agradar a los hombres, sino sobre todo a Dios que nos permite ser colaboradores suyos en la maravillosa obra de la creación, teniendo presente que “ni los ladrones, ni los avaros…ni los rapaces heredarán el Reino de Dios” (1Co 6,10).

Por último, con nuestro trabajo, después de asegurar el sustento familiar, podemos ayudar a los pobres: “A quien te pide da, al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda” (Mt 5,42). Jesucristo reconocerá a sus elegidos en lo que hayamos hecho por los pobres y olvidados (Mt 25).

Ángel Herrán OAR

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