Una palabra amiga

¿Qué nos pide el mundo?

A los religiosos el mundo nos pide hoy que seamos hombres y mujeres tres ‘haches’: más Hijos, más Hermanos, más Humanos.

Más hijos

Por el bautismo, todos somos hijos de Dios, todos estamos marcados por el amor de Dios a través de este sacramento. Aunque algunos no hayan recibido este bautismo, por el amor también son hijos de Dios y a Dios le pertenecen.  Por eso, debemos mirarnos y vernos más como hijos de Dios, porque, aunque no haya sido bautizado, nadie ni nada nos puede quitar esta condición de hijos.

El papa Francisco, en una de la catequesis, nos invitaba a vivir como hijos de Dios: “¡Podemos vivir como hijos! Esta es nuestra dignidad, tenemos dignidad de hijos. Comportémonos como verdaderos hijos. Esto significa que cada día hemos de dejar que Cristo nos transforme…; significa tratar de vivir como cristianos, tratar de seguirle, incluso si vemos nuestras limitaciones y nuestras debilidades. La tentación de dejar de lado a Dios para ponernos a nosotros mismos en el centro nos acecha siempre… Por eso, debemos tener el valor de la fe, y no dejarnos llevar por la mentalidad de quien nos dice: “Dios no hace falta, no es importante para ti”.

El Señor nos ha otorgado la condición de hijos, y debemos vivir como hijos, no como esclavos. Nuestro carnet de identidad debe incluir la libertad de hijos de Dios, si bien no pocas veces actuamos más como esclavos que como hijos. El Señor siempre nos pide que seamos hijos libres. Él respeta nuestra libertad. Releamos la parábola del hijo prodigo: un hombre, con su libertad, pide los bienes a su padre; se marcha y comienza a vivir una vida esclavizada. El otro, que está en la casa y también es hijo, vive igualmente como esclavo de las normas. Dios nos quiere libres. Actuemos desde esa libertad plena, y obrando así seremos sus hijos en el Hijo, plenamente libres. Somos libres, somos hijos, el Padre nos ama y nosotros amamos al Padre.

Más hermanos

Si realmente no nos vemos como hijos de Dios, jamás reconoceremos a los demás como nuestros hermanos. Si decimos que amamos a Dios y no amamos a los hermanos, somos unos mentirosos. Estamos llamados a amar a todos, sin excepción. El mundo espera que nos amemos como hermanos, que no haya tantas divisiones y diferencias entre nosotros; sin embargo, si nos separamos o nos dividimos, el mundo no va a creer en nosotros, por nuestras diferencias y por no tratarnos como hermanos.

Hemos de ayudarnos unos a otros. Hay en verdad muchas cosas que nos distancian, pero la gran mayoría nos acerca, nos ayudan a hacer comunión; debemos creer que somos hijos de un mismo Dios, que todos estamos dentro del proyecto de amor de Dios. Y el deseo de Dios y de su Hijo es que seamos uno, al igual que ellos son uno.

Salgamos al encuentro de nuestros hermanos, sobre todos de aquellos que han sido abandonados, de aquellos que son los más vulnerables de la sociedad, los descartados. Salir al encuentro de hombres y mujeres, cuyo abandono implica que nos sintamos menos personas y menos sanos. Y traigámoslos a todos a la unión, y hagamos real ese deseo de la Trinidad de ser uno, para que el mundo crea. Al final, Dios nos va a preguntar como preguntaba a Caín: ¿Dónde está tu hermano? Somos responsables uno del otro; somos hermanos, y nos debemos cuidar mutuamente.

Más humanos

El mundo nos pide que seamos más hijos de Dios, y menos esclavos; más hermanos, que extraños, y esto nos lleva a humanizar este mundo, donde parece va perdiéndose poco a poco la dignidad de la persona. Con frecuencia, valoramos a la persona más por lo que tiene y hace que por que realmente es: hijo de Dios y hermano nuestro.

Debemos mirar a las personas desde su pobreza, es decir, desde lo que realmente es: hijo de Dios, imagen de Dios. Si solo nos impacta el ropaje, no lo valoramos desde su dignidad, sino desde el interés de lo que me puede aportar. Tales apreciaciones nos deshumanizan, en lugar de llevarnos a considerar al otro como hijo de Dios.

El mundo nos pide a los creyentes a buscar nuevos caminos de humanización. Percibimos que el mundo está cargado de muchos gestos, actitudes e ideologías que cada vez desprestigian al ser humano. Como creyentes, tenemos que buscar el camino que humanice. Creer en Cristo es eso: empeñarse en cooperar en el plan redentor: a eso ha venido Jesús, a salvar al pueblo de Dios, que estaba perdido. 

Vivir como hijos de Dios y amarnos como hermanos son dos grandes propósitos que nos ayudan a la humanización del mundo. Estos caminos, como dice el papa Francisco, nos llevan a construir una vida con “sabor a Evangelio”. Nos convoca también el Papa a comunicar el amor gratuito de Dios sin imponer doctrinas, saliendo al encuentro del otro, promoviendo la dignidad, deberes y derechos. Es decir, todo esto nos lleva a lograr una humanidad en salida, que incluya a todos; una hospitalidad mutua, que nos humanice a todos; a formar juntos una “amistad social”, como muy bien lo dice el Papa Francisco en “Fratelli Tutti”.

En definitiva, siendo y viviendo como más hijos, más hermanos y más humanos, haremos realidad en este mundo el Reino de Dios.

Wilmer Moyetones OAR

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